Alta Fidelidad: Ariana Harwicz y Dillom, historias cruzadas entre una fotografía y un cover
Una foto exhibida en el Centro Cultural Recoleta, en la muestra “Una imagen mil palabras”, en la que “50 personalidades de la cultura reflexionan sobre las fotografías que cambiaron su vida”, y una versión 2024 de “Pensé que se trataba de cieguitos”, de Los Twist, en un cruce de miradas y disciplinas
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Ariana Harwicz habla un poco, bastante, como escribe. Qué potente tiene que ser un escritura, un estilo, una voz, como se dice, para que la letra impresa se pueda oír también en la expresión. Ahora mismo en el Centro Cultural Recoleta, como parte de una exposición llamada Una imagen mil palabras (“50 personalidades de la cultura reflexionan sobre las fotografías que cambiaron su vida”, tal la precisa idea curada por Guillermo Piro) cuando se escanea un código QR la voz de Harwicz guía la contemplación de una foto de los tempranos años 40.
“La fotografía que tienen delante de sus ojos o la obra podría llamarse del horror a la maravilla, o del espanto a la belleza o cómo reunir en una misma imagen, al mismo tiempo, en una misma condición, el summun, la apoteosis del cinismo humano y del placer de la destrucción”, arranca diciendo y es en la inflexión vocal que la da a “placer” donde se la oye pero se la está leyendo, por ejemplo, en Perder el juicio, su última novela. Harwicz es despiadada en la descripción de una imagen que no tiene título ni autor pero cuyo studium es infinitas veces más despiadado. Nazis de uniforme y mujeres jóvenes cruzan un puente levantado en un bosque y esa es la imagen que ella ha decidido poner a jugar para incomodar, tal como sucede con su lectura. Oírla nos hace pensar en una de sus protagonistas arrancando las hojas de sus propios libros a mordiscones, jíbara de su propia escritura.
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Hay un acordeón en la fotografía que eligió Harwicz o sea que ese día, en esa escena que alguien congeló se tocó música y acaso se bailó. ¿Twist? No, faltaban casi veinte años para que el efímero Chubby Checker pusiera en órbita el ritmo, para que los twist se bailaran alrededor de todo el mundo. Y veinte más todavía para que Los Twist de Buenos Aires conjurasen el horror en la pista de baile con “Pensé que se trataba de cieguitos” o de cómo convertir el ritual represivo de la averiguación de antecedentes en un rock and roll retro y amigable, apto para las discotecas de la nueva democracia. Con la parodia se exorcizaba el miedo y se movía el cuerpo aunque para la revista Humor el grupo de Pipo Cipolatti y Daniel Melingo inundara de “facilismo un espectro juvenil fácilmente manejable”.
La versión 2024 que hace unas semanas subieron Santiago Motorizado y Dillom se hace cargo del acto siniestro que Los Twist enmascaraban metiendo a la familia Falcón de la tevé de los 60 en un Falcon verde de los 70. Son como Ariana Harwicz relatando aquella foto que capturó (desafortunada metáfora de la fotografía en este caso) la despreocupación de la(s) máquina(s) de matar. Al rockito de Los Twist se le agregaron ahora cuerdas y un comienzo casi dolido a cargo de Santi Motorizado con aquello de que “era un sábado a la noche, tenía plata y hacía calor” (tomos de sociología sobre la juventud como nueva categoría en la posguerra en una frase). Con la voz de Dillom, el poeta maldito del club del trap, la cosa cobra ritmo pero nunca hay alegría. Cuando dice “me sometieron a un breve interrogatorio” está diciendo exactamente eso que se hacía en la calle bajo cualquier circunstancia. Y el final es un crescendo trágico. Dillom volvió sombrío a Pipo Twist o, mejor, esta versión muestra en contraste la inadvertida profundidad conceptual de Los Twist.
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En el Recoleta, Harwicz nos explica, a mordiscones, de qué se ríen los nazis. “Creo que elegí esta fotografía donde un grupo de trabajadores y trabajadoras sonríen, se divierten, hacen música, se sacan fotos escolares como si fuera una excursión, un viaje escolar, un viaje de veraneo, una colonia, un aventura de juventud pero…estamos en el campo de Auschwitz, estamos en el campo de exterminación…” Una imagen de alegría horripilante, al fin. Algo que jamás debería poder volver a fotografiarse como tampoco la música pop debería ocuparse otra vez de un sábado a la noche donde el terror pasaba, en Sarmiento y Esmeralda, del cine a la vida misma como si nada.