Al fin se sabrá qué les sucedió a los asombrosos Wakefield
En su segunda novela, La mujer de Wakefield (Tusquets), Eduardo Berti retoma el cuento de Hawthorne, cuyo enigmático protagonista deja a su esposa con la excusa de un breve viaje, se instala secretamente en la vecindad del hogar y, veinte años después, regresa a su casa sin dar razones, envuelto en el misterio. El novelista argentino, radicado en París, cuenta en su libro lo que le pasó a aquel matrimonio en ese lapso.
EL norteamericano Nathaniel Hawthorne (1804- 1864), puritano de pura cepa y amigo íntimo de Hermann Melville, escribió "Wakefield" en 1835. El cuento, anómalo para los cánones de su época, pasó inadvertido al ser publicado. Pero un siglo y algunas décadas después, encontró un lugar permanente en las antologías argentinas del género. En las páginas de esos volúmenes, se codeaba cómodamente con "El artista del hambre", "Bartleby", "Los Asesinos" o algún texto de Chejov.
Fue en uno de esos libros de tapas blandas donde Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) descubrió el relato que marcó su adolescencia. La obsesión perduró hasta hoy, al punto de que Wakefield -y la esposa de éste- son los protagonistas de su segunda novela.
Desde hace poco menos de un año, Berti se encuentra instalado en París ("temporariamente, por dos o tres años", aclara). En las vidrieras de las librerías de la capital francesa se destaca la traducción de su primera novela, Agua (publicada por Grasset como Le désordre électrique ), que suscitó los elogios de Héctor Bianciotti. Pero las aventuras portuguesas de esa primera novela ya son parte del pasado. Lo que nos ocupa es el Londres de esta nueva obra.
Borges y los precursores
Pierre Menard, oscuro autor imaginado por Borges, reescribió partes del Quijote palabra por palabra. No es el caso de Berti. La mujer de Wakefield es una "contraversión", como a él le gusta decir, de aquel cuento. También en la novela el marido deja a su esposa con la excusa de un breve viaje y se instala, de modo secreto, en una casa cercana. También vuelve a traspasar, veinte años más tarde, el umbral que había dejado atrás. Pero para la construcción de su trama, el escritor argentino aprovechó todos los resquicios, las infinitas puertas que la obra original dejaba entreabiertas. Una de ellas es el título del libro en que -como Berti nos recuerda acertadamente- vio la luz el "Wakefield" original: Twice told tales ( Historias dos veces contadas ).
"Creo que Borges -explica Berti, transformado en un verdadero exégeta de "Wakefield"- fue el que realmente canonizó este cuento, el que hizo que apareciera una y otra vez en aquellas antologías. Su importancia en la literatura era muchísimo menor antes de que él la señalara. Si uno lee, por ejemplo, el ensayo que Henry James escribió sobre Hawthorne, descubre que ni siquiera menciona ese cuento, a pesar de que nombra otros textos de Historias dos veces contadas . El elogio de Borges, que considera a "Wakefield" uno de los precursores de Kafka, fue fundamental para que se le empezara a dar la importancia que tiene hoy."
Para explicar su propia fascinación, Berti trata de desentrañar la lectura de Borges. "Dos cosas deben de haberle gustado especialmente. Por un lado, esa conexión que él ve con Kafka o con antihéroes poco positivos (pienso, aunque no los nombra, en el personaje de Oblomov , de Goncharov, o en el de Memorias del subsuelo , de Dostoievski). Son personajes que se apartan de la gran corriente, que se ubican en los márgenes. Por otra parte, el hecho de que, en realidad, "Wakefield" no es estrictamente un cuento. En la primera página ya está resumida toda la historia. No hay ningún suspenso. Lo único que queda como intriga es la conjetura, algo muy borgeano. Borges conjetura rodeado de enciclopedias. Hawthorne, en cambio, parece por momentos un reverendo que aconseja al personaje, y ésa es una de las cosas que más me gustan del relato."
Dos frases incluidas en el cuento original ("ojalá tuviera que escribir un largo volumen y no un breve relato" y "pero lo que nos ocupa es el marido") impulsaron a Berti a reinventarlo bajo otra forma. "La primera frase es la excusa para hacer del cuento una novela. La segunda excluye, en el original, toda otra aproximación a la historia. Lo que me impulsó a escribir este libro fue lo mismo que llevó a Hawthorne a contar el argumento en un párrafo y ponerse a conjeturar: una enorme curiosidad. Y la curiosidad -creo- es también lo único que puede explicar el acto de Wakefield."
La curiosidad llevó a Berti no sólo a abordar el relato desde otro punto de vista (el de la mujer abandonada) sino también a introducir algunos cambios. "Lo más interesante es justamente agregar cosas, no contar exactamente lo mismo. Algo más sencillo, en este caso, porque los personajes están separados. Habría sido demasiado obvio escribir la contraversión de un relato en que los dos personajes están juntos y saben lo mismo. El procedimiento que utilicé me abrió un gran terreno. Por un lado, la autoimposición de un corsé, un poco a la manera de la escuela de Oulipo (la escuela de "literatura potencial", en la que se fijaban reglas estrictas para la producción de un texto). Mi límite concreto consistió en no modificar el cuento original a mi conveniencia, con excepción del final. Los veinte años que Wakefield pasa afuera son veinte años; la fecha en que transcurre la acción fue calculada según los datos que da Hawthorne. Agregué además elementos nuevos, que me permitieron adoptar una perspectiva diferente y algunos homenajes." La mujer de Wakefield está, efectivamente, sembrada de alusiones a Hawthorne y a los cuadernos de notas en que bosquejaba sus argumentos. "Tan perfectos -recuerda Berti, devoto de esos textos breves- que Valéry Larbaud los consideraba obras maestras aun en ese estado."
Pero otra presencia sobrevuela la novela: el Quijote , libro de cabecera de Wakefield -en la versión de Berti- durante su retiro autoimpuesto. "El final de Wakefield me hace acordar mucho al final del Quijote . Es el héroe cansado, que regresa para tenderse en la cama. El Quijote es nombrado por muchas razones, pero ante todo, por ser el libro más reescrito de la historia. Cervantes no había escrito todavía la segunda parte y ya se habían adueñado de su personaje."
Hay en La mujer de Wakefield algunas sutiles admoniciones al lector (como Hawthorne las hacía a su personaje) y también una predisposición al juego. Las acotaciones entre paréntesis sugieren que el texto que tenemos ante nuestros ojos es previo al original. "Hawthorne dice que leyó la noticia en un diario, pero no recuerda muy bien dónde. Así que me permite esa ruptura de la diacronía, que es una travesura y un tributo a Borges, aunque invertido. ¿Por qué no jugar con la idea de que el libro posterior es, en realidad, el precursor?".
Sociedad abierta
Aunque se basa en un libro preexistente, La Mujer de Wakefield tiene más de un punto de contacto con Agua , conjunción que convierte a Berti en una rara avis del panorama literario argentino. La acción de Agua transcurre en el Portugal del siglo pasado y el descubrimiento de la electricidad cumplía un papel central en la trama. La acción de La Mujer... comienza en 1812, en un Londres dickensiano y la revolución industrial bulle en segundo plano.
El tema del progreso puede ser un resabio de las lecturas que hizo Berti de los ecologistas utópicos. De ellas proviene, en esta novela, el fantasma de los ludditas , el primer movimiento de rebelión obrera de la era industrial. "Al escribir me di cuenta de que los ludditas estaban dialogando con el tema de la electricidad que aparecía en mi libro anterior. Ellos también fueron consecuencia de la sociedad abierta que tenía que mostrar. A un personaje como Wakefield nunca se le habría ocurrido esconderse a la vuelta de su casa si hubiera vivido en una sociedad cerrada como la de Jane Austen. A las veinte páginas, una tía solterona lo habría descubierto. Lo que permite la multitud, la posibilidad de perderse y de volverse anónimo es una sociedad abierta, en transformación. Creo que ésa fue la gran novedad del cuento de Hawthorne y lo que lo vuelve tan contemporáneo."
La mujer de Wakefield posee muchas originalidades argumentales. No las develaremos aquí. Consignaremos solamente dos rarezas extraliterarias en su composición. La primera: su autor nunca estuvo en Londres y trabajó con planos viejos de la ciudad, leyendo a Dickens mapa en mano. La segunda, que Berti, soltero por entonces, se decidió a escribir la novela el día en que realizó, en cierta zona de Palermo, un acto digno de su personaje: se mudó exactamente a la casa de enfrente...