Alejandro Katz: "El Gobierno parece tener dificultades para entender la economía de los sectores medios"
Durante la larga década kirchnerista se reveló como un articulista de fuste y una voz decisiva. Alejandro Katz es un intelectual punzante, capaz de abordar temas de la alta cultura y, al mismo tiempo, de intervenir con lucidez en el día a día de la política argentina con sus opiniones y presentimientos. Aquí habla del modelo de país que se está diseñando, cuestiona algunos supuestos y analiza a la coalición gobernante.
-Empiezan a aparecer críticas dentro de la coalición gobernante, como si Cambiemos ocupara una especie de centralidad y fuera oposición y oficialismo al mismo tiempo...
-Sí, eso fue históricamente lo que ocurría con el peronismo, un movimiento que muchas veces fue a la vez oficialismo y oposición. Es cierto que comienza a haber críticas dentro de la coalición; es por un lado razonable y por otro afortunado que así ocurra. Durante dos años el oficialismo debió mostrarse muy cohesionado en su oposición al régimen anterior, ante lo que el Gobierno -y una parte importante de la sociedad- evaluaba como un riesgo de regreso del kirchnerismo. Hoy el kirchnerismo ya no es una preocupación ni para la gobernabilidad ni para la alternancia. Por tanto, hay más libertad para hacer críticas al Gobierno dentro mismo del Gobierno, y también desde afuera. Más libertad para ver los matices que los momentos de los grandes conflictos ocultan. Durante muchos años la sociedad argentina confrontó entre posiciones extremas, que solo permitían ver la realidad en blanco o en negro. Hoy tenemos la posibilidad de discutir, como diría Cristina, la sintonía fina. Eso no nos resulta sencillo porque la Argentina tiene una tradición muy hiperbólica, una fuerte propensión a exagerar al hablar de uno mismo y de los otros. Antes, para algunos, el kirchnerismo era una dictadura populista que nos llevaba a algo parecido a la Venezuela de Maduro; ahora, para otros, esta es la dictadura neoliberal que nos lleva al reino de Videla. Es mejor discutir matices, debatir en voz más baja y sobre detalles más relevantes, y no vernos siempre orillados a sustituir una gran pintura por otra, a reemplazar visiones totalizadoras del mundo por otras visiones igualmente totalizadoras, lo que impide ir trabajando lenta pero sistemáticamente sobre los problemas reales.
-Para el Gobierno es un problema que la mayoría de los argentinos den por superada la etapa de Cristina Kirchner, porque tener ese pasado amenazante le era muy funcional. ¿Cómo será esta gestión de Cambiemos sin esa amenaza?
-Lo primero que tendría que aparecer, y ojalá aparezca, es una discusión acerca de cómo deberá ser el próximo gobierno de Cambiemos. Todo parece indicar que, salvo un cisne negro, Cambiemos se va a reelegir el año próximo. Entonces la discusión no es a quién le gana Cambiemos, sino qué va a hacer en su segundo mandato. Allí se pondrán en tensión las contradicciones de un equipo gobernante que viene de tradiciones muy diversas: radicales, liberales, peronistas e imprecisas tradiciones desarrollistas. A partir de ahora veremos cierta disputa por las políticas futuras, y no ya disputas contra el pasado. Sería muy bueno que discutiéramos eso. Que haya debate dentro y fuera del Gobierno por el futuro.
-¿Te parece que corre peligro la coalición? Elisa Carrió que va contra el presidente de la Corte y contra los amigos de Macri. Es una cosa nunca vista en la política argentina, y no sé si en la latinoamericana...
-Carrió nos enseñó a ser muy prudentes en las predicciones sobre lo que ella va a hacer. Sería desconocer el pasado de Carrió suponer que podemos anticipar cómo actuará en el futuro. De todos modos, no creo que la coalición gobernante corra riesgo. Por lo general, las coaliciones corren peligro en el llano, no en el poder. Hay pocas razones para que una coalición que se está consolidando como proyecto de poder, y que además lo está haciendo en una escena política muy novedosa, se arriesgue a fracasar por conflictos internos.
-Es decir, Lilita no puede ser Chacho Álvarez...
-No, no puede ser Chacho Álvarez. Esta coalición tiene una idea del poder muy distinta de la que tenía la Alianza. Y Lilita no es Chacho. Y Macri no es De la Rúa, eso sin duda.
-El Gobierno ha fracasado hasta ahora en una reforma judicial de fondo. Esto no solo implica un mal servicio de justicia, sino también una cierta impunidad. Y tampoco parece muy concentrado en controlar los servicios de inteligencia.
-Es muy bueno que este gobierno haya sustituido al anterior. Pero no por eso creo que se haya propuesto hacer todo aquello que uno querría que se hiciera. Y no es evidente que quiera hacer una reforma de los servicios de inteligencia como uno hubiera deseado. No es evidente que tenga la convicción y la capacidad de inducir reformas en la Justicia para que esta sea algo parecido a lo que uno quisiera que fuere. Tenemos que distinguir entre el fracaso de nuestras expectativas y el fracaso del Gobierno. No necesariamente, si las expectativas de uno no se cumplen, es el Gobierno el que fracasó. Y esto me lleva de nuevo a la idea de los matices. Si se trata de impugnar en bloque a un gobierno o de adorar de modo acrítico a un régimen las cosas resultan fáciles, pero las sociedades son muy complejas. Hay cosas que se hacen de un buen modo, cosas que se hacen de un mal modo y cosas que se hacen de un modo distinto del que uno piensa que sería un buen modo. La inflación no se ha resuelto como todos querríamos. Ese sí es un fracaso a la vez del Gobierno y de las expectativas de la sociedad. Hay otros temas en los que el Gobierno hace cosas distintas de las que una parte de la sociedad querría. Cuando digo que estos próximos meses van a ser los meses de disputa por las decisiones del futuro, por lo que se hará a partir de 2019, también hablo un poco de esto: ¿qué gobierno va a ser el de Cambiemos? ¿Va a ser un gobierno que ponga el énfasis en las reformas institucionales que se esperaba que introdujera? ¿Afirmará las condiciones para que el capital se instale y se desenvuelva en el país? ¿Va a ser una gestión que dé continuidad a las políticas sociales que ha venido implementando hasta ahora? ¿Va a mirar con un poco más de cuidado a los sectores medios que posiblemente sean sobre los que más intensamente se está realizando el ajuste? ¿Qué tipo de gobierno va a ser? Todavía no lo sabemos.
-¿No es una paradoja que esté creciendo la imagen del oficialismo en determinados sectores populares y decreciendo en las clases media y baja?
-Es consistente con lo que el Gobierno hace. Ha tenido la inteligencia moral o estratégica de no abandonar a los sectores populares y de comenzar a compensar la inmensa desatención en que los dejó el peronismo durante 30 años. Los sectores populares del conurbano bonaerense fueron maltratados de un modo inaudito por un peronismo que decía protegerlos. El Gobierno no hizo ninguna operación ideológica: hizo cloacas. Ahora, ¿cuál fue su política hacia los sectores medios y medios bajos? "Sinceró las tarifas". Ahí hay dos problemas: el primero es que el Gobierno parece tener dificultades para entender qué significa en la economía de los sectores medios y medios bajos el incremento de tarifas. Es como si tuviera un problema de perspectiva que le dificulta comprender el significado de lo que ellos ven como pequeñas magnitudes en la vida cotidiana de familias, para las cuales $1000 mensuales en cada boleta de servicios hacen una diferencia importante. En ocasiones argumentan diciendo que son sectores que están dispuestos a pagar más por la TV por cable o por el acceso a Internet que por la luz. Y eso es un indicio del problema de comprensión. El Estado falló en controlar la inflación y falla en controlar los precios de prestadores que son oligopólicos o monopólicos. Pero, además, les dice que también él, el Estado, los va a tratar como clientes, olvidando que el gas, la electricidad y el agua son servicios públicos esenciales, no mercancías que uno puede o no consumir según sus preferencias. Y les dice: cambie sus prioridades, si no puede pagar la luz y el cable, deje el cable; si no puede pagar el gas y también Internet, deje Internet. Lo cual significa no entender la importancia que estos otros servicios tienen no solo desde un punto de vista real, sino también simbólico, de qué modo establecen una diferencia con la autopercepción que una familia tiene de sí misma.
-¿Y cuál es el segundo problema?
-El Gobierno piensa que hay un esquema tarifario natural, normal o verdadero. De allí las expresiones "normalización tarifaria", "sinceramiento tarifario". Pero no hay una normalización, las tarifas pueden tener más o menos subsidio, pero los precios que se fijan no son precios regulados por el mercado, son monopólicos. Y los sectores medios sienten que, a la hora de fijar las tarifas, el Gobierno no está atendiendo sus necesidades, sino los intereses de las empresas de servicios, y es muy probable que, al menos parcialmente, tengan razón. Esto no quiere decir que el Gobierno tenga que mantener subsidios. Pero entre el mantenimiento de los subsidios y un determinado esquema de precios hay una distancia que no es, como se dice, la que lleva de la anormalidad a la normalidad. Eso es parte de un cierto tipo de problemas que tiene el Gobierno, a mi entender ideológicos, en el sentido de que hacen creer que determinados aspectos de la realidad son "naturales" cuando en verdad son construcciones intelectuales. Por ejemplo, el Gobierno creía que la inflación era un tema puramente monetario. Y es posible que en Estados Unidos, en Alemania, en Francia o en Gran Bretaña sea así, pero en una economía pequeña, cerrada e imperfecta como la argentina, en la inflación hay una buena dosis de determinación de precio de algunos jugadores muy importantes. El Estado es uno de ellos, pero las grandes cadenas de comercialización y algunas grandes empresas de sectores masivos también determinan precios y expectativas. El Gobierno no puede entenderlo porque cree que eso es Kicillof. Y eso no es Kicillof, es la realidad. Ante la cual, por supuesto, Kicillof daba respuestas enormemente dañinas. Pero también se pueden hacer cosas virtuosas con la misma comprensión. En diciembre pasado, el Gobierno dio a entender que mejoró su comprensión del problema, entendió que una política puramente monetaria no solo no solucionaba la inflación, sino que deterioraba la actividad económica. Pero durante dos años hubo un velo ideológico que no les permitió contener la inflación y además hizo más lenta la recuperación económica, deterioró el consumo, perjudicó a las economías regionales e incrementó la deuda. La ceguera ideológica es muy mala consejera. Después del kirchnerismo deberíamos haber aprendido mejor esa lección.
-¿Es el Presidente quien piensa así? Porque hay diversas opiniones dentro del oficialismo...
-Sí, hay opiniones diversas, pero da la impresión de que hay un núcleo que ve el mundo de ese modo. Un núcleo cerrado. Y no creo que sea bueno para el oficialismo ni para la sociedad tener una mirada tan sesgada.
-Analicemos la inflación. Además del déficit fiscal, admitamos que la suba de tarifas era imprescindible y a la vez inflacionaria. Lo mismo que el acomodamiento cambiario, que derramó sobre los precios. Si no hacías todo eso, era grave. Si lo hacías, también. A veces movés y es mate, y volvés a mover y es mate. Un ajedrez complicado.
-El Gobierno se enfrenta a dilemas. Partió de una situación donde toda opción era mala e hizo algo bueno, que fue no tomar caminos radicales ni decisiones drásticas. Quizás uno de los grandes méritos del Gobierno, y del Presidente en particular, sea haber adoptado lo que llaman gradualismo, que consiste en aceptar la necesidad de reformas administrando el ritmo con que estas se van a producir. El Gobierno tomó dos decisiones: proteger a los sectores más vulnerables y garantizar las condiciones para que el capital se desarrollara, confiando en que esto generaría crecimiento y empleo. En ese esquema hubo un gran ausente, que fueron los sectores medios. La crisis de las tarifas es parte de esa ausencia de políticas hacia los sectores medios, porque la administración del ritmo y de la velocidad de los aumentos podría haber sido más lenta si los hubieran tenido en cuenta. Ello habría prolongado el sufrimiento fiscal, pero también hubiera permitido una recuperación económica más rápida, una mejor recaudación y un menor impacto inflacionario que el que produjeron los aumentos de servicios públicos. Y podría haber estado acompañado de una pedagogía del consumo, que estuvo completamente ausente. Ahora bien, ¿por qué el Gobierno dejó de lado a los sectores medios? No solo porque le resulta más sencillo comprender los mundos del capital y de la pobreza, sino también porque nuestro país desde hace 50 años no sabe qué hacer con los sectores medios. No en vano hemos ido convirtiéndonos cada vez más en un país dual, con un sector pequeño de gente muy rica de un lado y un mundo cada vez mayor de pobreza y marginalidad del otro. Los gobiernos han aprendido a administrar la pobreza, de las cajas PAN de Alfonsín a las manzaneras de Duhalde, a las cooperativas y la AUH kirchneristas. También saben que el capital necesita ciertas garantías para prosperar y desarrollar los negocios, cierta estabilidad macroeconómica, marcos jurídicos robustos. Pero carecen de políticas hacia las clases medias, a las que satisfacen con subsidios al consumo suntuario retrasando el tipo de cambio o esquilman en épocas de crisis con devaluaciones, hiperinflaciones o corralitos. Nadie está pudiendo definir cómo la Argentina podría ser un país de clase media viable, sustentable.
-La descripción que estás haciendo es más parecida al viejo conservadurismo y luego al movimiento peronista, compuestos históricamente por una alianza de la clase alta y la clase baja. En contraposición al radicalismo moderno, que representaba a la clase media, ¿no?
-El proyecto de un país de clase media fracasó. El punto es si lo podemos recuperar o si lo debemos sacrificar. Esa es la gran pregunta ausente de la sociedad argentina y creo que debe formularse. Estamos parados sobre un gran equívoco: pensamos que la Argentina es en su esencia un país de clases medias, integrado, y que esto que vivimos es una anomalía. Una creencia muy extendida según la cual en realidad somos aquel país homogéneo, de clase media, en el que la educación fundamentalmente pública era el vehículo del progreso social y de la movilidad social, y el mérito y el esfuerzo eran garantía de un futuro promisorio. Una serie de lugares comunes muy instalados en la memoria colectiva. Y la certeza de que en algún momento regresaremos a aquella normalidad. Pero esa Argentina no existe. La Argentina es esto: 30% de la población pobre, 45 o 50% de los chicos pobres, 15 o 20% de la población rica o muy rica, globalizada, con patrimonios familiares que la alejan de cualquier necesidad material, y un 50% de la población que teme que ellos o sus hijos serán en algún momento pobres, personas para las cuales el futuro es más bien fuente de amenazas que un territorio de oportunidades. Esto no es una anomalía, esto es lo que somos. ¿Podemos ser otra cosa? No lo sé: saberlo demandaría una discusión muy amplia, informada y responsable, porque exige poder formular algunas ideas sobre qué tipo de desarrollo es deseable y posible, qué tipo de inserción internacional, con qué grado de apertura y qué grado de protección, cómo vamos a sostener actividades que no son altamente competitivas en el escenario global pero son socialmente valiosas.
¿Qué está haciendo?
Está trabajando interminablemente en un libro que tiene comprometido con la editorial Planeta y que espera entregar en unos meses.
¿Por qué nos importa?
Es un perspicaz y original observador de la actualidad política, con una mirada anclada en una centroizquierda sin partido. Su pensamiento no va por los caminos transitados, siempre abre nuevos con sus interrogantes y cuestionamientos.
La entrevista completa hoy, a las 23.30
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