Alta Fidelidad. 2023, el arte en la nueva era de piedra
Una artista cordobesa pergeña el primer emplazamiento de “land art” en suelo argentino: un bosque de grandes piedras que imagina en un lugar no revelado del Valle de Calamuchita
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“Comedia dramática absurda de acción y ciencia ficción” define la entrada de Wikipedia de Everything Everywhere All At Once (Todo en todas partes al mismo tiempo) en un esmerado, frustrante, intento por situar la película dirigida por Daniel Kwan y Daniel Scheinert en alguno de los géneros clásicos del cine en su segundo siglo (contando a partir del estreno de El hada de los repollos, de Alice Guy, en 1896). Pero no se puede ser todo eso al mismo tiempo o sí, pero entonces habría que ir pensando en otro nombre para esta experiencia que desborda todos los límites como si se pusiera a Lewis Carroll a escribir una sitcom para Alicia o ese rincón en un sótano de la avenida Garay donde Borges situó el Aleph pudiera tener la forma de un bagel gigante (“La Torre de bagel” es una posibilidad de arte comestible para Marta Minujin).
El desvarío incesante de la película alcanza el extremo de volver no solo a los comienzos del cine (mudo) sino de la Tierra misma. Es una escena remarcable en la que dos rocas gigantes sobre un promontorio desértico chamuyan subtituladas pues se sabe que las rocas no hablan, pero acaso piensen. Sin lugar en el reparto, aún, acaso porque estamos en los albores de la cultura inter-especie propuesta por la filósofa Donna Haraway para este tiempo (impronunciable) que denomina “Chthuluceno”.
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Antes del estreno de la película en julio de 2022, la artista cordobesa Dolores de Argentina pergeñaba su próxima intervención sobre el espacio: un bosque de grandes piedras para ser emplazado en un lugar no revelado del Valle de Calamuchita durante 2023.
Conocida por acciones como “Que soy”, una plantación de soja que hizo en Córdoba en 2008 y repitió invitada por Ticio Escobar a la Bienal de Curitiba en 2019 abriendo el debate y la polémica en torno a la commoditie star de Sudamérica, Dolores fue por más (o menos) cuando en 2015 presentó en el Museo Caraffa “#Sin limite567″, tres salas vacías pintadas de inmaculado blanco. Presentada como una denuncia institucional su no-obra era puro presagio: ya casi nada queda por mostrar en el circuito. Un grito mudo como el que podemos presentir en el crujido de las rocas.
De llevarse a cabo, la obra a cielo abierto de Dolores de Argentina se convertiría en el primer emplazamiento de land art en suelo argentino, esa corriente iniciada en los Estados Unidos por Walter De Maria a contramano del pop (aunque, paradoja, formara parte del embrión de Velvet Underground, el grupo producido por Andy Warhol). Las obras de land art se distinguen del arte de museo y del arte público por su cohabitación en tiempo y espacio con la naturaleza. Así sucede con “The Lightning Field”, los cuatrocientos postes instalados por De Maria en Nuevo México en 1977 con la doble función de pararrayos y pentagrama visual.
Ante el kitsch de la piedra movediza de Tandil, la cordobesa ha imaginado un diseño que se corresponde con la disposición de la bóveda celeste el 21 de diciembre a las 00:00 horas en la antesala del solsticio de verano. Como en la película indefinible, las piedras (de 580 millones de años en el caso de las Sierras de Córdoba) son estrellas: Sirio, Rigel, Betelguese, Proción, Aldebarán, Pollux, Capella, Canopus. Aquí sí hay un elenco, un reparto, dispuesto por la astronomía y resignificado por el arte de la naturacultura (otra vez Haraway).
Quien sabe si en el futuro del futuro las dos rocas pensantes de Everything Everywhere All At Once al volverse polvo no vayan a ser recordadas como las leyendas difuntas que solo pueden estar presentes en los Oscar como lo que son, siguen siendo: películas.
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“If you hold a stone, hold it in your hand/if you feel the weight, you’ll never be late to understand” (“Si sostienes una piedra, sostenla en tu mano/si sientes el peso, nunca llegaras tarde a entender”). Caetano Veloso canto así, en inglés, en 1971, en Londres, trabajando el recuerdo de una obra de Lygia Clark que nunca había visto, que le contaron. Que le dijeron que era una bolsa de plástico llena de agua con una piedra encima, que algo así se había exhibido en 1964 en Museo Moderno de Bahía. Exiliado, lejos de Brasil, pensó en una piedra. En esa piedra. Veinte años después, Dolores de Argentina volvió de un viaje a las Rocallosas con un souvenir extraño: una roca con la inscripción “wisdom” (sabiduría). La sostuvo, sintió su peso. Llegó a tiempo para entender.
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