Alta Fidelidad. A copiar mi amor: el arte de (no) ser original
“Cuando dice que copiar es tocar (y lo dice tarde, cuando su libro ya se las ingenió para hechizarnos con la idea), Leticia Obeid hace por lo menos dos cosas. Recuerda (reinvindica) la tradición más artesanal del copiar, su dimensión manual, muscular, motriz, tan vital para cualquier aprendizaje. Pero también recuerda hasta qué punto copiar, mucho más que replicarlo, establece un lazo con lo copiado de modo que la copia deja de ser la versión segunda, subalterna, parasitaria, del original, para convertirse en su aliada, quizás en su par”. En el prólogo del libro Galería de Copias (Ripio, 2023) de la artista visual Leticia Obeid, Alan Pauls esboza el manifiesto de una vanguardia que no es tal o sí, acaso el procedimiento sea desplazar el valor que el siglo XX depositó en el original para transferírselo a lo que se imita. El libro de Obeid (Córdoba, 1975) es una prodigiosa serie de breves ensayos sobre la copia como gesto artístico y amoroso. No el plagio, sino el ejercicio de imitar para aprehender ya definido como soporte conceptual.
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“Otra vez soy yo/te miro desde el viento/puedo distinguir, culpa y sentimiento”, arranca guitarra eléctrica limpia y voz clara Florencia Ruiz (Haedo, 1977) la canción “Mira” que abre su nuevo álbum Calandria. Su estilo es inconfundible. Pero en este disco, la compositora que se desvió de la música académica para acercarse a una forma más popular (aunque se la valore más en Japón que en Argentina) deja un subtexto: su estilo es la culminación de una serie de imitaciones o galería de copias.
Ella misma lo explicita en la contratapa (sobre una fotaza de Nora Lezano): “Después de rumiar y aullar me toca cantar, cantar y celebrar a músicas y músicos que me han alentado a levantar vuelo”. Parecería el texto indicado para uno de esos discos donde los autores se vuelven intérpretes de las canciones que los (des)educaron pero no. Las canciones son suyas pero no vienen de la nada y, como en el libro de Obeid, el acento está puesto en el canto como imitación. De ahí lo de Calandria. “Soy una pajarita que anda por todos lados y que sabe y quiere mostrar de dónde viene, de que madera está hecha…” Lo dice mejor en “Sol”, cantando, porque lo suyo no está claro que no es escribir. “Soy pájara inicial, para continuar el vuelo”, melodía directa que ataca armada con los timbres imposibles que Mono Fontana le saca a un sintetizador.
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No es casual que el equivalente visual de estas estrategias se encuentre en una muestra llamada Conjeturas donde Rodrigo Alonso eleva la pregunta sobre qué de argentino se puede encontrar en un arte tan globalizado como la economía. Pero como se sabe, nuestra cultura es una serie de imitaciones, otra galería de copias, y quien mejor parece haberlo entendido en este conjunto exhibido en Proa es Analía Sabán (Buenos Aires, 1980), una artista que reside en Los Ángeles y que fue capaz de vincular la historia del telar mecánico con el sistema binario de las computadoras. Así confeccionó un tejido de hilos de cobre (materia prima de la conectividad) en un tapiz con el dibujo de un circuito impreso, tal que la informática se muestra como un motivo atávico y decorativo. El nombre de la obra cita al circuito (256 bit-Static Ram, 4100, Fairchild, 1970) como la indicación de un futuro en el que esto podría leerse como las referencias a las culturas originarias en vasijas y objetos antropológicos.
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En un video subido por Proa a You Tube, Sabán explica que esta serie de tapices le revelaron su propio origen: el de una familia sirio-libanesa que emigró en 1910 y se dedicó al comercio de las telas. Lo mismo hace Florencia Ruiz en la contratapa de Calandria donde se recuerda pre-adolescente cantando canciones de otros para las vecinas de su abuela en Villa Luzuriaga. Y también Leticia Obeid en uno de sus ensayos donde recuerda a sus ancestros. De su abuela paterna dice que tenía muy buen oído y que era capaz de descifrar el de cada pájaro. “Esa es una calandria”, dice que le decía. Tal el título del ensayo. Que incluye al del nuevo álbum de Florencia Ruiz. Pero también, en su idea, a los tapices de Sabán. A copiar, entonces, que se acaba el mundo.
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