Allá afuera todos siguen bailando
Pongamos la semana que acaba de pasar en perspectiva desde esta humilde baldosa de 30x30 en la que caben dos pies pegados, en sexta posición. El lunes feriado dos jóvenes bailarines clásicos argentinos formados en el Teatro Colón –uno radicado en el exterior– preparaban en un emblemático estudio de ballet privado las variaciones con las que representarían al país en una gala internacional. El martes, la directora de una reconocida escuela de danza mascullaba una serie de preocupaciones debajo de su gesto adusto: ¿cómo formar nuevos docentes y que no sean golondrinas?, ¿cómo asegurarse de que el espacio de formación al que dedicó su vida perdure cuando ya no esté?, ¿cómo seguir manteniéndolo sustentable? El miércoles a la noche no cabía un alfiler en el Galpón de Guevara para Estación Serrat, una de las tantas nuevas obras que se estrenaron este mes en el circuito independiente, a la que se llega con el último aliento del día y de la que se sale haciendo camino al andar. El jueves una invitación formal convocaba a participar del acto que distinguirá a uno de los más grandes coreógrafos en la Legislatura próximamente. El viernes, en un centro cultural de Villa Urquiza, el elenco de la Universidad Nacional de las Artes ponía en escena Instrucciones para bailar y contagiaba a la platea las ganas de seguirlas también al pie de la letra. El sábado, de una corrida, se podía llegar de la función de Las Bernardas en el Celcit (la casa donde nació Mariano Moreno) al Museo de Arte Moderno, donde se inauguró Danza actual, gran muestra dedicada a la experimentación en los años ‘60. Es domingo y escribo esta columna para subrayar algo que ya sabemos: que la danza argentina está viva, latente, es diversa, da el presente en todos lados, en las aulas, en los teatros más grandes y los chiquitos, públicos y privados, en los museos y en la calle, que tiene tradición y una rica escena que la honra, que nos representa con orgullo alrededor del mundo, y hay grandes referentes que homenajear. Que la danza no es la hermana menor de las bellas artes.
Y si el cine sí, la música sí, el teatro sí, ¿por qué la danza no? se preguntaban varios en voz alta en el acto de apoyo a la Ley Nacional de Danza que hace unos días concentró a una verdadera multitud en la Sala Argentina del CCK. Las butacas y pasillos del auditorio estaban colmados, también el hall y las escaleras que bajaban hasta el segundo subsuelo del edificio del excorreo. La pregunta, nada retórica, bien directa –”¿por qué la danza no?”– refiere a la creación de un instituto nacional que como el Incaa, el INT o el Inamu dé marco, promueva, impulse y fomente la actividad artística específica de coreógrafos y bailarines.
Sin ingenuidad, claro, era palpable que se asistía allí a un acto político. Tres días antes las PASO habían asestado un golpe inesperado tanto al oficialismo como a la oposición. No solamente eso: la nueva fuerza que se impuso en las urnas pone en peligro sin disimulo la mayoría de las instituciones culturales, comenzando por el propio ministerio, que arrancaría de cuajo como a un sticker de la pizarra –ya lo vimos en un video viral–. Por eso, más fuerte todavía que la premisa “Danza es trabajo” aquella tarde coreaban otra proclama: “Sí a la ley, no a Milei”.
Como dijeron allí algunos de los legisladores que promueven la ley, la “lucha” no es nueva: lleva quince años. Alguien, además, dio en el clavo cuando llamó la atención sobre la necesidad de unidad para transformar los proyectos en ley, empezando justamente porque no hay una sola propuesta. Esa misma cuestión se señalaba tras la presentación en la Comisión de Cultura del Congreso en junio, cuando se realizó una reunión para poner en agenda este debate. Asistieron especialistas del medio a exponer ideas y perspectivas sobre la problemática del sector. Luego se instruyó a los asesores de los diferentes diputados para que evalúen y analicen cada una de las iniciativas para dar tratamiento. ¿Cómo sigue ahora? Porque allá afuera, con todo, se sigue bailando.
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