Adiós a Andrea Camilleri, un gigante amado por los italianos
ROMA.- Quien haya tenido el privilegio de conocer personalmente a Andrea Camilleri, que murió hoy, a los 93 años, como consecuencia de un infarto sufrido hace varias semanas, habrá sentido seguramente que se encontraba frente a un gigante. Dos veces estuve en su departamento del quinto piso del tradicional y elegante barrio romano de Prati, donde él vivía, para entrevistarlo. La primera vez en 2012, la última, en mayo de 2017. Y pude comprobar allí por qué el "padre" del comisario Montalbano era tan amado por los italianos.
Con Montalbano –que en la televisión interpreta el actor Luca Zingaretti-, Camilleri llevó al gran público los temas consabidos de Sicilia así como lo había hecho Leonardo Sciascia-que Montalbano cita alguna vez- denunciando la corrupción y la connivencia entre mafia y política.
Pero Montalbano no es un intelectual: es un policía de mal carácter, con una novia linda a la que "le esquiva el bulto", como dice el paisano, para no casarse nunca con ella. Un personaje con el que la gente se encariñó, como con todos los otros. Por ejemplo, Catarella, el "meritorio" de la comisaría, cuya manera particular de hablar entró a formar parte del léxico popular de los italianos. "De persona, personalmente" y otras frases que lo identifican y que todos reconocen.
Algunos de sus libros –sobre todo los últimos– son un poco más melancólicos y desencantados. Montalbano siente que se está poniendo viejo y que la historia se repite: las trabas de la política y de la justicia a sus investigaciones. Mientras tanto, el mito creció de tal manera que en Sicilia organizan tours para recorrer los lugares en los que se filmaron los episodios del legendario comisario.Gracias a la serie, Montalbano cruzó el océano y alimentó la fantasía de muchos viajeros que de repente descubrieron Sicilia (El comisario Montalbano se ve en la Argentina en Europa, Europa y en la versión internacional de la RAI).
Por eso muchos le reconocen a Camilleri el mérito de haber cambiado la imagen de la isla donde nació, donde había lugar solo para El Gattopardo –príncipes y aristócratas– o para la mafia de los Corleone, que bautizó como los Sinagra.
Libros, cigarrillos y alcanfor
La primera vez que conocí a Camilleri, su despacho, lleno de libros, tenía un riquísimo olor a alcanfor. "Sí, lo pongo porque no me gusta por la mañana oler el humo frío, que es feo, como cuando se fuma en el auto y después uno entra", explicó, mientras fumaba, uno tras otro, sus legendarios cigarrillos Muratti y se tomaba su habitual vaso de cerveza.
También confesó que tenía una relación de amor-odio con Montalbano, su criatura más célebre, que lo catapultó a la fama internacional y que se convirtió en un fenómeno editorial imparable (sus libros fueron editados aquí por Salamandra).
Nunca quiso que Montalbano –nombre que decidió poner en homenaje a su amigo y escritor español Manuel Vázquez Montalbán–, se convirtiera en una serie, algo que lo aterraba, sino que su idea era detenerse tras el segundo libro. Fue la señora Elvira Sellerio (dueña de la editorial siciliana que le publicaba los libros, a la que le siguió siendo fiel) quien lo convenció a seguir adelante, visto el éxito. "Y así fui empujado a escribir un tercer Montalbano, un cuarto... Y entré en este giro infernal, porque me asustaba la serialidad, no ser capaz de tener el aliento largo para una serie... Usted sabe, con cada salida de Montalbano mis novelas antiguas, las que más quiero, vuelven a salir a la venta. Es decir, Montalbano mantiene en catálogo también las viejas novelas", se alegró. También reveló que en verdad Montalbano no tenía mucho de él, sino de su padre.
Cuando hablamos de Borges, contó que nunca lo había conocido personalmente, pero que lo llevaba dentro. "Nunca estuve con él, pero para mí Borges es un señor que una vez que uno lo encuentra, se lo lleva consigo toda su vida. Borges a veces es tu padre, a veces es tu amigo, a veces es tu pariente, otra vez es un sutilísimo adversario tuyo, pero una vez que uno lo ha leído se vuelve una presencia constante, no en tu literatura, sino en tu vida", dijo. "Y naturalmente como tal nunca ha tenido el premio Nobel...", agregó, irónico.
También recordó su paso por la Argentina, cuando llevó al Teatro Cervantes un espectáculo que se llamaba El truco y el alma, sobre tres poemas de Vladimir Maiakovski. Entonces, contó que llegó a conocer y hacer buenas migas con Raúl Alfonsín, que lo recibió junto a tres actores en la Casa Rosada. "Una cosa que tenía que durar diez minutos, al final duró tres horas porque el presidente y yo fraternizamos en forma increíble. De hecho, nos preguntaban si nos conocíamos, pero no... Era como si nos hubiéramos conocido desde siempre y nos estábamos reencontrando quizás de una vida anterior. Fue inolvidable".
Cuando nos vimos la última vez, en mayo de 2017, Camilleri ya no veía por el avance del glaucoma. Pero seguía igual de lúcido, lleno de vida y proyectos. Como siempre agudo observador de la realidad, al lamentar la decadencia de la dirigencia política actual, aún siendo no creyente, rescató una persona: el papa Francisco. "Hoy, mundialmente es el único hombre justo en el lugar justo".
Al comentar la ola migratoria actual, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, Camilleri, que fue siempre de izquierda, evocó palabras de Catarella, uno de los agentes de Montalbano, que una novela dice: "Doctor, cuando había guerra en nuestra tierra, apenas bombardeaban una ciudad, los habitantes de esa esa ciudad se escapaban y se iban a buscar casas de amigos en el campo, en pequeños pueblos y se llamaban ‘evacuados’. ¿Por qué ahora los llaman extracomunitarios?". Y concluyó: "Si existe la globalización, que nos está reduciendo al hambre e hizo desaparecer la figura del obrero, la globalización también significa que el mundo se ha achicado y que entonces alguien que se escapa de las bombas de Siria, es como si se escapara de Palermo, para llegar a Roma... Es lo mismo. Creo que estamos ante una suerte de culpable ceguera, porque aún estamos al comienzo de esta migración".
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