Alfredo Londaibere, fiel a sí mismo
Sobre un fondo con flores se imprimieron varios nombres que marcarían una era en la Argentina –Benito Laren, Alberto Goldenstein, Alejandro Kuropatwa, Feliciano Centurión, Omar Schiliro–, junto con otros artistas de mayor trayectoria, como Oscar Bony, Margarita Paksa y Roberto Jacoby. La festiva forma de promocionar Bienvenida primavera, muestra que alojaría a comienzos de la década de 1990 el mítico Centro Cultural Ricardo Rojas, ocultaba sin embargo una tragedia. Fue la primera aparición pública como artista de Schiliro, cuya vocación se potenció por el diagnóstico de que portaba el virus del sida. Moriría tres años después.
Un sabor agridulce similar tiene ahora la exposición que lleva el mismo título en la galería Nora Fisch: es la primera dedicada a Alfredo Londaibere tras su muerte, en 2017, víctima del cáncer. Este artista, que también estará representado en los próximos días en arteBA y tendrá una retrospectiva desde septiembre en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, sucedió a Jorge Gumier Maier como curador de la galería del Rojas y se convertiría en un gran referente de las generaciones que los sucedieron.
Fue en el Rojas donde presentó en 1989 su primera muestra individual, tras haber expuesto en bares y discotecas, y también integró la fundacional Bienvenida primavera, entre septiembre y octubre de 1991. Ese mismo año participó de la primera edición de la prestigiosa Beca Kuitca, y más tarde del Taller de Barracas dirigido por Pablo Suárez y Luis F. Benedit. Su vínculo con espacios claves de la escena local continuaría en la década siguiente en Belleza y Felicidad, junto a Fernanda Laguna.
La búsqueda espiritual, que integró varias religiones, "se hizo cada vez más explícita" en sus pinturas y collages, señala Jimena Ferreiro, curadora de las muestras en Nora Fisch y el Moderno. Ambos caminos se conectaron a tal punto que, a mediados de la década de 1990, la vela de un altar casero provocó un incendio que destruyó varias obras. "Con lo que recuperó pintó una serie de árboles con oro, que exhibió en la Alianza Francesa y regaló a sus amigos", recuerda Sergio Molina, su pareja de entonces y actual custodio de su legado.
El 2015 fue un año clave en su carrera: además de exponer en la galería Nora Fisch, fue premiado en los concursos impulsados por el Banco Central, la Fundación Andreani, y la UADE. Tenía 60 años y le quedaban solo dos de vida. Los transcurrió fiel a sí mismo: introspectivo y anárquico, pintando siete horas por día, ajeno a las modas y abierto a la experimentación.
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