Abelardo Castillo: el último gran maestro del cuento argentino
Eximio cuentista, Abelardo Castillo murió ayer, a los 82 años, por una infección posterior a una cirugía que le habían realizado en el Sanatorio Otamendi, donde se encontraba internado. Había nacido en San Pedro, donde vivió toda su adolescencia junto con su padre.
Antes de los 18 años, ya había empezado a escribir sus diarios, que fueron publicados por Alfaguara mucho tiempo después, en 2014. Allí, el autor de Crónica de un iniciado cuenta su intimidad como aspirante a escritor, la amistad con Ernesto Sabato y los encuentros con Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, máximas figuras de la literatura argentina cuando él empezó a publicar.
Sus primeros y poderosos cuentos fueron editados en 1961 con el título de Las otras puertas. A partir de 1969, Castillo y Sylvia Iparraguirre formaron una de las parejas más queridas y respetadas del ambiente.
Fundó y dirigió revistas literarias inolvidables: El Grillo de Papel, El Escarabajo de Oro, de los años sesenta, y El Ornitorrinco. En la segunda, que codirigió con Liliana Heker, publicaron sus textos autores hasta entonces inéditos: Alejandra Pizarnik, Humberto Constantini, Miguel Briante y Jorge Asís. El Ornitorrinco fue uno de los pocos medios que en 1981 reprodujeron la solicitada de las Madres de Plaza de Mayo que reclamaba por los desaparecidos. En Castillo, el primer compromiso era con la materialidad del trabajo literario, pero eso no implicaba el olvido del compromiso político.
Dramaturgo y narrador, dejó obras impares, como Israfel, Cuentos crueles, El que tiene sed, Ser escritor, El evangelio según Van Hutten y El espejo que tiembla. Quedan inéditos el segundo volumen de sus diarios, cuentos y una novela inacabada.
Un tema que aparece tanto en su obra de teatro Israfel (basada en la biografía de Edgar Allan Poe, uno de sus autores fetiche) como en el cuento "El cruce del Aqueronte", y sobre todo en la novela El que tiene sed, fue el alcoholismo, una adicción que lo aquejó durante muchos años de su vida y de la cual logró recuperarse. Castillo tuvo, además, pasión por el boxeo, el ajedrez (que practicó casi como un maestro) y por la música clásica (profesaba devoción por Debussy y nunca le interesó Wagner).
Su obra fue traducida a 14 idiomas y ejerció gran influencia en narradores más jóvenes, que participaron en los célebres talleres literarios del escritor. Castillo recibió el Primer Premio Municipal y el Segundo Premio Nacional. En 2014, obtuvo el Premio Konex de Brillante por su trayectoria.
En los primeros minutos de hoy, la Televisión Pública emitía un especial dedicado a su vida, con autores invitados. A las 10, lo despedirán en el cementerio Parque Iraola.