Alessandro Baricco: "Hoy podríamos hacer un Auschwitz, pero sería imposible que no se supiera"
BARCELONA.– La sencillez con la que viste (jeans y remera blanca) corre pareja a sus maneras de expresarse. No hay una pizca de pretensión académica en Alessandro Baricco (Turín, 1958) y huye de las fórmulas grandilocuentes como de la peste. Pareciera que ha hecho suya una de las tesis más sugerentes y provocadoras de su nuevo trabajo. A saber, la esencia de las cosas y el sentido de la experiencia ya no se oculta en las profundidades como antaño. Ya no hace falta años de estudio ni expertos ni gurús para descifrar el misterio, porque ahora brilla en la superficie táctil de la pantalla. Hasta un niño puede encontrarlo sin instrucciones, pulsando un ícono. Todo es extremadamente simple, veloz y divertido, como un videojuego.
Pero que nadie se engañe, porque así como cada sencillo gesto cotidiano en el smartphone oculta toneladas de complejidad tecnológica, cada cristalina frase del autor de Seda (1996) es la punta de iceberg de una descomunal reflexión. No en vano el dramaturgo y popular escritor piamontés es filósofo de formación y uno de los intelectuales más solventes del actual panorama italiano.
Baricco visita la ciudad de Gaudí, invitado al ciclo de conferencias "Converses a La Pedrera", por el que han pasado en los últimos años Zygmunt Bauman, Yasmina Reza, Tom Wolfe y John Eliot Gardiner, entre otros, y aprovecha para presentar en sociedad su última maravilla: The Game (Anagrama). Doce años después de Los bárbaros, un ensayo, tan malinterpretado en su momento como revelador en sus alcances sobre al irrupción de la era digital, Baricco se permite ahora no sólo hacer autocrítica de sus primeras reflexiones, sino incluso ir mucho más allá. Malinterpretado, porque muchos creyeron ver allí el nostálgico canto del cisne por el agonizante mundo analógico, cuando no una sutil diatriba contra los hijos de Internet.
Y nada más lejos de la realidad. "Escribí Los bárbaros antes de la llegada del iPhone. Era un prólogo de este libro. Sabía que escribiría una segunda parte, pero antes quería escribir algunas novelas y esperaba el momento justo para hacerlo", explica. El italiano reconoce las limitaciones de aquel trabajo en el que centraba su análisis sólo en Google –ahora se ocupa de todo lo que hace veinte años no existía, desde Wikipedia, Spotify, o Netflix hasta WhataApp, Tripadvisor, Tinder o Youporn–, pero reivindica "las intuiciones que ahora son ciertas". "Aquello no era un apocalipsis, sino el pasaje de una civilización a otra", dice.
Y a esa nueva civilización pixelada y vicaria –porque bombea realidad desde dos corazones simultáneos, uno material y otro de bits de información– en la que vivimos Baricco la bautiza como "el Game" y la explora con una obra inclasificable y personalísima, a medio camino entre la cartografía imaginable de un mundo nuevo y la interpretación o el manual de instrucciones de un videojuego que, como tal, no lo necesita. Entre otras cosas, porque todos lo jugamos hace rato.
"No es un ensayo, es un thriller arqueológico", provoca con la misma fórmula que le dio en su momento al editor italiano. "No es un libro que explique ideas, sino el relato del viaje de un hombre que las busca", completa el autor. Un hombre que "escava en las ruinas de una civilización para intentar comprender quiénes eran, que querían, de qué huían", dice, aquellos pioneros de Silcon Valley que han diseñado el gran juego.
Y los "indicios" que encuentra el arqueólogo ponen todo patas arriba porque, según Baricco, el cambio de paradigma no es fruto de la revolución tecnológica, sino al revés. "La cuestión no es cómo estos dispositivos cambian mi cabeza, sino en qué momento y porqué cambiamos nuestra mera de pensar y estar en el mundo, que tuvimos que inventarnos nuevas herramientas", dice. "La revolución digital es la consecuencia de ese cambio mental".
En síntesis, aquellos "hippies, nerds o freaks" de las universidades americanas que lideraron la insurrección digital, "se rebelaron contra sus padres y abuelos" y, en definitiva, contra el horror del siglo XX. "Fue el instinto de huir de un mundo basado en fronteras, muros y separaciones. Mi abuelo fue a la Segunda Guerra a matar y morir por defender una frontera. Yo crecí en un mundo dividido por la cortina de hierro", explica Baricco. Y "por qué elegimos escapar del desastre por la vía digital, que ya dormitaba hace 40 años bajo la piel del mundo", se pregunta el italiano. No sólo porque era divertido, sino porque "ponerlo todo en circulación: noticias, recuerdos, ideas, personas, dinero" era la mejor manera de derribar las fronteras. Y de paso, destronar a "las élites", a "la casta de sacerdotes" y expertos que nos habían conducido al desastre. "Las noticias no cruzaban las fronteras. El siglo XX fue de las élites que decidían en pequeñas habitaciones el Holocausto o lanzar la bomba en Hiroshima", sigue el autor. "Hoy podríamos hacer de nuevo Auschwitz, pero sería imposible que la gente no lo supiera", remata.
Tan lejos de la catástrofe como del optimismo ingenuo, Baricco no niega que "perdura la ideología de conflicto del siglo XX" en los actuales muros, ya sean en México, Hungría o Palestina. "Si nos impresionan esos muros es porque hemos derribado muchísimos. Las diversas formas del nacionalismo, parecen una nostalgia de las fronteras. Debemos estar alerta, pero decir que vuelven no es cierto", zanja.
Del mismo modo que no todo es color de rosa en la insurrección digital, que si responde a la matriz del videojuego "es por una razón histórica", dice. Porque los pioneros de la era digital "los inventaron para entender técnicamente que podían hacer con la máquina". Y ahora "están en ADN de todo", desde la aplicaciones a los porgramas y las redes sociales. "Lo que llevamos en el bolsillo no es un teléfono, sino un videojuego". Y si entre los riesgos del gran juego despuntan la manipulación de masas, las fake news, la pesadilla orwelliana del control social o la tóxica adicción a las pantallas, no es nada nuevo bajo el sol. "Google te lleva donde va la mayoría, pero ya conocemos las dinámicas psicológicas de las masas, y ese riesgo ya lo asumió Occidente al instaurar el voto universal", contraataca. Para no mentar "la intromisión en la vida cotidiana y el control que ejercía sobre cada uno la iglesia durante siglos que era peor", concluye.
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