Aby Warburg: el genio que permite ver el siglo XXI en la antigüedad
La Biblioteca Nacional organiza desde hoy unas amplias jornadas de homenaje al gran historiador alemán del arte; el viernes, el Bellas Artes inaugura una muestra en su honor curada por Burucúa
A Aby Warburg le gustaba definirse como "hamburgués de corazón, hebreo de sangre, y de alma, florentino". Esta manera de referirse a sí mismo, que se volvió justamente célebre, era en realidad una cifra, una intersección de tiempos y espacios.
El origen de todo es una biblioteca. No hubo otra como la de Warburg. La historia es conocida y Alberto Manguel la cuenta en La biblioteca de noche. Inmenso historiador de arte, crítico, coleccionista, Warburg venía de una familia hamburguesa de tremenda fortuna. Primogénito, ya a los 13 años, hacia 1879, renunció a sus derechos de heredero en favor de su hermano, con la condición de que se le proveyera todo el dinero que pidiera para comprar libros. Llegó a tener alrededor de 60.000 volúmenes. Pero lo más impresionante de la biblioteca warburgiana no es esa cifra, sino su organización, que hasta ahora nadie consiguió explicar satisfactoriamente. Esa organización estaba regida por un principio circular, y el ordenamiento no se sometía a ninguna convención conocida: ni alfabética, ni temática, ni geográfica, ni idiomática, ni nada. El orden era aquel que Warburg quería darle y, según esa ley, la filosofía podía tocarse con la astrología, por ejemplo. Claro: terminó loco.
La biblioteca de Warburg era la proyección en el espacio de su laberinto intelectual, su correlato. La idea de laberinto no implica confusión, sino más bien un desarrollo no lineal, que conecta épocas remotas, en una matriz histórica que no se rige por reglas cronológicas.
Ya sin Manguel, la Biblioteca Nacional organiza a partir de hoy unas completas jornadas para pensar la obra de este hombre único que hizo de la discontinuidad una variedad de la historia.
En su estudio La imagen superviviente, verdadero capolavoro de la teoría del arte, Georges Didi-Huberman encaró, tras las huellas de Warburg, una revisión radical de la "inquietud" en la historia del arte, del modo en que la historia del arte no se concede respiro. En esa historia, Warburg es una obsesión, y lo es porque en él la preocupación filológica se concilia con la preocupación filosófica para revelar la imagen como un tiempo complejo, lo que trae consigo una desterritorialización de la imagen y del tiempo que expresa su historicidad.
El punto de partida de Warburg fue la noción de Nachleben, de "supervivencia", o, para decirlo de otra manera, el modo en que las imágenes de un tiempo reaparecen fantasmalmente en un tiempo que no es el suyo. Todo esto se volvió evidente en el proyecto warburgiano del Atlas Mnemosyne.
¿Pero qué es en realidad Atlas Mnemosyne? La pretensión inicial consistía en explicar, por medio de un repertorio muy amplio de imágenes y otro, mucho menor, de palabras, el proceso histórico de la creación artística en lo que llamamos ahora Edad Moderna, sobre todo en sus momentos iniciales de los comienzos del Renacimiento. ¿Cómo hizo esto Warburg? Recopiló alrededor de 2000 imágenes dispuestas en 60 tablas en un auténtico atlas que quedó inconcluso en el momento de su muerte. En uno de los paneles, el 77 por ejemplo, encontramos Medea, una pintura de Delacroix de 1838, al lado de una foto de la campeona de golf Erika Sellschopp y la portada de un Libro de la cocina del pescado. ¿Qué quería decir con todo esto Warburg, el investigador sin cátedra, el riquísimo erudito, el coleccionista más inteligente? En principio, que existía esa "supervivencia" latente del pasado. Dos ejemplos. El primero podría ser su ensayo sobre Almuerzo en la hierba. En la famosísima pintura de Édouard Manet, Warburg detecta no solamente la referencia evidente a Concierto campestre de Giorgione/Tiziano, sino a una serie de lápidas "repartidas por toda Roma" que permitieron "preservar físicamente el mundo de las divinidades paganas en la edad moderna".
El otro caso es un dibujo a mano de Durero de 1494 que representa la muerte de Orfeo. Warburg advierte allí una referencia a un grabado en cobre de la escuela de Mategna y, más allá, un gesto que remite a un vaso griego. A esto Warburg lo llamó Pathosformel, fórmula de la pasión.
En su libro Historia y ambivalencia, José Emilio Burucúa, nuestro warburgiano mayor, da una definición muy precisa: "Un Pathosformel es un conglomerado de formas representativas y significantes históricamente determinadas en el momento de su primera síntesis, que refuerza la comprensión del sentido de lo representado mediante la inducción de un campo afectivo donde se desenvuelven las emociones precisas y bipolares que una cultura subraya como experiencia básica de la vida social".
En "Ninfas, serpientes, constelaciones", la muestra que inaugura el viernes en el Museo Nacional de Bellas Artes, Burucúa pone en acto ese programa, y los escritos del catálogo, firmados con Nicolás Kwiatkowski, pasan en limpio todo asunto. Y no es ninguna novedad: al Borges de "Kafka y sus precursores" le habría gustado tanto -pero tanto- Warburg.
Jornadas Warburg
Conferencia inaugural. Elsa Barber, Ezequiel Martínez, Javier Planas, Roberto Casazza y Gerhard Wolf presentan las jornadas hoy, a las 11, en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional. Conferencia. Bill Sherman (director del Warburg Institute) hablará sobre el proyecto monumental de Warburg. Mañana, a las 12, en el auditorio Jorge Luis Borges. A las 16.15, en la sala Cortázar: Panel: Warburg y Benjamin, con Valentín Díaz, Gabriela Reinaldo, Natalia Taccetta y Daniela Losiggio. A las 18, Homenaje. José Emilio Burucúa, Laura Rosato, Ezequiel Ludueña y Federico Ruvituso rinden tributo a Héctor Ciocchini, "warburguiano y formador de warburguianos".
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