Alta fidelidad. Concierto para piano y atado de acelga
Nadie se levanta un viernes por la mañana pensando en que terminará el día aporreando un atado de acelga contra un gastado piano vertical. Haciendo que las teclas suenen por la intermediación de la fuerza suave de las hojas que en el acto se deshacen entre las octavas o caen al piso en un acto bonsái de desfloración otoñal. Bueno, aquí estoy entonces entre observador y vándalo, con un enorme cuadro de Luis Frangella de testigo tocando o golpeando el instrumento clásico tal que si hubiera aterrizado en esta galería de Barrio Norte como un troglodita que se entrega al acto sonoro con la fuerza de un descubrimiento. Se siente primal, punk, y en un sentido lo es. Otras obras de Luis Frangella muy infuenciadas por aquella estética habían sido exhibidas en la inauguración de Cemento durante uno de sus viajes desde Nueva York donde se había establecido a principios de los años 70. También lo es en el sentido conceptual, el punk como deudor del dadá, como Greil Marcus lo (re)descubrió en el esencial Lipstick Traces. El atado de acelga llegó a la galería Cosmocosa por la inquietud del artista sonoro Ulises Conti para representar el sonido de la lluvia en Lecture on the weather, una obra que John Cage estrenó el 26 de febrero de 1976 en Toronto usando proyecciones del pintor argentino que había llegado a los Estados Unidos becado por el M.I.T.
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Al llegar a Cosmocosa, donde se exhibe la muestra Trascendencia y despedida, junto al piano vertical se podían ver un rollo de cinta aisladora negra y dos atados de acelga. ¿Para qué estaba ahí la noble verdura? ¿Cómo sería incorporada a la performance concierto de Conti? La galerista Amparo Díscoli hizo una mueca de incomprensión. Es noche de “activaciones” en el circuito de galerías de Buenos Aires. Una suerte de Halloween de la escena contemporánea. ¿Dulce o truco? La incógnita quedaría develada más tarde cuando Conti dejó el piano (en el que tocó también una obra a cuatro manos con un artista sordo llamado Federico Sikes) para subirse al taburete y agitar los atados de acelga como maracas veggie hasta producir un sonido cuya transcripción más fiel sería transparente. Intraducible, había que estar ahí para entenderlo. Nada de streaming.
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En su primera visita a Buenos Aires, Paul McCartney todavía contaba con su adorada Linda en la banda. Cuando la conoció, ella era fotógrafa, pero el beatle la convenció de sumarse a Wings con un teclado y una pandereta. Era una presencia simbólica o testimonial, tal como se diría en la política. A Linda parecía no importarle tanto la música sino cómo aprovechar ese espacio para su activismo contra el maltrato animal y el consumo de carne. Así cuando su imagen rubia y sonriente se proyectaba en las pantallas se veía un cartel con la leyenda “Go Veggie” en el frente del instrumento. Mientras caen las hojas de verdura agitadas por Conti pienso en la pandereta de Linda y en que hubiera sido mejor que Paul le compusiera música para piano y acelga. Aunque, oh no, hubiera sido demasiado Yoko.
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El final de la performance llamada “Sally está perdiendo su cara. A Luis Frangella” es asombroso. La pieza se llama “88″ por la cantidad de teclas que tiene el piano pero además, explica Conti, en China los anagramas del número suenan como el inglés “Bye Bye” y se usan como saludo. Así que es el grand finale. El artista convoca a todas las personas necesarias para cubrir con su manos la superficie total del piano. Si la célebre “4.33″ de John Cage hubiera sido sido un disco simple esta pieza de Conti sería su lado B perfecto, pienso. Luego escucho.
A la cuenta de cuatro todas las manos todas caen sobre el instrumento provocando un estruendo que, en el silencio de la galería, reverbera como big bang. Lo último que será oído antes de que los bárbaros invadan las salas de concierto con verduras y vegetales.
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