Al rescate de Peggy Guggenheim
En el centenario de la rica y excéntrica coleccionista, el Museo de su familia en Nueva York le rinde homenaje.
EN agosto se cumplirá el centenario del nacimiento de Peggy Guggenheim. Hija alocada de un padre alocado, fue magnético tema de conversación durante gran parte de su vida. La existencia de Peggy osciló siempre entre el amor y el desamor. Vestía en forma llamativa (hasta sus anteojos oscuros eran noticia) y, en la imaginación popular, se destacaba aún más por las fiestas que ofrecía. En la madurez -falleció en 1979- residió con relativa permanencia en Venecia, en una casa magnífica y extraña sobre el Gran Canal, que llenó de obras de arte, igualmente extrañas para muchos visitantes.
Gran parte de esta historia aparece contada o aludida en la nueva exposición neoyorquina "Peggy Guggenheim: una celebración", en el Museo Guggenheim, de la Quinta Avenida, que se prolongará hasta el 2 de setiembre. Por supuesto, el Guggenheim es el museo de la familia de Peggy, que, desde hace largo tiempo, preside su primo en segundo grado Peter Lawson-Johnston.
Debo decir que la exposición es curiosa y un tanto insustancial. El centro de atención es Peggy la famosa, más que Peggy la campeona del arte del siglo XX en su máximo nivel.
El Museo Guggenheim estimula bastante la versión de una gran diva, ebria de bohemia elegante. Lo primero que ve quien recorre la exposición es un álbum fotográfico enorme, la mayoría de cuyas imágenes aparecen enmarcadas, colgadas de las paredes. Peggy está presente en casi todas. Muchos retratos de Peggy y de sus amigos pertenecen a fotógrafos talentosos, como Berenice Abbott, Man Ray y Giséle Freund.
Otras fotos son más reveladoras por tratarse de instantáneas tomadas al paso, como esa imagen de Peggy en la Villa Air-Bel, en las afueras de Marsella, donde un joven norteamericano, Varian Fry, se arriesgaba a sacar de Francia a refugiados europeos -corría el año 1941- y procurarles un asilo seguro en los Estados Unidos. Sin embargo, en casi todas las fotos, y hasta en los dos retratos que pintó Franz von Lenbach, cuando Peggy tenía 5 años, se percibe la misma cantilena. Peggy parece preguntarnos con la mirada: "¿Alguna vez alguien me amará de veras?" Esa mirada perpleja, desasosegada, rara vez la abandona.
La gran ausente
En esta exposición, falta casi por entero la Peggy Guggenheim más digna de recordación. Como coleccionista, tuvo suerte en tres puntos vitales. Primero: recibió el consejo oportuno e inspirado de Marcel Duchamp, entre otros. Segundo: pudo adquirir obras importantes de Brancusi, Braque, Picasso, Léger, Kandinsky, Duchamp, Delaunay, De Chirico, Dalí, Klee, Miró, Masson, Magritte, etcétera, en 1940 y 1941, cuando nadie compraba. Tercero: rondó la Escuela de Nueva York, en sus comienzos, y la respaldó de todo corazón.
Suelen reprochar a Peggy que obrara siguiendo consejos ajenos, pero más importante era su rapidez de acción. Tampoco compraba en bloque, como han insinuado algunos. Su ideal habrá sido, quizá, comprar "una pintura por día", pero en aquellos tiempos era imprescindible actuar con prontitud. En Europa había muchos artistas desesperados por vender sus obras a medida que la sombra del Tercer Reich se extendía sobre el continente. Peggy compró el núcleo de una de las grandes colecciones de arte del siglo XX, buena parte del cual constituye la Colección Peggy Guggenheim, hoy propiedad de la Solomon R. Guggenheim Foundation.
Desafortunadamente, inauguró su galería londinense en un momento inoportuno: enero de 1938. La abrió con una muestra de dibujos y muebles de Cocteau. A continuación, en marzo de ese año, Peggy pudo exhibir por primera vez en Londres pinturas de Wassily Kandinsky. Los 38 cuadros expuestos -no vendió ninguno- significaron un esfuerzo valiente.
Cuando abrió su galería neoyorquina, Art of This Century, en octubre de 1942, la situación había cambiado totalmente. El Londres de 1938 era una ciudad recelosa de una guerra mundial, que reaccionaba flojamente -por no decir con inercia- frente al nuevo arte llegado de ultramar. La Nueva York de 1942, en cambio, rebosaba de artistas europeos que habían llegado en calidad de refugiados.
También contaba la presencia de la floreciente Escuela de Nueva York, entre cuyos miembros figuraban Jackson Pollock, Clyfford Still, Mark Rothko y Robert Motherwell. Todos ellos expusieron en Art of This Century, en un ambiente diseñado por Frederick Kiesler que constituía, de por sí, un triunfo del espíritu moderno. Allí se exhibían pinturas nuevas de una manera novedosa. Entre 1942 y 1947, Peggy Guggenheim fue una galerista incomparable para el nuevo arte norteamericano. Ese fue, tal vez, su mayor logro.
La exposición debería habernos recordado lo que Clement Greenberg, defensor pertinaz de Art of This Century, dijo de Peggy Guggenheim en 1980: "Su lugar en la historia ha crecido en los últimos treinta y tantos años". Ese era el tono que debería haber tenido su centenario. Pero no lo tuvo.