Al rescate de los libros malheridos
¿Qué hacer cuando la humedad, el agua o los insectos devastan una biblioteca? Según el instituto Tarea, de la Universidad Nacional de San Martín y el Laboratorio de Conservación Nicolás Yapuguay, de la Compañía de Jesús, instituciones de referencia en la restauración de piezas bibliográficas, es mucho lo que se puede lograr con instrumentos y saberes adecuados
El 12 de junio de 2012, cerca de cinco mil libros de la Biblioteca "Esteban Echeverría" de la Legislatura porteña quedaron bajo el agua durante varias horas por culpa de la avería de un caño. Un grupo de restauradores y de voluntarios se ocupó de rescatarlos en plena madrugada. Casi dos años después, la mayoría de los volúmenes afectados fueron recuperados. Algo similar ocurrió el 2 de abril de 2013 en la Biblioteca de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam): en medio de una fuerte tormenta, una "ola" entró por la ventana del subsuelo y empapó pilas de libros, depositados allí a la espera de ser catalogados. Un equipo de especialistas del laboratorio Tarea, dependiente de la Unsam, logró salvar la mitad de los ejemplares. El resto está en proceso de recuperación en un freezer (a 18 grados bajo cero), una de las técnicas que se utilizan para estabilizar el material afectado por el agua.
Tarea (Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de San Martín) y el Laboratorio de Conservación Nicolás Yapuguay, de la Compañía de Jesús, son dos instituciones de referencia en el país, especializadas en restauración de piezas bibliográficas y capacitación del personal de bibliotecas y archivos. Con distintos perfiles, ambas trabajan con equipos interdisciplinarios y abarcan también las áreas de investigación y de formación a través de carreras de posgrado, en el caso de Tarea, y de seminarios abiertos a la comunidad, en el Nicolás Yapuguay, que funciona como un laboratorio escuela.
Patrimonio bibliográfico
El edificio de Barracas (Benito Quinquela Martín 1784) donde tiene su sede Tarea fue construido en 1987 por la Fundación Antorchas. Desde 2004, cuando fue cedido a la Unsam, el taller ha restaurado más de 200 obras; entre ellas, el mural Ejercicio plástico, de David Alfaro Siqueiros. También se ha ocupado de muchas de las piezas de la colección Furt, conservadas en la estancia Los Talas de Luján.
"Continuamos con las tareas de restauración impulsadas por la Fundación Antorchas y se sumaron actividades de índole académica: la investigación y la formación de recursos humanos en conservación y restauración de patrimonio artístico y bibliográfico –cuenta María Angela Silvetti, restauradora y docente que trabaja en Tarea desde 2008–. Nos orientamos hacia el patrimonio nacional. En general, atendemos demandas de instituciones públicas y también de algunos coleccionistas y particulares."
Uno de los proyectos más importantes que Tarea lleva adelante en la actualidad está centrado en la investigación y restauración del archivo personal de Pío Collivadino, un trabajo que involucra a conservadores e historiadores del arte. Además, desde 2009, brindan asesoramiento y capacitación al personal de la Biblioteca de la Facultad de Derecho (UBA). "Para celebrar el Bicentenario, la facultad montó una exposición dedicada a las lecturas en el Mayo de 1810, y nosotros nos ocupamos de restaurar un conjunto de libros del fondo antiguo para que estuviera en condiciones de exhibirse –explica Silvetti–. En una segunda etapa trabajamos sobre encuadernaciones del siglo XIX. La próxima involucra una colección de primeros impresos rioplatenses, algo que nos ha permitido aprender sobre la encuadernación en la época y las técnicas de impresión en nuestro territorio."
El Laboratorio de Conservación Nicolás Yapuguay, por su parte, se dedicó desde sus comienzos, en 2005, a restaurar los quince mil volúmenes del Fondo Antiguo de la Compañía de Jesús en la Argentina, que en su mayoría fueron impresos entre los siglos XV y XVIII. Hoy ese trabajo está casi terminado, pero quedan algunos ejemplares en proceso de estudio y recuperación, como un libro de bolsillo, presuntamente hecho a pedido de un jesuita, que tiene algunas páginas manchadas con aceite.
Equipado con maquinaria e instrumental de última generación, de origen italiano y único en América Latina, el laboratorio que funciona en el edificio del Colegio del Salvador (Callao 542) también atiende consultas y pedidos de instituciones y particulares. Además de libros, allí restauran fotos antiguas. El personal de esa área fue convocado después de la gran inundación que afectó la ciudad de La Plata para asesorar a vecinos que querían recuperar sus álbumes de fotos familiares.
En un recorrido por las instalaciones, la responsable del laboratorio, Susana Brandariz, explicó a adncultura cada paso del proceso desde el diagnóstico inicial: cuando ingresa el material, se registra con cámaras digitales el estado en el que llegan las piezas. Enseguida lo estudian en forma interdisciplinaria (especialistas en papel, tintas, época de impresión, entre otras cuestiones) y deciden la técnica a utilizar. Como el criterio que prima actualmente está basado en la intervención mínima (para conservar las marcas de uso y del paso del tiempo que dan prueba de la historia, como en el caso citado de la Biblia personal de un jesuita), muchas veces el libro sólo recibe un tratamiento básico de limpieza. Aunque con los equipos italianos con los que cuenta el laboratorio es posible desmontar páginas, lavarlas, recuperar pedazos de papel rotos o carcomidos que atentan contra la lectura y rearmar los libros, entre otras cosas, en general tratan de evitar los procedimientos más extremos. Al igual que en Tarea, los restauradores del taller Nicolás Yapuguay utilizan técnicas reversibles, que permiten volver al estado anterior al de la intervención. Así, si fuera necesario, se podría aplicar otro método de restauración en el futuro.
Cada pieza recibe el tratamiento que necesita. Pero hay algunos pasos comunes. Con lupa y en una mesa de luz, una experta en papel analiza marcas como filigranas y sellos típicos de la época. La limpieza se puede hacer en forma manual y también con una máquina por la que, por ejemplo, pasaron cientos de libros de la Biblioteca Nacional. Todo eso se realiza en el sector seco. En el sector húmedo están las bateas donde se sumergen hojas sueltas, que luego pasan por la mesa de succión que aspira la humedad del papel. En un espacio cerrado está la "estrella" del laboratorio: una máquina que permite reconstruir hojas dañadas, con pulpa de materiales similares al original que preparan allí mismo. En unas estanterías metálicas se dejan secar las páginas y luego hay prensas de diversos tamaños para rearmar cada ejemplar. Estos últimos pasos se aplican en casos excepcionales.
Entre las instituciones que han requerido los servicios del laboratorio de la Compañía de Jesús figuran las bibliotecas del Centro Argentino de Ingenieros, de la Asociación Dante Alighieri y del Museo Mitre, cuyo acervo donado por Bartolomé Mitre fue limpiado, relevado y restaurado por el equipo dirigido por Brandariz. También trabajaron con documentos afectados por hongos en la Comisión Nacional de Valores y restauraron un libro del siglo XVI proveniente de la abadía del Niño Dios, de la provincia de Entre Ríos. Actualmente, se ocupan del fondo antiguo que conserva el convento de San Lorenzo, en Santa Fe.
Colecciones privadas
Los libros, las revistas y los documentos guardados en bibliotecas particulares también corren riesgo de deterioro, más allá del potencial peligro de un caño roto o una inundación. El polvillo acumulado en estantes y muebles, la proliferación de hongos e insectos, el exceso de calor y humedad en los ambientes suelen afectar el papel, en especial el que fue producido industrialmente entre 1850 y 1950, que contiene alta cantidad de fibras impuras. Es por eso que los restauradores aplican procedimientos de conservación preventiva, es decir, todo lo que se puede hacer (a nivel institucional y particular) para cuidar esos preciados objetos de lectura. Al igual que sucede con los vinos, las condiciones ambientales en los espacios de guardado resultan clave. Tanto es así que los estudiantes de la orientación en "Restauración y conservación de material de bibliotecas y archivos", de la carrera de Bibliotecología de la Universidad de Buenos Aires, cursan una materia llamada, justamente, Conservación Preventiva.
"Cada colección tiene su propia patología y su propia manera de subsistir. El mismo material no sobrevive en dos lugares distintos. Es por eso que cuando se mueven las bibliotecas de lugar o de ambiente, a veces, los papeles se deterioran –asegura Silvetti–. Los materiales tienen sensibilidades diferentes y, según como se hayan conservado, estallan o no los problemas inherentes. Me ha pasado entrar en fondo antiguo en Mendoza y ver los cueros impecables, ya que no hay humedad como en Buenos Aires, donde la mayoría de las colecciones están deterioradas por el clima y la polución ambiental."
Según la especialista, el problema más importante que sufren los papeles es el de la acidez. "Cuando comenzó la fabricación industrial, se logró una producción masiva de celulosa pero con materia prima menos pura. La presencia de lignina (una de las fibras de la madera), más algunos encolantes, provoca que el papel se vuelva amarillo, amarronado, y sumamente quebradizo. Ése es un problema típico del período que va de 1850 a 1950", agrega Silvetti.
Si el material tiene hongos o fue atacado por insectos se puede desinfectar con técnicas diversas. En la Facultad de Derecho, Tarea está recuperando libros y documentos afectados por insectos. "Hay dos clases de insectos que se alimentan de papel y de los engrudos empleados en las encuadernaciones. Trabajan en cooperativa: uno come en forma vertical y el otro, en forma horizontal. Juntos hacen estragos", explica Brandariz.
¿Qué se puede hacer cuando los libros quedan bajo agua? Por suerte, según coinciden las especialistas, siempre se puede encontrar una solución. "Viví varios desastres por agua, de distinta escala –cuenta Silvetti–. Uno de ellos fue el que afectó nuestra biblioteca. Ese episodio nos sirvió para estudiar nuevas técnicas de secado que todavía no habíamos aplicado."
Como instructivo general, más allá de que se trate de una institución o de una vivienda particular, para recuperar los libros mojados hay que actuar rápidamente: lo primero es separar y poner a secar los ejemplares durante las primeras 48 horas, dado que luego comienzan a desarrollarse microorganismos. "Como criterio inicial hay que reconocer los tipos de soportes que están presentes en las colecciones: si se trata de papel ilustración, por ejemplo, hay que secar de manera urgente porque se pega. También hay que determinar de qué período son los libros: muy probablemente uno antiguo resista mucho mejor que uno moderno. El papel es el material más noble en el agua porque ésta es parte de su naturaleza (se hace con agua), pero las cubiertas de piel y cueros se arruinan con la humedad", agrega la docente.
Ambas instituciones ofrecen asesoramiento y formación para el personal de bibliotecas, museos y archivos. Para los restauradores y conservadores es un importante desafío. "Ésa es otra apuesta: acompañar los proyectos de modo integral, no sólo con la intervención de las piezas sino también con la capacitación de los usuarios, una práctica que tendrá un beneficio a largo plazo –concluye Silvetti–. Todavía hay mucho trabajo para hacer."