Algunas tintorerías son parte del ecosistema
Hay tipos que van por la vida sin arrugarse la camisa. Son como una especie de cofradía que tiene cierto don de apresto: hagan lo que hagan durante el día, cuando cae el sol la tela que los cubre baja lisa del cuello a la cintura, sin la menor alteración. Los admiro. No me molestan las arrugas en general, pero sí en las camisas. Quizá porque esas líneas que interrumpen la trama contradicen la naturaleza formal, esa pretensión de uniformidad tras la que uno intenta esconder los miedos y las inseguridades.
He probado diversas tintorerías. La mayoría pertenece a cadenas que dicen respetar rigurosas normas de cuidado del medio ambiente. Pero en todos los casos, apenas las desmonto de la percha, las camisas pierden su forma. Y antes de que terminen de amoldarse a mi cuerpo ya soy un hombre completamente arrugado.
Hace poco tuve una reunión con un alto ejecutivo de una empresa de cosmética, y conversando sobre el tema me recomendó una tintorería clásica del barrio de Belgrano. Era uno de esos hombres que nunca se arrugan. Llevé un par de camisas a modo de prueba, y para mi sorpresa no había en el local ninguna máquina a la vista. Sólo una pequeña recepción atendida por un hombre mayor, custodiado por un perro. El hombre estaba rodeado de cientos de prendas que colgaban a su alrededor, envueltas en un perfecto celofán que, a modo de lente, aumentaba la sensación de perfecto alisado del ambiente.
El tintorero en cuestión revisó mis camisas y sin que yo le dijera nada dedujo que habían sido tratadas en una tintorería ecológica. Se tomó el trabajo de mostrarme todos los daños que le habían infligido a las prendas y el tiempo de vida que habían perdido en cada servicio. Aunque sin conocimiento del tema, intenté defender los solventes biodegradables y contraataqué preguntando dónde estaban sus máquinas. Entonces el tintorero se encendió. Y su gesto amable se transformó. Una cosa es el local y otra cosa es el taller, dijo. Acá recibimos y entregamos, y en el taller se limpia y se plancha.
Me contó su historia. Llevaba 70 años en el negocio y su hija, psicopedagoga de profesión, había decidido seguir sus pasos, y ser la depositaria de todos los secretos del mundo del lavado a seco y el planchado artesanal. Me explicó por qué utilizaba el sistema tradicional, y me dio una master class en cuellos y botones. Ayer retiré las camisas. Me probé una esta mañana y en este momento, ya anocheciendo, la tela sigue en perfecto estado de tensión. El tintorero ha ganado un cliente eterno. A veces no todos podemos salvar el planeta con nuestras acciones. Quizá podamos dividir responsabilidades y algunos apenas ocuparnos de colaborar a salvar un negocio, un diminuto local. Incluso esta acción tenga algo de conciencia ecológica, porque ellos son parte de nuestra naturaleza. Al igual que por las ballenas francas y la capa de ozono, también deberíamos velar por la supervivencia de un tintorero, su hija, y el perro.
El autor es cineasta
lanacionar