Alta Fidelidad. “El jardín de las delicias”: infierno y metaverso en la calle Corrientes
De la nueva obra de teatro de Rafael Spregelburd a un recital de Sumo en 1985, una reflexión contemporánea sobre “El jardín de las delicias”
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Estuve en el infierno, sí, y sobreviví para contarlo. ¿Pero cuál es la evidencia? Una postal de cartón que señala a La esperanza como una de las virtudes cardinales, con una imagen de la actriz Andrea Garrote retocada por Marcos López como para un parque de diversiones pueblerino, y tres fotos de difusión que llegan por mail. Poco. Las escenas captan algo de lo sucedido en el teatro Astros durante la primera función de Inferno que ahora se estira a los miércoles de octubre conforme el público, o los pecadores, se abisman al desembarco de Rafael Spregelburd en la calle Corrientes. Pero el registro fotográfico no alcanza, se queda corto, porque una vez abandonada la sala la obra se vuelve al mismo tiempo inolvidable y etérea, como en un sueño confuso. Y el problema es que el fondo de esta obra está más allá del cuadro grotesco que observo ahora en la pantalla de la computadora. Ni Spregelburd (Felipe) en camiseta, boxer y medias amarillas, en un insólito rescate de las telecomedias de los 70, rodeado de las catequistas Berenice (Violeta Urtizberea) y Marlene (Garrote), Graco (Guido Losantos) y el explorador sonoro Nicolás Varchausky disfrazado de algo parecido a Miguel Zavaleta (“¡Mamá planchame la camisa”!) dan la talla. La imagen no se asemeja a la bruma posfunción porque detrás del escenario, del backstage y de todo está El Jardín de las Delicias (1500-1505). Y es eso lo que tendría que estar mirando en detalle ahora en el Museo del Prado para poder transcribir la experiencia vivida en el Astros.
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En 1985 volví del futuro a este mismo teatro para ver por segunda vez la presentación de Llegando los monos, el segundo disco de Sumo que ya excedía el ámbito under. Llegué apenas comenzado el show en el colectivo 26 y caminé con premura por la alfombra del centro con “Devedé” sonando como la sirena de una ambulancia en llamas. Tan abrasivo era el espectáculo sonoro (lo que se veía entraba por los oídos; lo que se escuchaba pateaba los ojos) que el escenario convocaba con una fuerza magnética hasta entonces nunca experimentada. Habían delfines colgando del techo; el sonido de una guitarra en modo remolino; otra en modo repeat como un teléfono tubo que daba ocupado; la base rítmica aplastando el plexo y Luca Prodan, de otro mundo. El diario Crónica describió entonces la llegada de Sumo a la calle Corrientes como “los sonidos del averno”, esa forma alternativa de referir al infierno con la que griegos y romanos antiguos nombraron un cráter cercano a Cumas que suponían la entrada al inframundo. Este lugar en el que Spregelburd hace que cantemos “Eu quero apenas” de Roberto Carlos mientras los actores percuten instrumentos de tortura solo conocidos en el infierno sudamericano de los 70. Los días del reinado de “El malo” como insisten las rutilantes Marlene y Berenice.
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En el Astros, en Inferno, nada ni nadie es lo que parece. Las actrices doblan y triplican sus personalidades, un articulista de la sección Turismo deviene plagiario de un novelista perdido o un personaje chileno que busca subsanar sus delaciones en el subsuelo encarnando roles que son otros. El esperpento se apodera de todo y hacia el final ni siquiera los pecadores-espectadores sabemos bien que es lo que estamos haciendo ahí sentados. La obra entera podría resumirse en esa secuencia inolvidable de Sin Aliento; de Jean Luc Godard en la que Belmondo se espeja en una foto de Bogart, extrañado, como si no supiera lo que es el cine o como si el cine lo estuviera inventado en ese mismo momento. Sin Aliento, que también desembarcó en Corrientes en la sala Lorraine como nave nodriza de la nouvelle vague se ve hoy, sesenta años después, como lo que siempre fue: arte. Como un detalle inexplorado de “El jardín de las delicias” que, parece decir Spregelburd y antes Sumo, está metido en toda nuestra imaginación. Del arte flamenco al metaverso, el que busca en El Bosco encuentra.
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