Alejandro Aravena: "La arquitectura puede reducir las desigualdades"
El chileno, de 48 años, ganó ayer el premio Pritzker, máximo galardón en su especialidad; el compromiso social, un fuerte de su obra
Como "una revelación" ha descrito ayer el presidente del jurado del Premio Pritzker, Lord Peter Palumbo, el trabajo de Alejandro Aravena (Santiago, Chile, 1967) y su estudio Elemental. Y puede que lo más revelador sea la ampliación del papel del arquitecto que supone su manera de trabajar. Autor de numerosos proyectos de viviendas incrementales -en las que en lugar de recibir un piso terminado el cliente obtiene una casa capaz de crecer cuando su economía lo permite-, Aravena y sus socios han demostrado con sus diseños urbanísticos y sus viviendas sociales una preocupación por las ciudades y por la humanidad que habla de una nueva dimensión de la profesión.
En lugar de trabajar tratando de mantenerse fiel a la idea inicial, Aravena se mete en campos que desconoce. Fue el caso de la reconstrucción de la ciudad chilena de Constitución que en 2010 resistió bien a un terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter y el posterior tsunami. Elemental consultó con los ciudadanos y propuso recuperar espacio para blindar la urbe ante futuros terremotos. En lugar de resistir con muros, idearon un espacio público capaz de disipar la energía sísmica con la fricción de los nuevos parques. Autor de regeneraciones urbanas y de edificios emblemáticos -mayormente universitarios, en Santiago, Austin (Texas) o Shanghai- que combinan valor representativo con eficiencia energética, su mayor aporte está en trabajar desde la escasez.
Desde su estudio en Santiago, Aravena dice que la arquitectura debe recuperar el peso social y alejarse de la irrelevancia.
-El Pritzker siempre prestó atención a las modas. ¿Teme que la arquitectura humanitaria sea, como el deconstructivismo, otra moda?
-Relacionar éxito y culpa es algo a evitar en un país ultracatólico como Chile. Cuando nos anunciaron el premio sentimos libertad. Ya no tenemos que probar nada a nadie. Lo vivimos como un quitamiedos para acercarnos a ámbitos que podían asustar por desconocidos.
-¿Libertad para qué?
-En arquitectura innovar es muy difícil porque es difícil acercarse a algo que no ha sido probado. La agricultura funciona igual. Si siembras algo que no se ha sembrado antes, debes invertir. Si te funciona te copiarán. Si no, te comes solo los costos de tu fracaso.
-¿Puede la arquitectura hacer algo por reducir la desigualdad en Latinoamérica?
-Totalmente. Parte de la adrenalina que sentimos de ser arquitectos es que la ciudad es un mecanismo muy potente de corrección de inequidades. Si hay algún acuerdo en Latinoamérica es que tenemos un problema pendiente con la inequidad. En la ciudad hay factores que permiten mejorar la calidad de vida sin tener que esperar.
-¿Le produjo alguna contradicción recibir el premio habiendo sido jurado hasta 2014?
-La verdad es que no lo vi venir. Quizá precisamente porque estuve en el jurado y conozco el tipo de debates que mantienen. Nunca pensé estar dentro de ese nivel. Fue tal así que cuando me llamaron fue tan fuerte la emoción que, bueno, me puse a llorar. No me quedó otra. Así de inesperado fue.
-¿Qué implica el reconocimiento a un arquitecto que considera que las favelas no son el problema sino la solución?
-Las ciudades son mecanismos muy eficientes en la mejora de calidad de vida de las personas. Suponen acceso a agua potable, a electricidad, a una educación y a trabajo. Sin embargo, las instituciones no han sabido resolver la cantidad de vivienda que tenemos que producir para acomodar a la gente que llega a las ciudades. Por eso los asentamientos informales no representan la incapacidad de la gente de acceder a una vivienda decente. Al contrario, demuestran que a pesar de no contar con ningún tipo de apoyo oficial la gente puede dotarse a sí misma de una protección contra el medio ambiente. El mayor problema de las favelas es que el bien común no queda garantizado con la acción individual. Eso deja un papel para la arquitectura como canalizadora de las capacidades de la gente para autoconstruir. Sin contar con la iniciativa ciudadana no llegamos a construir ciudades más que para una minoría del mundo.
-¿Viviría en una favela?
- No. Sin embargo, el mecanismo de prueba que utilizamos en los proyectos de vivienda es preguntarnos si nosotros viviríamos allí. Esa es la prueba última de cuanto sale de nuestro estudio. Si la respuesta es no, entonces no lo hacemos. Nuestras viviendas sociales no están completadas, pero permiten prosperar y tienen un estándar de clase media.