Alegoría del relato
ZARZARROSA Por Robert Coover (Anagrama)-100 páginas-($ 12)
DESDE la obtención del Premio Faulkner a la mejor novela (1966), no han faltado honores ni publicaciones en la carrera de Robert Coover (Iowa, 1932). A las ya traducidas al castellano ( El hurgón mágico, Sesión de cine, La fiesta de Gerald y Azotando a la doncella ), se añade ahora Zarzarrosa (1996), cuya reseña quizás convenga encabezar así: Había una vez...
Había una vez un príncipe que se internaba en la densa vegetación que rodeaba un castillo, una princesa dormida desde hacía cien años y una vieja que hilaba en una habitación perdida en una torre del palacio. Ante ingredientes semejantes, no extrañará que el lector se formule la misma pregunta que la soñadora protagonista, Zarzarrosa: "Este cuento, ¿no lo he escuchado ya?" Si usurpáramos el lugar de la vieja, bruja-hada, "conjuradora de encantamientos" y "manipuladora de tramas", podríamos tal vez responderle: "Sí y no". Porque si algo domina los diversos planos de esta engañosa nouvelle , es la apuesta casi descarada por la ambigüedad.
Echar mano al repertorio de los cuentos tradicionales no es una novedad, pero menos aún lo es en el caso de este autor, que ya lo había hecho en varios relatos de El hurgón ... Es evidente que Coover no teme la repetición.
Muy por el contrario, repetición y variante son piezas centrales en su narrativa y Zarzarrosa lleva a un punto extremo esa fórmula compositiva. No sólo encontraremos una y otra vez en sus páginas tres escenas que jamás reaparecen idénticas (el príncipe en el seto, los "despertares" de la princesa y sus encuentros con la vieja). Coover ha ido un paso más allá al introducir en el relato una narradora (la bruja-hada), cuyos cuentos (múltiples y muy particulares variaciones del de la Bella Durmiente) reproducen el mecanismo compositivo. Naturalmente, el lector no puede sino enredarse en las zarzas de un juego de espejos donde también se reflejan versiones de otras historias (las de Medusa, Perseo y Andrómeda, etc).
Pero repetición y variante no son sólo un recurso técnico. Si la repetición crea la apariencia de una inmovilidad, de un tiempo narrativo detenido (en correspondencia con el tema del cuento tradicional), la proliferación de variantes, que introducen constantes movimientos en las escenas, delata lo ilusorio de esa fachada. Y el tiempo es un tema central en Zarzarrosa , donde se invierte el sentido de los dones otorgados a la princesa, al afirmar que el benéfico fue procurar evitarle "el suplicio de la parte del por siempre jamás de la vida" y el perverso, transformar "ese bienintencionado regalo en muerte en vida y vida en muerte sin interrupción". El hechizo que condena a Zarzarrosa a escuchar (o soñar que escucha) múltiples versiones de su cuento, siempre distinto e igual, deja sin respuesta las preguntas que la arrastran a seguir escuchando a la vieja ("¿quién y qué soy?, ¿por qué?"), así como impide que el lector decodifique un sentido en las escenas siempre cambiantes.
Como al príncipe del relato, al lector que se adentre en Zarzarrosa lo espera un seto, por momentos florido y familiar, "voluptuosamente receptivo"; por momentos (o casi mejor, a un tiempo) plagado de zarzas de espinas lacerantes, inextricable. Y así como en sus andanzas el príncipe descubrirá que "nada en este castillo es lo que es, que todo aquí tiene una doble vida", el lector descubrirá que Zarzarrosa es y no es una recreación de la conocida historia de la Bella Durmiente, es y no es un relato alegórico. O tal vez (no en vano, en otras obras Coover ha homenajeado explícitamente a Cervantes y a R. Queneau), una alegoría del relato.