Alta Fidelidad: Churchill, Perón y el origen del pop
La primera temporada de la serie The Crown (Netflix) se detiene en su noveno capítulo en un intrigante episodio de micropolítica y arte del siglo XX. Es el momento en que, para homenajearlo por su cumpleaños 80, la cámara de los comunes y la cámara de los lores contratan en 1954 al pintor Graham Sutherland para que realice un retrato de Sir Winston Churchill, entonces en su segundo mandato como primer ministro del Reino Unido. Lady Spencer-Churchill, su esposa, le presenta al pintor como "un modernista". En una línea de guión de asombrosa profundidad, Churchill (John Lightgow) rezonga: "Modernistas…¿Quién los necesita? Vayan a buscarlos a Italia o Alemania. ¿Quién quiere cambiar algo en Inglaterra?" Este Churchill de ficción, acaso sin pensarlo, habla por todas las vanguardias surgidas en los períodos de entreguerra cuya penetración había resultado muy atenuada en Inglaterra. Era en los países arrasados por la experiencia del fascismo y el nazismo donde el arte debía destruir la imagen humana (no en su Inglaterra), parece estar diciendo el notable Churchill de The Crown ahí. La historia termina mal. Churchill detesta su imagen pintada por Sutherland y para cuando su viuda muere en 1977 hay evidencias de que la obra fue destruida y quemada mucho antes en la finca de los Churchill en Chartwell, Kent.
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"¿Hay algo más pop que Perón y Evita?", se preguntaba hace unos diez años el blanquísimo Alan Faena en su bunker de Puerto Madero. Al entrevistador le había resultado curioso ver dos retratos enormes de la pareja que cambió la política argentina en los años 40 y 50 en esa ambientación de lujo posmoderno y efímero. Faena, como el Churchill de The Crown, estaba diciendo algo bastante más profundo. Se refería a que esos retratos de Numa Ayrinhac (el olvidado pintor del régimen) ya eran parte de una iconografía popular donde todo podía combinarse como en un puzzle. Pero a la vez estaba abriendo la puerta a considerar la poco estudiada influencia que la iconografía de autoficción (Perón como Gardel, Eva como una diva de Hollywood) de la propaganda peronista había tenido sobre los niños que llegaron como jóvenes a los 60 y protagonizaron el capítulo argentino del pop art. A partir de que Alberto Greco empapeló en 1961 la calle Corrientes con un cartel que decía "Greco qué grande sos", este rasgo se verifica en obras de Edgardo Giménez, Dalila Puzzovio, Alfredo Arias y hasta en la construcción del personaje que hizo Marta Minujín. A ver: no es que nuestro pop haya sido peronista sino que su imaginario estuvo impregnado de la cultura popular de esos años y, sobre todo, de la estrategia de imagen de la pareja plebeya.
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En el mismo año, 1977, que murió Lady Spencer Churchill y se supo que el retrato del primer ministro había sido reducido a cenizas, Bryan Ferry estrenó la canción "This is tomorrow". El título de este rock lascivo era una referencia al momento en que las cosas en el arte de Inglaterra empezaron a cambiar. "This is tomorrow" era el nombre de una muestra interdisciplinaria celebrada en Londres en 1956, apenas dos años después de que Sutherland ultimara su versión de Churchill. La imagen de la muestra era un collage llamado "¿Qué es lo que hace que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan atractivos"? donde el joven artista Richard Hamilton registraba puntillosamente el impacto que los productos de la sociedad de consumo norteamericana estaban teniendo en Inglaterra. Es en ese collage, hoy en la Tate Modern, donde por primera vez apareció la palabra "pop" en una obra de arte. Un año después, Lawrence Alloway, el mentor de la muestra habló por primera vez de algo llamado "pop culture" (cultura pop). Warhol trabajaba aún como ilustrador para una marca de zapatos de New York.
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Bryan Ferry fue alumno de Hamilton en la escuela de arte y uno de los referentes más sofisticados de la "pop culture" en los años 70 y 80. Pero como explica Simon Reynolds en su librazo sobre el glam rock (Como un golpe de rayo, en la edición argentina de Caja Negra), con los años, a diferencia de David Bowie, Ferry se fue volviendo un conservador no solo en las formas de su arte sino en su deseo aspiracional de aristocracia. Al punto de que si hoy un Sutherland contemporáneo quisiera pintarlo pegaría el grito en el cielo y pediría lo mismo que quiso Churchill y se le negó: ser retratado como un Caballero de la Orden.
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