Alta en el cielo: la traducción de “Aurora”, un asunto familiar
El público está expectante. Antes de que las luces del Teatro Colón se apaguen para presentar la nueva versión de la ópera italiana, la que dio origen a Aurora, recuerdo lo que pasó una noche. Fue cuando mi padre, vistiendo su robe escocesa, escuchaba con expresión de disgusto esa música, pura exaltación lírica. Sobre su falda había una antigua foto familiar. “¿Cómo pudieron manchar tu nombre?”, se quejaba mientras observaba a Josué Quesada, su tío, posando como un porteño arrogante en una Kodak sepia que tenía el logo de Rambla Hotel Mar del Plata.
En la imagen, un par de Spectators bicolor brillaba en sus pies. Del bolsillo colgaba un reloj, un auténtico Savonnette. Josué Quesada, periodista, charlista radial, escritor de folletines, guionista y autor de novelas sentimentales (Muñecas de placer, La costurerita que dio aquel mal paso, La vendedora de Harrods), famoso por pasearse por la playa Bristol vestido de beduino arriba de camellos importados de Canarias, había pasado a la historia nacional gracias a su obra cumbre, la traducción del italiano al español de la ópera Aurora.
Esa composición, entonada desde tiempo inmemorial por millones de niños en almidonadas mañanas, había sido injustamente mancillada, se quejaba mi padre: el escritor Juan Sasturain había acusado a nuestro pariente de arruinar una bella canción italiana para transformarla en “otro bodrio, típico producto de mentes ociosas de la oligarquía porteña”. Por su parte, Horacio Sanguinetti, exrector del Colegio Nacional Buenos Aires, en su nota “Alumbrar la Aurora”, les había exigido a los académicos que el significado de la letra fuera clarificado cuanto antes. “Era incomprensible”, sentenció.
Para los especialistas en símbolos patrios, gravísimos errores se sucedieron a lo largo del devenir de la Canción a la Bandera. No perdonaban la traducción de Josué que, en 1945 y por decreto nacional, había sido elevada por siempre a cántico escolar. Decían que la claridad y sencillez necesarias brillaban por su ausencia; “irradial” no es palabra castellana; “el áureo rostro imita” implica un trabalenguas; “el purpurado cuello”, nadie lo concibe; “Azul un ala” alude reiteradamente a una sola (¿y la otra ala?); el color blanco no aparece; y así de seguido hasta incluso sugerir que el águila guerrera se transformara en una pacífica paloma blanca, por el bien de la Argentina.
Pero en realidad, la historia de Aurora se debe rastrear tiempo atrás, cuando al padre de Josué, Héctor Cipriano Quesada, le piden colaborar con el músico argentino Héctor Panizza y con el libretista italiano Luiggi Illica en la creación de la primera versión en italiano, para ser presentada en la inauguración del Teatro Colón, en 1908. La ópera es trágica y relata la historia del patriota Mariano, quien, enamorado de Aurora, hija del jefe español Don Ignacio, lucha por la expulsión de los realistas.
Según el libro Nobiliario del antiguo virreinato del Río de la Plata, de Carlos Calvo, la misión específica de Héctor Cipriano Quesada fue darle al texto una referencia histórico-patriótica. “Fueron a buscar a los mejores escritores, como cuando contrataban a arquitectos franceses para sus mansiones”, repetía papá mientras escuchaba la letra original en un disco de pasta. “Conseguime el teléfono de quienes salpicaron el nombre de la familia”, gritó. Aterrada, respondí que lo intentaría. Imaginé un duelo de expertos. ¿Bajo qué argumento rebatiría los dichos de los académicos?¿Podría refutar tan lúcidas deducciones, cuando papá ni siquiera hablaba bien el italiano? ¿Podría defender su posición y dar una opinión autorizada tal como hizo Sara Gallardo sobre el Himno Nacional? Frente a tanto dilema, lo único que se me ocurrió fue intentar una nueva traducción que pudiera conformar tanto a los especialistas como a mi padre. Pero al tratar de dilucidar la primera estrofa abandoné. Volví a leer la letra de Aurora, una y otra vez, y llegué a la conclusión de que nuestra canción patria no es, ni más ni menos, que un poema surrealista.
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