Con el lenguaje universal de la imagen, el artista chino atravesó continentes y disciplinas para denunciar la censura del régimen comunista y la crítica situación de los refugiados en todo el mundo
La actitud desafiante ya estaba ahí, en esa borrosa foto en blanco y negro: con las piernas abiertas y las manos apoyadas sobre la cintura, Ai Weiwei miraba de frente a la cámara en un estrecho pasillo del Metropolitan Opera House de Nueva York. Tenía treinta años y el vestuario asignado para su participación como extra en Turandot, bajo la dirección de Franco Zeffirelli.
"Nunca lo olvidé. Lo hice para ayudar con mis estudios", diría más de tres décadas después el artista chino, ya convertido en uno de los más famosos de la escena contemporánea a nivel mundial, cuando se disponía a presentar este año la ópera de Giacomo Puccini en el Teatro de la Ópera de Roma.
Suspendida por la pandemia, la suya sería una versión politizada de la célebre obra que incluye Nessun dorma, aria sobre la victoria del amor interpretada por Luciano Pavarotti durante el Mundial de Fútbol de 1990. Como director y diseñador de la escenografía y los vestuarios, Ai Weiwei había anticipado que aludiría incluso a las masivas protestas del año pasado en Hong Kong en defensa de las libertades individuales.
Su rechazo al régimen comunista nació muy pronto, cuando observaba a su padre –el poeta Ai Qing, condenado al exilio durante la revolución de Mao– limpiar baños públicos y quemar libros de arte y poesía para evitar peores castigos. Durante la década de 1980 se formó en Estados Unidos y se hizo amigo de Allen Ginsberg, que conocía a su padre.
Cuando este último se enfermó, regresó a China para crear un estudio de diseño. El gobierno no sólo demolió ese estudio, en 2011; también lo detuvo por "presuntos delitos económicos". Tras liberarlo, 81 días después, le prohibió salir del país hasta 2015.
Lejos de callar su espíritu crítico, los intentos de censura convirtieron a Ai Weiwei en un ícono de la libertad de expresión. Los derechos humanos inspiraron proyectos como el que presentó en la prestigiosa Documenta de Kassel en 2007 y Human Flow, el documental que estrenaría una década más tarde con testimonios de 600 personas entrevistadas en cuarenta campos de refugiados en veinte países.
A fines de 2017 se inauguró en Buenos Aires la muestra que alojó Fundación Proa, y la desarrolladora inmobiliaria de Jorge Pérez le compró la obra que el empresario argentino exhibe ahora en su flamante espacio expositivo en Miami. Fue realizada con piezas de Lego, igual que las exhibidas en la reciente edición de ARCO. Como otra prueba de que no hay que subestimar el poder del arte para cruzar fronteras.
"La lección más importante y obvia es la fragilidad de la vida misma", dijo Ai Weiwei en mayo a LA NACION, en una entrevista con Hugo Alconada Mon, al referirse a las consecuencias de la pandemia. "Es esencial establecer un acuerdo que priorice la vida más que el desarrollo económico o las ganancias", agregó, antes de destacar que "el aire está más limpio y la gente está mucho más amigable desde que todos compartimos el mismo miedo".
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