Adiós a una estrella: a los 84 años, murió la bailarina italiana Carla Fracci
Considerada una leyenda en el mundo del ballet, en su carrera conquistó a los más grandes teatros del mundo, al interpretar a más de 200 personajes
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ROMA.- A los 84 años y tras padecer un cáncer, murió hoy Carla Fracci, una de las bailarinas más famosas del mundo, en su casa de Milán.
“La danza mundial pierde a su estrella”, no dudó en titular el diario Corriere della Sera, que en una semblanza destacó que en sus 65 años de carrera la étoile italiana conquistó y deslumbró a los más grandes teatros del mundo con su gracia, interpretando a más de 200 personajes.
“El Teatro, la ciudad y la danza pierden a una figura histórica, legendaria, que ha dejado una marca fuertísima en nuestra identidad y ha dado un aporte fundamental al prestigio de la cultura italiana en el mundo”, escribió, en un comunicado oficial, el Teatro la Scala de Milán. Mañana la despedirán en una capilla ardiente en el foyer de la sala donde brilló, y el funeral será el sábado, en la Basílica de San Marcos.
Nacida el 20 de agosto de 1936 en esa ciudad del norte de Italia, Fracci, también llamada simplemente “Carla”, “Carlina” o “Fraccina”, llegó a ser un símbolo de la Scala, a cuya escuela de danza logró ingresar en 1946, con sólo diez años.
De familia humilde, hija de un conductor del tranvía número 1, que justamente pasa en frente a La Scala, fue gracias a un amigo de su papá, Luigi Fracci, amante del tango, que Carlina pudo entrar a la famosa y selecta escuela de danzas de La Scala. Fue allí que comenzó a estudiar y entrenarse para diplomarse en 1954. Un año más tarde, fue llamada a incorporar el cuerpo de baile.
Un golpe de suerte significó el inicio del ascenso al estrellato. Ocurrió cuando La Scala estaba dando La Cenicienta y Violette Vedri, étoile de la Opera de París, renunció a algunas funciones y Carlina la reemplazó, en un debut triunfal ocurrido el 31 de diciembre de 1955, un fin de año inolvidable para ella.
El estrellato
Comenzó así una carrera impresionante en la que acompañó a los grandes talentos del ballet clásico –como Rudolf Nureyev, Milorad Miskovich, Vladimir Vassiliev, Mikhail Baryshnikov-, en los mejores escenarios del mundo. En 1958, cuando se convirtió en la primera bailarina de La Scala, el famoso coreógrafo John Cranko quiso que fuera protagonista de su Romeo y Julieta en el parque de la Isla de San Giorgio, en Venecia. De ahí pasó a ser Giselle en Londres en 1959, con réplicas en todo el mundo.
“Se presentaba al público con un look de simplicidad extrema: encajes, velos, hábitos, zapatillas de ballet y medias blancas, pelo recogido con peinetas preciosas y con collares de ámbar y coral al cuello”, subrayó Maurizio Porro en el Corriere della Sera.
El 11 de julio de 1964, se casó con Beppe Menegatti, ayudante de dirección de Luchino Visconti, con quien diez años después tuvo a un hijo –Francesco- y que se convirtió en su manager global.
Colaboró luego con el American Ballet Theatre, dirigió el cuerpo de baile de Nápoles, de la Arena de Verona, de la Scala, de Roma; protagonizó veladas de honor inolvidables, hizo incluso cine y recibió decenas de distinciones y premios en todo el planeta.
“Pero su fama, su perfección, su leyenda, no le impidieron decisiones fuera del cliché, como el mismo hecho de tener un hijo, traicionando al etéreo mundo de los reflectores y de los pas de deux”, resaltó Porro, que recordó que, en nombre de la pluralidad de expresión, dejó el ballet de La Scala y se exhibió en teatros de periferias. En 2002, incluso, llamó al entonces presidente de Italia, Giorgio Napolitano, a salvar las escuelas y los cuerpos de baile de Italia. Y se exhibió hasta el final, la última vez en 2016 en la Toscana, cuando llevó a escena Sherazade y las mil y una noches junto a la compañía de baile “Il Balletto del Sud”, en la Versiliana.
Hace unas semanas, había participado en una docu-serie titulada Cuerpo de baile, sobre el detrás de bambalinas del ballet de La Scala después del confinamiento por coronavirus, partiendo de la emblemática preparación de Giselle, el ballet romántico por definición.
“En nuestro trabajo debemos siempre ser nuevos y ponernos en juego”, solía decir la diva italiana y “reina de la danza”, que amén de reconocer que lo suyo era una forma de arte exigente, solía asegurar que después, sobre el escenario, se olvidaba todo.
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