Abren los archivos de Cartier y las joyas de María Félix, la princesa Margarita y Elton John encandilan con apasionantes historias
Unas 160 piezas atesoran luces y sombras de la historia de importantes personajes como la diva mexicana, que hizo excéntricos pedidos a la maison francesa
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CIUDAD DE MÉXICO.- Ningún objeto suntuoso como una joya es capaz de desnudar los múltiples espejos que su portador elige para refractarse; la ilusión es la clave de la transfiguración. Le sucedió a la actriz mexicana María Félix, cuyas piezas han narrado buena parte de la joyería de lujo, como propietaria de algunas de las más destellantes de Cartier. Ahora, las más icónicas de la gran diva mexicana, encargadas por la misma “Doña” a la casa francesa, están de regreso en México, a 24 años de su última partida hacia los archivos parisinos de la maison.
La muestra, El diseño de Cartier: un legado vivo, se exhibe hasta el 15 de mayo, en el Museo Jumex de la Ciudad de México, con curaduría de Ana Elena Mallet y museografía de la arquitecta Frida Escobedo.
Se trata de unas 160 piezas entre las que destacan, además, diseños inspirados en China, Egipto, India, Persia o Rusia, que pertenecieron a figuras como la princesa Margarita, hermana de Isabel II de Inglaterra, o a su polémica tía política Wallis Simpson, por quien, para casarse, el rey Eduardo VIII abdicó al trono. Una serie de broches, comisionados por el exrey para su esposa al ser enviado a las Bahamas forman parte de la exhibición. También, un broche que perteneció a Elton John, que el cantante luego subastó para donar lo recaudado en favor de la investigación en la lucha contra el sida.
Confeccionadas muchas de ellas con materiales traídos de las entrañas de la Historia, como la Hebilla de cinturón de Escarabajo (1926), con lapislázuli de 3.000 años del Antiguo Egipto, todas tienen algo en común: la capacidad de revelar aquello que sus portadores se esmeraron en adornar.
La opacidad como negación
La exposición recorre cinco temáticas, entre las que se encuentra una dedicada a la figura de María Félix, con brazaletes, broches y collares de la actriz que pertenecen desde 1980 a la casa francesa. Algunas fueron vendidas por la misma “María Bonita”, mientras que otras fueron adquiridas en ventas privadas y subastas. Las piezas provenientes de colecciones privadas, de hecho, encierran un secreto guardado bajo siete llaves, como pudo comprobar LA NACION en un recorrido especial, cuando intentó conocer la identidad de la propietaria de la tiara de platino, diamantes y engaste millegrain encargada en 1905. “No podemos revelarla”, dijeron desde la maison.
En penumbras -donde la iluminación proviene del resplandor que emiten las obras en exhibición desde el celo de sus vitrinas- la muestra recorre “Los primeros años y el nacimiento de un estilo”; la llegada de la maison al mundo, con “Curiosidad universal”; el desarrollo de la casa en “El gusto de Jeanne Toussaint”; el éxito de la marca en “Medir el tiempo y portar la belleza”; y el espacio dedicado a la diva mexicana, en “María Félix y los íconos de la elegancia”.
Luces y sombras
Ninguna otra vitrina genera el asombro que desatan las joyas de María Félix. El mito mexicano que se exportó al mundo fue famoso por los pedidos excéntricos a la casa Cartier, que la tenía entre sus clientas preferidas. No es difícil de imaginar que acaso las joyas funcionaran como la capa de estelaridad para apagar las sombras de su infancia, teñidas por la severidad de un padre militar y el suicidio de Pablo, el predilecto de sus once hermanos, a raíz de la separación que la familia estableció entre ellos, asustada por el estrecho vínculo que los unía. Allá está el collar de serpiente, de fines de los 60, elaborado en platino, oro blanco y oro amarillo, con un total de 2473 diamantes, dos esmeraldas que forman los ojos de la serpiente y esmalte verde, rojo y negro. Tiene un peso de 178,21 quilates (medio kilo que la diva portaba en su delgado cuello) y es una obra de arte de la joyería de lujo.
Se dice que Cartier tardó dos años en fabricar esa serpiente de casi 56 centímetros de largo. Luego, en 1975, la actriz mexicana encargó el célebre collar de cocodrilos, compuesto por 1023 incrustaciones de diamantes, 1060 esmeraldas, dos cabujones de esmeralda y dos de rubí. Se trata de una una pieza completamente articulada, que puede utilizarse por separado como broche.
Ambas se habían exhibido por última vez hace 24 años en México, en la muestra El Arte de Cartier: resplandor del tiempo, en el Instituto Nacional de Bellas Artes.
Los collares poseen una valía imposible de estimar, dijo la casa Cartier a LA NACION. Su valor material compite con el histórico y todas las leyendas que la casa Cartier no se preocupa en rechazar: se dice que María Félix llegó a la casa parisina con dos cocodrilos de verdad como referencia de la perfección que buscaba. “Es probable, todo puede ser”, arriesgó un portavoz de la maison. Su factura resulta tan inconmesurable que cabe preguntarse si, de regresar al Mundo de los Vivos para portarlas, acaso la Doña estaría portando piezas que superan el valor de una pintura de Frida Kahlo, la artista mujer más cotizada en América Latina.
Varios de los objetos exhibidos revelan mucho más que el oxígeno opulento de la atmósfera de sus dueños y dueñas originales. Muestran, también, que incluso las piezas suntuosas, entendidas como una forma particular de artefacto, tienen la capacidad, si se la busca, de narrar y denunciar al tiempo. Es el caso del broche Ave Liberada (1947), concebido por Jeanne Toussaint (nombrada directora creativa de Cartier en 1933). En 1942, durante la Segunda Guerra, la maison diseñó el broche Ave Enjaulada, como protesta a la ocupación alemana, y lo exhibió en las vitrinas de la rue de la Paix. La Gestapo interrogó a Toussaint, pero no pudo probar el cargo de provocación para procesarla. La directora celebró la liberación con el Ave Liberada, con los colores de la bandera francesa, como símbolo de la emancipación.
Eso, al final de cuentas, persiguen y prometen las joyas: liberar las sombras que tiñen al ser y facilitarle el brillo imaginado para su lugar en la historia.