Alberto Ginastera: la música de las pampas
Ginebra. Diciembre de 1980. Querida Georgy: Aquí van mis augurios para unas felices fiestas. Estoy terminando el Concierto nº 2 que se estrenará en Viena. Se anuncian varias cosas por mis 65 abriles y el 6 de julio se tocarán Panambí, mi opus 1 y este 2º concierto para cello, mi opus 50, en el Teatro Colón. Entre una y otra obra transcurren 45 años de lucha hasta alcanzar un ideal. No son muchas obras si pienso en Britten o en Shostakovich. A mi edad, ellos habían pasado las cien. Pero no hay que olvidar que soy argentino y no es mi país el que más me ayudó. Si fuera inglés hoy sería un lord. Si fuera ruso, sería ‘el artista del pueblo’. Pero es mejor seguir adelante sin mirar a los costados como las mulas en los senderos montañosos.” La carta dirigida a su hija Georgina la firmaba Alberto Ginastera, uno de los más grandes compositores del siglo XX, desde ese largo y definitivo exilio interior en Suiza donde transcurrió la última década de su vida. Un lamento en el que dejaba traslucir las huellas de las experiencias más amargas que le deparó la política.
1945. La primera de ellas, cuando en agosto de ese año fue exonerado como profesor del Liceo militar luego de manifestar su repudio por el despido de varios docentes que habían participado de una protesta contra el gobierno de Farrell, y dejó asentado que se lo despedía por su postura antiperonista y “por defender los principios de la libertad”, afirmación por la cual decidió que el sombrío momento político lo obligaba a alejarse del país.
1952. La segunda experiencia dolorosa tras regresar a la Argentina y fundar el Conservatorio de Música y Arte escénico en La Plata, cuando en 1952 se le impuso rebautizar el instituto de formación musical con el nombre de Eva Perón, despropósito al que se opuso y por el que fue nuevamente exonerado bajo el causal de “antiperonismo explícito”, perdiendo las cátedras que eran su sustento.
1967. El golpe final con la hora de Bomarzo cuando, bajo la dictadura de Onganía con un decreto de julio de 1967, firmado por el intendente de la ciudad y el director del Teatro Colón justificando “la indeclinable tutela de los intereses de la moral frente a las referencias obsesivas del sexo, la violencia y la alucinación”, se prohibía en el coliseo porteño la ópera que lo consagraba como compositor lírico tras su estreno mundial en Washington, erigiendo el caso como paradigma de la censura.
“Mi padre era católico al extremo”, me contaba Georgina durante la lectura de una colección de cartas que recopilamos en un libro llamado De Padre a Hija, de entre las cuales surge el resignado párrafo inicial. “Mi padre era católico, creía en Dios y en la religión, pero tenía un principio fundamental para el arte: que debe ser libre e independiente de la moral. No se tomaba la vida con sarcasmos porque todo le dejaba una huella profunda en lo recóndito del corazón y ese hecho último –la prohibición de Bomarzo–, había abierto en él una herida incurable que marcó un antes y un después con la Argentina para el resto de su vida.”
Alberto Ginastera nació en Buenos Aires en 1916 y murió en Ginebra en 1983. De entre toda la pletórica música que compuso hay una simple y entrañable melodía con que los cantantes lo recuerdan como una caricia en la voz ¡pero vaya contraste porque dice “en mis pagos hay un árbol que del olvido se llama”!
Film&Arts lo recuerda con un documental de Marcelo Lezama para la serie Breaking Music que cuenta el viaje de la violinista berlinesa Carolin Widmann a Buenos Aires tras los pasos del compositor y la inspiración de su arte, el ritmo de la ciudad y el frenesí de los años que dieron sus Pampeanas, el ballet Estancia, los conciertos para piano y violín, la guitarra, las Danzas criollas y ese espléndido, tan implacable y generoso Malambo suyo que como un trofeo se sube a cada escenario llevando orgulloso la música argentina –la música de las pampas–, un destello en medio de la noche con todos los colores y sonidos del universo.
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