Adiós a Jorge Ortiz Barili: 105 años bien vividos y una huella en el periodismo
El periodista de LA NACION fue traductor en la Argentina de Guy de Maupassant, Emile Zola y Edgar Allan Poe, entre otras figuras literarias
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La superstición de que el trabajo periodístico entendido como un frente móvil de combates constantes por la anticipación noticiosa y la interpretación rauda sobre hechos del más diverso orden, tiende a ser incompatible con principios básicos de la buena salud, se desmoronó ante la hechura notable de Jorge Ortiz Barili. Murió ayer, en Buenos Aires, a los 105 años.
Creía hasta aquí que Francisco Ayala, el novelista de El Fondo del Vaso, Premio Cervantes y colaborador de LA NACION por muchos años más de los que residió en Buenos Aires como exiliado republicano, había puesto la vara en exceso alta al partir de este mundo con 103 años. Pero no. Hoy, nos toca despedir a quien llegó a una edad superior, la mayor de que haya memoria entre los miles de colegas que han poblado la Redacción de este diario en sus 152 años de existencia.
Ortiz Barili, nacido en la Argentina, era tan español, y aún más andaluz, que aquel laureado escritor y catedrático granadino, pero formado intelectualmente en Madrid. Sus padres, Antonio Ortiz Bernal y María Irene Barili Barili, oriundos de Málaga, habían emigrado a nuestro país, donde tuvieron también otros hijos. Don Jorge los acompañó cuando regresaron a España y se radicaron en Marbella, y más tarde, en Istán.
Pasaron los años hasta que llegó el fatídico 18 de julio de 1936, marcado por el alzamiento del general Francisco Franco contra la República. Era el comienzo de la guerra de los mil días que asoló a España y obró como prólogo de la contienda que involucraría por seis años a las mayores potencias mundiales. Si aquel 18 de julio fue atrozmente inolvidable para generaciones de españoles, en el caso de Ortiz Barili dejó, si cabe, huellas más profundas aún.
A pesar de las prédicas cotidianas del general Queipo de Llano de que de un momento a otro Málaga, gobernada por Izquierda Republicana, caería en manos de los sublevados, Málaga resistió hasta el 7 de febrero de 1937. En el interregno, los republicanos incautaron periódicos; entre otros, El Cronista, de ideario conservador, y ejecutaron al director. Sobre las bases de ese diario fundaron “Julio”, de nombre celebratorio del éxito inicial de la resistencia republicana. Las represalias ulteriores del ejército franquista fueron despiadadas por igual, o más, todavía.
En “Julio”, Ortiz Barili hizo las primeras armas en el oficio periodístico, por decirlo de manera apropiada a las circunstancias. Al entrar los franquistas en Málaga, fue a la cárcel. No por un día, sino por más de tres años. Leamos parte de sus relatos posteriores, de retorno a la Argentina, en 1944: “…el infierno del Alighieri: Lasciate ogni speranza sobreviene tan pronto como se cierran las puertas de la ergástula y la pérdida de la libertad arroja al prisionero al pozo sin fondo de la incertidumbre y el temor. Rígidas consignas de la ley marcial limitarán en adelante las perspectivas de una eventual liberación”.
Ortiz Barili fue siempre solícito con los compañeros que lo requerían en el diario por sus conocimientos y con los alumnos en los días iniciales de la escuela de periodistas del Círculo de la Prensa. El humor ceremonioso, el comentario asertivo sobre meandros de la gramática y la ortografía, y un acicalamiento seductor que denotaba el esmero por los detalles personales, se aunaban en este buen nadador de mar abierto a la sobriedad en el beber y comer, que siguió a la larga época en que su dieta diaria incluía dos arriesgados huevos fritos. De vez en cuanto fumaba algún cigarrillo.
Esos trazos componían la figura siempre fascinante de quien como él alcanzó tan altos años de vida. Las gentes indagan aún por las razones de estos milagros de la naturaleza por más que haya en el presente más centenarios que en el pasado. Como resulta inverosímil que dos huevos fritos al día y un par de cigarrillos aseguren la longevidad de nadie, es preferible ahincar en este caso en la influencia del imperativo genético: María Francisca, hermana mayor, había muerto con 104 años, y alguna otra, cercana a los cien.
Al tomar por referencia la áspera experiencia inicial en la cárcel provincial de Málaga, y después en la más llevadera de Alcalá de Henares –donde manejaría la biblioteca y leería con voracidad-, Ortiz Barili se permitió sugerir algo a propósito de los pontífices del psicoanálisis. Que Freud, Jung, Lacan, Watson habrían podido intuir aún más lúcidamente en el misterio insondable del alma ajena “si hubieran estado algunos años en gayola en medio de dramáticas circunstancias políticas de excepción”.
Quedó en libertad en julio de 1940 cuando era, en más de un sentido, otro hombre. Retrataría la visita del mariscal Petain, entonces embajador de Francia en España, a la cárcel de Alcalá, en términos más que respetuosos con quien sería al poco tiempo jefe de la Francia colaboracionista. Había perfeccionado en prisión su dominio de idiomas, al punto de que cuando entró en la Redacción de LA NACION en 1957 ejerció funciones de traductor, además de cumplir con otras tareas cotidianas en la secciones Comunicaciones, y Cables, la de noticias del exterior. Fue traductor en la Argentina, para diferentes editoriales, de Guy de Maupassant, Emile Zola, Edgard Allan Poe.
Jugaba bien al pocker, y mejor aún, al ajedrez. En tiempos en que LA NACION se lucía con las críticas semanales de Frente al Tablero, de Julio Bolbochán, Ortiz Barili hacía fila, como otros redactores, para enfrentarse en partidas simultáneas con quien era uno de los grandes maestros del ajedrez mundial. Perdía, claro, pero hacía un buen papel. Volvió un par de veces a Europa, y la última, cuando tenía 101 años. De su paso por Lyon recordaba una inscripción mural, a propósito de la redada de judíos en la Francia colaboracionista: Jamais plus! Ah, decía con intención, el “Nunca Más” no fue una originalidad argentina.
Jorge Ortiz Barili era sobrino de Roberto Barili, historiador de Mar del Plata, que fue por muchos años nuestro corresponsal en esa ciudad. Deja cuatro hijos: Jorge (coronel), Marta (licenciada en Comercio Exterior), Alfredo (general, en situación de retiro, como su hermano) y Margarita (médica cirujana). Había nacido en Chivilcoy el 26 de diciembre de 1916.
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