Alfonsina Storni: vida y obra de una poeta eterna, en diez palabras clave
A 130 años del nacimiento de una figura mítica de la literatura argentina, su llama sigue viva; un repaso por su biografía con testimonios de dos especialistas, Josefina Delgado y Tania Diz
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Mito de la literatura argentina -aunque por su nacimiento en Sala Capriasca también es reclamada por Suiza-, la escritora, periodista, maestra y pionera en la defensa de los derechos de las mujeres, Alfonsina Storni, hizo de la expresión su ley. En poesías, conferencias, notas para revistas populares y literarias, supo unir experiencia vital y estética. La “loba fatigada del llano” -como se presentó en el célebre poema- fue criticada en su época por el modo de encarnar una subjetividad femenina moderna, bohemia y desacatada. Fue colaboradora de Crítica y LA NACION, donde publicó versos e irónicas columnas destinadas a las lectoras con el seudónimo de Tao Lao. Sus recitales de poesía (donde ejercitaba sus dotes actorales y declamatorias) convocaban a multitudes; si bien, luego de recibir el diagnóstico de cáncer en 1935, su ánimo se ensombreció, continuó escribiendo crónicas y poemas para exorcizar “la danza negra de la muerte”. En el 130º aniversario de su nacimiento, la llama de Alfonsina sigue viva.
Infancia
En la leyenda, Alfonsina habría nacido en el Atlántico, en el viaje de sus padres rumbo a la Suiza italiana, pero el acta de bautismo consigna que la pareja de Alfonso Storni y Paulina Martignoni recibió a la niña en Sala Capriasca. La familia regresó a San Juan en 1896, donde Alfonsina -que hablaba en italiano, desbordaba curiosidad y tenía tendencia a la fabulación- ingresó en la escuela. Luego recordaría el episodio del robo de un libro de lectura, lo que motivó la denuncia del comerciante a las autoridades del colegio. En 1901, su padre -“vagabundo y huraño” (como lo describe en un poema)- decidió probar suerte en Rosario y, a los diez años, Alfonsina tuvo que abandonar la educación formal para fregar platos y copas en el almacén café de la familia. Escribió su primer poema a los doce años y, desde entonces, llevaba papeles con versos en los bolsillos. En la adolescencia, cuidó a su hermano menor, cosía con su madre y trabajó en una fábrica de gorras. Como actriz en la compañía de José Tallavi, recorrió varias provincias. De regreso en Rosario, supo que su madre se había vuelto a casar y residía en Bustinza. Mientras estudiaba, Alfonsina ofició de maestra rural en Coronda; no obstante, como muchos artistas, fue una verdadera autodidacta.
Cementerio
“La poeta recordará que en su primer verso, a los doce años, ya habla de cementerios. Y luego exhibe aquella sentimentalidad que proviene de una familia donde la depresión y la muerte se instalaron desde antes que ella naciera. Un padre suicida ha marcado a esta chica que tuvo que vivirlo y luego habrá un modernismo que rescate lugares no canónicos, como en su visita al Cementerio del Buceo, se construye una sinfonía donde se los interroga -‘Decid, oh muertos, ¿Quién os puso un día / así acostados junto al mar sonoro?’- y en una audacia poco común en otros poetas los hace gritar a las olas: ‘Venid de golpe y envolvednos como / nos envolvieron, de pasión movidos,/ brazos amantes’. Y cuando los muertos son liberados pueden verse “algunas desprendidas cabelleras. Rubias acaso…'. En su ‘Epitafio para mi tumba’, se burla de sí misma: ‘La mujer, que en el suelo está dormida,/ y en su epitafio ríe de la vida, // como es mujer, grabó en su sepultura / una mentira aun: la de su hartura’”, observa la escritora y profesora Josefina Delgado, autora de Alfonsina Storni. Una biografía esencial.
Horacio Quiroga
Storni conoció al que sería su amigo (y acaso amante) en la casa del pintor Emilio Centurión, en 1922. Quiroga, de 38 años, ya era un autor reconocido y, en sus visitas a Buenos Aires, sobresalía en las tertulias del grupo Anaconda, a las que asistían, entre otros, Emilia Bertolé, Arturo Capdevila, Vicente Rossi y Miguel Petrone. “Horacio Quiroga pertenece al grupo de los instintivos geniales, de los escritores desiguales, arbitrarios, unilaterales y personalísimos”, afirmó Storni. Norah Lange contó que en una reunión de escritores en su casa jugaron una tarde a las prendas. A Storni y Quiroga les tocó besar al mismo tiempo las caras de un reloj de cadena, que sostenía el autor de Cuentos de la selva. Este, en un rápido movimiento, lo corrió para besar a la poeta. Sin embargo, cuando Quiroga decidió instalarse en Misiones en 1925 y le pidió que se fuera con él, ella declinó la invitación, al parecer por consejo de su amigo el pintor Benito Quinquela Martín, que le dijo: “¿Con ese loco? ¡No!” (cabe destacar que para ese entonces, la poeta comenzaba a disfrutar del reconocimiento público). “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como en tus cuentos, no está mal”, son los primeros versos del poema escrito tras el suicidio de Quiroga.
Libros
Como muchos autores, Storni renegaría de su primer libro, La inquietud del rosal, publicado en Buenos Aires en 1916. Un año antes, le había escrito una carta a Leopoldo Lugones, intelectual clave en las primeras décadas del siglo XX en el país. “Yo sé que me tildarán de inmoral. Yo sé que gritarán contra la maestra revolucionaria y poco púdica. Quiero saber si los espíritus amplios como el suyo estarían conmigo”. No se sabe si Lugones respondió, pero en La inquietud del rosal despuntaba una sensibilidad femenina poco común para los estereotipos de la época. Fue, además, una llave que le permitió acceder a los círculos literarios. De 1918 a 1920, con el apoyo de Manuel Gálvez, publicó tres títulos: El dulce daño, elogiado por Roberto Giusti y José Ingenieros, Irremediablemente y Languidez, donde (aun con estructuras poéticas convenciales) indaga las formas del amor, el desamor y el erotismo. Ocre, de 1925, es un libro de transición, donde asume gestos vanguardistas (tal vez impulsada por las creaciones de Oliverio Girondo), que retomaría en Mundo de siete pozos, libro de 1934 que le hizo decir a la escritora chilena Gabriela Mistral que poetas como Storni nacían cada cien años (incluye un poema dedicado a Federico García Lorca y varios con motivos urbanos). Entre uno y otro, publicó en 1926 Poemas de amor. Concluyó en Bariloche su último libro, Mascarilla y trébol, de 1938, con nuevos poemas sobre el mar, el río de la Plata y la muerte.
Hombres
En la poeta, creación y vida corren juntas: ha aprendido a dejarse amar sin prejuicios, pero también a elegir. Y no teme hacer pública su conclusión. El hombre es no solo un igual sino también un ser a quien se puede proteger, como en la “Balada arrítmica para mi amor viajero”, y se puede ser condescendiente. Al juzgar como besan los hombres, concluye: “No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos”. La ironía es la forma de destacar que los atributos asignados al varón provienen del aprecio de la fuerza: “Con mayúscula escribo tu nombre y te saludo, / Hombre, mientras depongo mi femenino escudo / en sencilla y valiente confesión de derrota”. O el reconocimiento mutuo de que ese “hombre pequeñito” del poema tiene enjaulada a la mujer pero también lo está él. Hasta que la gran conclusión llega finalmente en ese “Tú” del poema más popular de Alfonsina, donde se consigna la constricción que sobre la mujer se ha ceñido, y a la vez se le exige al hombre que practique lo que exige. “Entonces buen hombre / preténdeme blanca, / preténdeme nívea, / preténdeme casta”. (Por la profesora y escritora Josefina Delgado)
Feminismo
En 1919, en La Revista del Mundo de LA NACION, Storni publicaba un extenso ensayo en el que sintetizaba y analizaba la historia del feminismo argentino. Ella estaba al tanto del incipiente movimiento por la emancipación de la mujer -así se lo llamaba en esos años- que bregaba por la igualdad de derechos entre varones y mujeres (recordemos que jurídicamente la mujer fue considerada menor de edad hasta 1926 y sin derechos políticos hasta 1947). Storni conocía y admiraba el compromiso y trabajo de Elvira Rawson y Carolina Muzzilli, en pos de mejorar la vida de las mujeres en situaciones de vulnerabilidad. Participó del consejo de redacción de la revista feminista Nuestra Causa. En varias ocasiones, en la prensa, manifestó sus opiniones tanto sobre los derechos como sobre las condiciones culturales de opresión de las mujeres. Hizo la crónica de una acción disidente encabezada por la sufragista Julieta Lanteri: el mismo día de una votación municipal, Lanteri y su grupo armaron mesas eleccionarias femeninas e invitaron a las mujeres a emitir su voto. Varias lo hicieron. Storni narra el suceso y se detiene en describir quiénes fueron a votar y a qué resultado se llegó en comparación con la otra elección, masculina, amparada por la ley. Son los años de cierta militancia de Storni en el feminismo y, probablemente, haya sido la señal de una reflexión sobre la desigualdad social y sobre ciertos corsés de género, a veces demasiado crueles, que atraviesa su obra prolífica, desconcertante y heterogénea. (Por la profesora e investigadora Tania Diz, autora de Alfonsina periodista: ironía y sexualidad en la prensa argentina, 1915-1925)
Maternidad
La poeta -la mujer- ha elegido en su poesía una transfiguración casi filosófica de la condición femenina: dar cuenta de que la naturaleza ha trazado en su cuerpo un camino de misterio. Ese reconocimiento del propio cuerpo y de la responsabilidad que significa elegir ser madre aun cuando las dificultades sean mayores que las de otras mujeres convierte a Alfonsina en un precedente para otras mujeres. La audacia en su vida señaló sus caminos. “A la mujer los números miraron / y dejáronle un cofre en su regazo: / y vio salir de aquel un río rojo/ que daba vuelta en espiral al mundo”. Y luego: “Sombra en tu vientre apenas te estremece / y sientes ya que morirás un día / por aquel sin piedad que te deforma”. Para concluir: “Corazón que me vienes de mujer: / hay algo superior al propio ser / en las mujeres: su naturaleza”. El hijo y el cuerpo se constituyen casi en una misma cosa. Es la madre quien ha decidido serlo, y el fruto de esa decisión será dejar que esa huella de misterio se concrete en la vida misma. (Por la profesora y escritora Josefina Delgado)
Periodismo
Desde sus primeros poemas publicados en algunas revistas rosarinas, Storni colaboró en distintas publicaciones culturales, pero no solo con poemas sino también con cuentos, anécdotas, opiniones, reseñas, diarios de viajes. Para ella, como para muchos escritores de esa época, el periodismo significaba una fuente de ingreso y un lugar más de sociabilidad. A diferencia de ellos, Storni debió atravesar los prejuicios de género que pesaban sobre las mujeres. Y uno de ellos fue su ubicación inmediata en la sección femenina. En verdad, escribió de todo un poco, pero, cuando se ocupó de sendas columnas femeninas (en la revista La Nota y en LA NACION), no dudó en manifestar su queja, primero explícitamente y, luego, a través de la ironía y la parodia con la que emulaba el estilo de escritura destinada al público femenino, con una dura y crítica mirada sobre los modelos de subjetividad femenina que atravesaba las clases sociales. Así, en sus crónicas se detiene en singulares perfiles de tipos femeninos que abarca desde la ingenua costurerita o la perfecta dactilógrafa hasta las niñas inútiles, las jóvenes impersonales y las crepusculares fascinadas por las vidrieras de la calle Florida. (Por la profesora e investigadora Tania Diz)
Cartas
El 18 de octubre de 1938 Storni viajó de Buenos Aires a Mar del Plata y se instaló en un hotel donde solía quedarse cada vez que iba a esa ciudad. Escribió varias cartas -una para su hijo Alejandro, otra para Manuel Gálvez- y un soneto en verso blanco (con ritmo y medida estrófica pero sin rima), “Voy a dormir”, que sería publicado en LA NACION. “Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. /Ponme una lámpara a la cabecera; / una constelación; la que te guste; / todas son buenas; bájala un poquito”, se lee en dramática despedida en verso. El poema se convirtió en la “zamba lenta” escrita por Félix Luna y musicalizada por Ariel Ramírez. En la madrugada del 25 salió del hotel rumbo a la playa La Perla; al día siguiente, dos empleados de la Dirección de Puertos encontraron el cuerpo de la escritora a doscientos metros de la playa, donde hoy se alza el monumento conmemorativo realizado por Luis Perlotti.
Mar
Es uno de los motivos favoritos de Storni, para quien la imagen del mar como refugio surge en los momentos de dolor: “Quisiera esta tarde divina de octubre / pasear por la orilla lejana del mar; / que la arena de oro, y las aguas verdes, / y los cielos puros me vieran pasar”. En sus analogías entre la naturaleza y el cuerpo humano, le concede el lugar de la mirada (“Mares tristes, / apretados, / mueven / en él / sus olas) y, en otros escritos, una predisposición maternal: “el agua de los mares / acuna / casas de espanto”. En los hermosos poemas “Yo en el fondo del mar” y “Perro y mar”, el mar adquiere valores antitéticos y, como sílaba, reaparece en varias palabras del léxico storniano: amar, mariposa, amarillo y amargura.
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