Al rescate de los jóvenes lectores perdidos
Alrededor de los 9 años, los niños abandonan la lectura y se consagran a Internet. Los especialistas analizan las causas y sugieren estrategias para devolverles el placer por los libros
Qué raro. Justo cuando la vida empieza a ponerse más interesante -más confusa y más ambigua, también-, cuando ya se domina más o menos con facilidad el código común (y la lectoescritura, con perdón de la palabra), es el momento elegido para que se produzca una fuga en masa de lectores. Los mismos chicos que habían disfrutado prácticamente desde la cuna de todo tipo de estímulos en forma de libro (de trapo o de plástico para el momento del baño; de cartón para soportar el "tránsito pesado"; con stickers o con elementos aptos para mayores de 3 años y, por fin, de papel y con grandes ilustraciones coloridas) se descorazonan, se aburren o, peor aún, se avergüenzan de leer más de un libro o dos por año, y temen las burlas de sus pares.
Paradoja de paradojas, hoy que el conocimiento se privilegia como casi la única vía de acceso al mundo "tecnologizado" del futuro (que ya es hoy), los "cabecillas" juveniles abominan de él y lo desprecian. Es entonces cuando expertos en educación y protagonistas del circuito literario se enzarzan en discusiones no siempre fructíferas acerca de las dificultades en la comprensión de textos por parte de los chicos de más de 8, 9 o 10 años en adelante, de las nuevas habilidades que traen el uso de Internet y las redes sociales y, por fin, del desafío de saber aprovecharlas.
¿Dónde empieza verdaderamente el Triángulo de las Bermudas de los jóvenes lectores? ¿Es la imagen todopoderosa la culpable de que pierdan de vista la gramática, que por contraste resulta poco "placentera"?, ¿o son los ejercicios de los maestros y profesores sobre textos literarios (por ejemplo, analizar en el texto cuáles son las funciones del adjetivo o algo parecido) los que hacen que los jóvenes ya no disfruten de la lectura?
Como siempre, las razones y las respuestas son muchas y variadas, de acuerdo con quién sea el consultado.
El psicoanalista, docente y escritor Eduardo González (autor del libro de relatos Cementerio clandestino y de las novelas El fantasma de Gardel ataca el Abasto, El secreto de Leonardo Da Vinci, La maldición de Moctezuma; coautor con Osvaldo Aguirre de la divertida Graffiti Ninja, y distinguido, entre otros galardones, con el Primer Premio del Concurso de Relatos Policiales "Indio Martín" de Cuba, en 2004) opina que el fenómeno es muy amplio y uno de los principales motivos es "el retiro del cuidado de los adultos hacia los chicos". La oferta intelectual está atrasada un siglo, para González, y los adultos, que han creado la cultura de consumo, critican a los jóvenes por ser consumidores:
Hoy la adolescencia comienza antes y termina mucho después, y como el marketing les da importancia a los adolescentes sólo como consumidores, la oferta que se les hace es paupérrima: emborracharse y bailar. Decir que se lee es hablar de un vínculo estable, y todo lo que implique estabilidad está hoy cuestionado. Los adultos de más de 40 años no quieren vínculos adultos y los adolescentes también se avergüenzan de tener una pareja estable, por lo cual se establece una relación perversa entre lo efímero, la soledad y el consumo. Pero siempre quedan los grupos atrincherados entre sus pares; por ejemplo, los lectores fanáticos de Tolkien.
Por supuesto, también hay voces optimistas, como la de un editor de raza, que no tiene miedo a publicar lo que le gusta: Daniel Divinsky, que sacó el año pasado en Ediciones de la Flor El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, con las ilustraciones del gran Crist, muy recomendable para lectores de 18 años en adelante, y cuya edición de Los libros de Alicia, de Lewis Carroll (con traducción anotada de Eduardo Stillman y prólogo de Jorge Luis Borges), ya va por la quinta reimpresión.
Yo creo que si estamos en la cultura de la imagen, la captación de lectores jóvenes debe darse por la historieta y la novela gráfica, aunque las colecciones de antes, con Salgari y Julio Verne, se siguen vendiendo. Y también está la lectura en pantalla, de la cual no hay cifras porque es muy difícil de mensurar. Además, hace diez años era difícil que un autor que no hubiera aparecido en un diario o en una revista fuese más o menos conocido; en cambio, hoy, un autor (como Liniers) es conocido por su blog y por su página Web. Y no deberíamos dejar a un lado la influencia de lo que me gusta llamar la lectura clandestina, es decir, la que se recomienda sin querer desde alguna telenovela, como ocurrió alguna vez en Rolando Rivas taxista, cuando su autor, Alberto Migré, hacía agotar ediciones sólo por haber nombrado alguna obra en particular
También está en esa tesitura Carlos Silveyra, presidente de la Asociación del Libro Infantil y Juvenil de la Argentina (Alija). Maestro, profesor en ciencias de la educación y un experto de larguísima trayectoria como escritor, editor y asesor de literatura para chicos y adolescentes, está convencido de que es alrededor del 4to. grado de la escuela primaria cuando se "blanquea" el tema de la lectura:
Históricamente es la gran edad para leer, porque a los 10 años ya hay mayor autonomía. El problema es que no está suficientemente bien instalada la necesidad de ofrecer cosas interesantes a cada chico, como un sujeto diferente, y se cae en el criterio de separar por banda etaria. Sin embargo, las viejas colecciones de los años 40 a los 60 (Sopena, Billiken, Robin Hood), si bien eran monolíticas (siempre la misma forma de presentación), abrían senderos invisibles: a los varones, las aventuras de Sandokán, Tarzán, Bomba; a las mujeres, los libros de Louise May Alcott, Pollyanna, etcétera. Ahora el marketing atenta contra la diversidad: se piensa en un lector homogéneo, que lee lo mismo que otro. Pero incluso Harry Potter, cuando se editó por primera vez en una editorial chica, no les fue impuesto a sus lectores, porque ahí hubo una decisión individual y una recomendación de boca en boca, que produjo el boom y el best seller posterior. Y para los que se quejan de las cualidades literarias de J. K. Rowling, hay que aclarar que nuestro amado Emilio Salgari, escritor de folletines, tampoco usaba un italiano literariamente muy correcto que digamos.
Sorpresa. Sorpresa
Si Divinsky habla de la "recomendación clandestina", Ana María Cabanellas, editora y ex presidenta de la Unión Internacional de Editores, prefiere llamarla "bibliografía ingenua", como la que, sin querer también, se recomienda en Crepúsculo y los otros tres tomos de la serie de la estadounidense Stephenie Meyer. El fenómeno mereció recientemente una simpatiquísima columna de Juana Libedinsky en la sección Cultura de este diario, "Un efecto impensado de los vampiros", sobre las nuevas ediciones de Cumbres borrascosas, presentadas con "un diseño gráfico en negro y colorado, con letras góticas para que parezcan parte del conjunto de libros de Meyer cuyas tapas son en ese estilo". Efectivamente, la obra de Emily Brontë (que tantas penitas le costó parir) es el libro de cabecera de Bella y Edward, los jóvenes protagonistas de la historia de amor entre vampiros y licántropos, que también leen Romeo y Julieta, de William Shakespeare, por cuya razón la historia de amor más célebre de todos los tiempos se ha transformado a su vez en una lectura de culto para miles de adolescentes.
Pero para Cabanellas hay una iniciativa más interesante, en estos tiempos en que "adultos y jóvenes leen mucho más que nunca en Internet, aunque los libros de literatura no estén vistos como algo apreciable y los adultos los lean poco y nada". Se trata de Bookstar, inspiring a love of books in every child ( www.bookstart.org.uk ), una campaña de lectura que nació en Inglaterra y que tiene pares en muchos países del mundo, para estimular a leer prácticamente desde el nacimiento, aunque en Colombia se ha decidido comenzar incluso antes, durante el embarazo mismo. "Es muy interesante cómo se implementó en Inglaterra, porque no sólo el primer ministro Gordon Brown habla de las políticas para el libro con los editores, sino que hay un subsidio estatal para que se les den libros a los chicos mayores de 12 años gratuitamente. La idea es que la lectura es como una indicación médica; aquí, en la Argentina, lo maneja la Sociedad Argentina de Pediatría." Y en su experiencia al frente de la asociación de editores internacionales, hasta ahora los e-books, tan promocionados, no han rendido los resultados esperados, "salvo en Corea del Sur, con esas pantallas interactivas gigantes que ellos tienen, tan maravillosas".
Que el mundo entero está preocupado por el abandono de la lectura en jóvenes y adultos lo prueba una muy nueva campaña publicitaria destinada a promoverla, lanzada por la fundación canadiense Literacy Foundation, con aportes de una empresa de medios comprometida con el desarrollo infantil. "En Canadá hay niños que todavía no tienen un solo libro", comentó Gaëtan Namouric, vicepresidente ejecutivo y creativo de la agencia publicitaria que realizó la campaña. "Esta increíble injusticia debería movilizar un gran número de industrias en el campo de la cultura, publicaciones, medios e incluso nosotros, las agencias de publicidad. ¿Cómo será nuestro futuro si la gente no puede entender nuestros mensajes? Esta movilización detrás de la campaña es una forma de actuar para proteger la creatividad del mañana; todos en la industria deberían contribuir a ello."
Claro que la forma de encarar esta publicidad "estimulante" no parece la mejor. Como se trató de instalar de manera impactante entre los mayores la importancia que tiene la lectura en la imaginación, estimulación y recreación de experiencias, el video realizado muestra a un Peter Pan vetusto y agonizante; Pulgarcito utiliza un andador para caminar; Cenicienta padece anemia y los enanitos de Blancanieves se han convertido en seres sombríos y tristes. Al final, una voz suena de fondo y dice: "Si los niños no leemos, la imaginación desaparece". Muy parecido a la propaganda obligatoria en las marquillas de cigarrillos, que tan pocos resultados parece haber dado.
Iniciativas audaces
"Nadie habla del lector adulto como categoría universal, pero los pobres adolescentes están condenados a caer bajo la figura de un único lector adolescente, profundamente estereotipado. A muchos seguramente no les interesa lo más mínimo leer, a otros sí; pero no todos los que sí tienen interés leen lo mismo. Todavía hay quienes entran a la literatura por el lado de Salinger, de Cortázar o de Hermann Hesse, tradicionales lecturas adolescentes. Y otros eligen seguramente otros caminos. Creo que en literatura sólo importa hablar de cosas muy particulares: autores o libros, o modos de lectura, o momentos de lectura; pero que la edad, y los estereotipos que arrastra, es el modo más aburrido de hablar de la lectura."
Estos conceptos pertenecen a uno de los autores más reconocidos de la Argentina, tanto por su obra para adultos como por sus novelas y cuentos para un público juvenil como el que aquí nos ocupa. Pablo De Santis, que de él se trata, es una voz autorizada en este campo y, también, en el de la historieta. Por eso es bueno prestarle atención cuando dice que "en cuanto a los clásicos juveniles de otra época, era una literatura que buscaba continuamente su legitimación; así, por ejemplo, a fines del siglo XIX Julio Verne buscaba apoyarse en la ciencia para que se vieran bien sus historias; o la historieta, aun en su época de oro, a menudo se ocupaba de trasladar a la imagen obras literarias, para escapar de su lugar de lectura casi prohibida". Coincide con él Silveyra, cuando advierte que "en todo caso la relación del adulto que lee con la literatura no es siempre la misma: hay períodos de devorar libros, y por eso muchas veces al lector se lo tilda de egoísta, de apartarse de la realidad diaria, de no querer comprometerse".
Laura Giussani, a cargo de la selección de textos para la Colección Alandar de literatura juvenil de Edelvives, señala que "si no hay una familia lectora, o una biblioteca en casa o alguien que regale libros, es muy fácil que se pierdan chicos lectores. No hay ejemplos sociales que promuevan la lectura, casi diría que está en un lugar de desprestigio. Y entonces, si a los 10 años se pierde el vínculo y por 2 o 3 años se deja de leer, ya en el secundario toda lectura es dificultosa, para entender y para disfrutar".
Hay que buscar, sí o sí, salidas o alternativas novedosas. En el caso de Edelvives, por ejemplo, se trabaja mucho con literatura realista, es decir, aquella que presenta conflictos de los adolescentes, para que los sientan más cercanos a su mundo; también, con el libro-álbum, porque hasta a los adultos les interesa un libro con imágenes ("Editamos Cyrano de Bergerac, de Rostand, para chicos de más de 10 años, con imágenes conmovedoras, y anduvo muy bien").
Algo distinto encara la muy nueva editorial La Bestia Equilátera en su colección Jataka de cuentos budistas para lectores a partir de los 8 años. "En realidad -acepta Javiera Gutiérrez, su editora-, esa edad es el punto de partida, porque nuestra intención es que sea un libro para toda la vida. El toro amable, por ejemplo, que tiene como protagonista a Buda, quizá sólo termine de entenderse a una edad muy avanzada, pero siempre le está contando algo a su lector, cualquiera sea su edad."
Y Gutiérrez hace una acotación muy realista: "Un chico de 14 años no tiene dónde buscar en una librería. Para él, hay mesas de cómics, pero no de libros, y en los sectores para literatura infantil el acento está puesto más en la literatura para los chiquitos que para él".
En el caso de Arte a Babor, una muy joven editorial que crece bajo el ala protectora del programa Incuba del Centro Metropolitano de Diseño del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, su directora, la arquitecta y diseñadora gráfica Silvia Sirkis, busca aunar texto e imagen para "descubrir el arte desde chicos". Con bocas de expendio novedosas (las jugueterías didácticas), Silvia ha logrado despertar el entusiasmo de padres e hijos agradecidos, que le mandan mails con devoluciones acerca de sus textos que proponen misterios (El misterio de la bailarina, un robo en el Museo Nacional de Bellas Artes) o una biografía de un pintor famoso, desde su niñez (A Benito le gustan los barcos, sobre Quinquela Martín, con ilustraciones de Tomi Hadida). "En Buenos Aires hay un gran movimiento cultural y en arte, particularmente, hay una gran creatividad dirigida a los adultos, pero no hay arte para chicos y mucho menos libros para chicos, que además busquen despertar el interés para después ir a ver la obra. La mirada local es muy importante, y la forma elegida, el cuento, es la que mejor permite este acercamiento."
A favor y no en contra
En lo que concuerdan todos los entrevistados es en estar a favor de los chicos y no en contra (ver recuadro y columna de Ema Wolf). El mundo se ha vuelto un lugar bastante inesperado y engañoso como para darse el lujo de ser asertivo, a la vieja usanza del maestro con la regla lista para ser usada en los nudillos escolares. Y justamente porque todos aman los libros y la lectura, están seguros de que leer es una de las actividades más importantes de los seres humanos. Por supuesto que siempre se estará a merced de los vaivenes del mercado ("Se toma una veta y se la agota. Eso fue lo que pasó con Crepúsculo, se descubrió que el amor romántico sigue interesando a los adolescentes", señala Laura Giussani), pero ésa es otra historia, porque siempre hubo mercado, y hasta cuando salió Alicia en el país de las maravillas los comerciantes ingleses aprovecharon para vender muñequitas rubias, conejos blancos y sombrereros locos (y debe de haber habido también pins, pero se los llamaría de otra manera, seguramente). De manera que se trata de cerrar filas entre familias, escuela, editores, autores y libreros para rescatar, preservar y aumentar el tesoro más preciado: un buen lector.
Vale la pena terminar este texto con una última reflexión de Pablo De Santis. El autor de Lucas Lenz y el Museo del Universo, ante la siguiente pregunta periodística: "Que a los lectores juveniles les interese, aparentemente, sólo Harry Potter o los 4 tomazos de Stephenie Meyer ¿está indicando que sólo la literatura fantástica les da respuesta a sus inquietudes (marketing aparte)?", respondió así:
Desde El señor de los anillos hasta nuestra época, la fantasía ha dominado a lectores juveniles, Y creo que esto ha ocurrido sobre todo por la pérdida de fuerza de la ciencia ficción frente al avance de la tecnología, y porque la fantasía siempre encierra, secretamente, un poder de consolación (un héroe limitado logra superar sus taras gracias a la magia, o a alguna transformación prodigiosa). Algo muy parecido ocurrió con la historieta de superhéroes. Por otra parte, la fantasía vuelve a instalar la épica (abandonada por la novela del siglo XX) en el centro de la ficción. Así ha vuelto a hablar, con mayor o menor fortuna, del amor, la guerra, la muerte, la amistad. En el mundo de habla inglesa las sagas de fantasía abundaron en la década del 70 a partir de la reedición , en pleno furor hippie, de El señor de los anillos. Por último: cuando se habla del verdadero lector adulto, no se habla del que leyó una vez El código da Vinci o Coelho; sino que se trata de aquel que lee siempre, que busca en las librerías, que prueba y a veces se equivoca. Creo que debemos hablar también del lector adolescente no sólo como un consumidor de best sellers, sino como alguien capaz de buscar, de probar, de equivocarse. Porque la lectura, más que el acto en sí mismo de leer, es ese ansia que nunca se satisface del todo.
© LA NACION
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