Alessandro Baricco en el Colón: una excursión recreativa y sin conquistas
Con gran expectativa, el público se entregó a la invitación de hacer un viaje inusual junto al pensador y escritor italiano, pero el itinerario fue menos ambicioso de lo esperado
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La invitación era encantadora. Para cualquier persona que se jacte de ser seguidora, amante emocional y admiradora racional de Alessandro Baricco resultaba humanamente imposible resistirse a semejante propuesta. No sería una charla ni una conferencia, no iba a ser un espectáculo teatral. Tampoco una ópera. Por más que la cita fuera nada más ni nada menos que en el Teatro Colón. Lo que este genial pensador contemporáneo y escritor mayúsculo proponía era un viaje. Algo distinto. Cualquiera que se jacte de seguir a Baricco, sabe que “distinto” para él es algo bien distinto. ¿Cómo decir que no? Por más que las entradas fueran caras ($22 mil la platea), la visita del italiano con su nueva creación lo ameritaba. Sul Tempo e sull’ amore (el título dado a esta expresión sin género) era el itinerario. El destino estaba por descubrirse.
La expectativa de los pasajeros tenía motivos para ser alta. Aunque había butacas vacías, el teatro estaba bastante lleno. Muchas personas mayores de edad, cien jóvenes de menos de 35 años que habían obtenido sus tickets casi regalados a $200 y varias parejas –se prestaba suponer que iban seducidas más por el romanticismo de Seda o de Novecento que por la agresividad de Sin Sangre; atraídas por el erotismo de La esposa joven o la poesía de Océano mar antes que por la explicación de la pandemia de Lo que estábamos buscando o el afilado análisis social de The Game–.
El despegue fue forzoso. Algunos intentos y la buena voluntad que el protagonista le pidió a su público, hasta que el sonido funcionó bien y las palabras sonaron comprensibles. Sentado detrás de un escritorio, con algunos papeles, una alfombra en rombo, una traductora a su lado y una proyección a sus espaldas, Baricco relató varias historias y una idea sobre el escenario.
Su manera de hablar: preciosa. El eco de su traductora: en un ritmo acompasado. Su sentido del humor: imbatible. Su inteligencia: exacta. Su sensibilidad: a flor de piel. La puesta en escena: casi nula. El entorno: insuperable.
La luz de sala permaneció encendida toda la función, otorgándole al Colón un rol protagónico en la experiencia y fundamental para darle relevancia. ¿Podría haber sido suficiente? Tal vez, si no hubiera sido él el anfitrión y este el convite.
El relato: dos historias reales (los últimos días de la vida de Tolstoi y la fuga del rey Luis XVI de Francia) junto a tres historias de amor de clásicos literarios que probablemente muchos espectadores ya habían leído o conocían (la noche eterna que Shakespeare les concedió a Romeo y Julieta, la deriva de Florentino y Fermina en El amor en los tiempos del Cólera, de García Márquez, y el reencuentro de Penélope y Odiseo que imaginó Homero).
El no-espectáculo fue una lectura de textos. Tres cuartas partes de la presentación estuvieron dedicadas a la narración de estas historias (ajenas a su creación) que confluían en una idea propia. La idea: el amor como la posibilidad –el hallazgo, el milagro– de cerrar la herida del tiempo.
Lejos de la travesía innovadora e inolvidable que se podía esperar, el viaje resultó una linda excursión.
Posiblemente, para muchas de las personas que saben –intuyen, sienten– que Alessandro Baricco no es una criatura humana común sino un ser con un talento descomunal para mirar el mundo y comunicarlo, la tertulia de antenoche fue un paseo sin conquistas de nuevos territorios. Un trayecto agradable –más recreativo que exploratorio y abordo de una nave privilegiada por cierto– con escalas en sitios bonitos conocidos, hasta una idea interesante. Y ya.
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