Alta Fidelidad. Basquiat, el regreso del marciano negro del arte
La voz de Ray Bradbury llegaba con dificultad del otro lado del teléfono. Por momentos carraspeaba o interrumpía las breves respuestas con soliloquios al borde de lo inaudible. Hablábamos en 2011, en su casa de Los Angeles, un año antes de que el visionario que trajo Marte a la Tierra dejara de respirar. Hablábamos de que era urgente que Estados Unidos recuperara la conquista del espacio como política de estado y hablábamos de Obama, que llevaba dos años y medio como el primer presidente negro del país. "Nunca pensé que el Tío Tom llegara a la Casa Blanca", había dicho, cortante, Bradbury utilizando la narrativa fundante de Estados Unidos para dar una explicación política. Cuando se le pidió que profundizara la idea se limitó a un silencio de piedra. "Next question". Bradbury había querido decir que Obama, vía la novela de Harriet Beecher Stowe, representaba el arquetipo del hombre negro adaptado en el centro del poder blanco. En lo que lleva un tweet, el samurai sci-fi había despachado más de 150 años de transacciones entre la raíz blanca y afro de lo que ellos llaman América. ¿Lo corría por izquierda o por derecha a Obama? La frase era ambigua y misteriosa, como corresponde a un artista. Y Bradbury (el recuerdo de una tos en el teléfono) lo era.
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¿Qué arquetipo de negro representó Jean Michel Basquiat (1960-1988) cuando irrumpió en la historia del arte a fines de los años 70? Seguramente no el del Tío Tom aunque, como a todo fenómeno disruptivo, el mercado del arte, con Andy Warhol como padrino, lo terminó deglutiendo. Basquiat fue demasiadas cosas en una persona. Una especie de artista rupestre escarbando las grietas del ultraurbanismo; el eslabón final de la llamada escuela de New York haciendo neo y negro al expresionismo abstracto de Jackson Pollock; el vengador del arte figurativo luego de la larga hegemonía del conceptualismo; el último de los artistas románticos antes del modelo empresario de Hirst y Koons. Sobre todo, el primer pintor negro en la historia del arte norteamericano en alcanzar reconocimiento y, de algún modo, una de las fuentes visuales del panafricanismo del hip hop, la estética global más influyente de los últimos treinta años sino más.
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Bird on money (1981), una pintura de 1,67 x 2,85 metros, marca la reaparición de Basquiat esta semana como imagen de tapa de "The new abnormal", el sexto disco de The Strokes, el primero que sacan en casi siete años. The Strokes, como Basquiat, también son el último eslabón de otra escuela de New York: la que fue de Velvet Underground en la segunda mitad de los 60 a Television y el punk en el final de los 70. Unos Ramones de colegio privado, los Strokes se retraolimentan de su genealogía y de la perpetuación de un estilo donde la autoparodia está a la vuelta de la esquina. "Rock is the new jazz" había sentenciado Michael Hann, un crítico de The Guardian en 2017, señalando la finitud de un género que, como antes el jazz, había llegado al límite de su expresión y solo podía sobrevivir montando adaptaciones de su propia tradición. La imagen de Basquiat en el álbum de The Strokes (acaso el mejor desde el debut en 2001) parece ser ese mismo mensaje codificado. El "Bird" de la enorme pintura no es otro que el saxofonista Charlie Parker (1920-1955), uno de los héroes de la mitología moderna afro (como Miles Davis y Jimi Hendrix) sobre los que Basquiat desarrollaba una ideología estética. Es una pintura acerca del jazz, del estilo be bop, una herramienta de expresionismo negro paralela a la del arte de Pollock, la que le da imagen a una música que se afirma en otra tradición. Hay en este juego de bad painting (así llamaban el arte de Basquiat y Keith Harring en los 80) y neo new wave una síntesis de las transacciones que la cultura afro y la hegemonía occidental han estado haciendo por décadas. Basquiat vuelve ahora como la imagen de un santo pagano en el altar de la neoyorquinidad para recordarnos que su espíritu libre estuvo hecho de la narrativa fundante de Mark Twain pero también de la sci-fi de Bradbury: todo un marciano del arte, nadie lo estaba esperando cuando cayó a la tierra.
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