Alta fidelidad. El día que las series tomaron el lugar de la música pop
En épocas precámbricas y de inspiración folk el héroe (anónimo) de la guitarra (criolla) sabía que tarde o temprano llegaría su sentencia: "una que sepamos todos". Las canciones estuvieron largo tiempo en el centro de la cultura pop y eran algo así como una lingua franca o el gospel de los urbanitas con o sin dios. Pero ese tiempo, que podríamos situar entre los 60 y la primera mitad de los 90, empezó a terminarse en lo que va del siglo XXI. La música pop que era una forma de distinción y de contraseña hoy es un accesorio más en la construcción de un "yo" customizado que va de la moda a las redes sociales, donde además se puede ser múltiple, se puede ser otro. En este contexto, se habla menos de lo que se escucha que de lo que se ve. MTV, que había reinventado el pop con esa forma tardía de surrealismo que es el videoclip, apagó la luz y se mudó al barrio cerrado de los reality dejando que VH1 haga las veces de una Aspen visual que, entre la nostalgia y el didactismo, repasa el catálogo de videos de las décadas pop. YouTube absorbió el formato pero, paradójicamente, muchos lo usan como una especie de radio online, algo que suena de fondo y niega su propia especificidad. Y entonces llegaron las series. Y tomaron el lugar de las canciones y las estrellas pop. El melómano erudito que traía las novedades musicales a la tribu hoy ha sido reemplazado por un nuevo actor: el baqueano de Netflix .
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La historia de la música pop se reescribe en las series o, mejor, las series tienen una memoria del pop que las constituye tanto como lo hace su ancestro natural que es el cine; la narrativa de la literatura moderna y, claro, las otras series de la vieja televisión (Los Angeles de Charly, Starsky & Hutch) que se volvieron remake en la era del consumo irónico. No es solamente que ese archivo de canciones engordado en cinco décadas de hegemonía musicaliza escenas sino que las mismas escenas parecen constituídas por esa matriz ahora desplazada. Acaso siguiendo a Quentin Tarantino, que hizo del soundtrack una obra dentro de la obra, las series rescatan canciones y artistas de la oscuridad. ¿Quién era Tina Charles hasta que el musicalizador Josh Broughton la puso en el policial River? Es cierto que su hit disco "I love to love" estuvo tres semanas en el número 1 inglés, pero su nombre y la canción se desintegraron como la espuma en la orilla del mar. Ahora será para siempre la canción que se escucha en el principio y el final de esta historia sombría.
Casi que no tiene vida por fuera de esa magnífica escena final donde River (Stellan Skarsgard) le dice "I love you more than life" ("te amo más que a la vida") a Jackie (Nicola Walker), que está muerta pero se levanta y baila: luces de discoteca iluminando la noche perfecta. Hablemos de un pop serial entonces capaz de empujar un merchandising (remeras y calcomanías de Breaking Bad ) y sus propios hits. En Buenos Aires, músicos ambulantes interpretan la neoclásica música original (compuesta por Ramin Djawadi) de la saga Game of Thrones , que se volvió una melodía independiente de las imágenes como no había pasado acaso desde el score de Star Wars .
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No sería descabellado que en el futuro Mad Men se pase completa en un museo (o sus fotogramas se vuelvan mercancía de colección) del mismo modo que Kraftwerk, Bowie o Bjork ya tuvieron sus cameos en el MoMA o en el Victoria & Albert Museum. Hay una escena ahí que reflexiona de manera muy profunda sobre la marca de la música pop en la cultura de la segunda mitad del siglo XX y en ese acto habla de este desplazamiento de las series por las canciones. Don Draper (Jon Hamm) regresa a su penthouse modernista después de un día agitado. Se sirve un trago y elige un disco para escuchar. Es Revolver de The Beatles , una novedad de 1966. Draper es un chapado a la antigua adaptándose a un mundo nuevo en el cual la publicidad debe reinventarse para captar la atención de la contracultura (lectura obligada: La conquista de lo cool, Thomas Frank). Draper va y pone el long play. El beat embriagado de "Tomorrow never knows" capta toda la atención de la escena e incomoda ligeramente al protagonista.
Se entiende. En ese surco de tres minutos la música pop ha pegado un asombroso salto de radicalidad. Es demasiado para la constitución estética de Draper, no lo soporta. Lo vemos quitar la púa del disco. La serie reconoce lo que esas canciones han provocado en la cultura y de algún modo salda su deuda con la música pop. Y ahora es "una que veamos todos".
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