Es la única entre todos los artistas que cualquiera podría reconocer en la calle; pionera, urbana, mediática, contemporánea: claves que definen el perfil de un personaje de la cultura vanguardista y popular
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Es 2007. En una cuadra del barrio de Montserrat un hombre se esfuerza por hacer de la basura una moneda de cambio para sobrevivir. Detrás de dos puertas gemelas con muchísima historia detrás, Marta Minujín vuelve al trabajo después de una entrevista. En la entrada de su taller, despide al periodista que, apenas después, es abordado con ansiedad por el cartonero. A miles de kilómetros de distancia del planeta arte, el hombre ha reconocido a la artista. “Le voy a tocar el timbre, más tarde, a ver si le puedo vender algo para las cosas esas que ella hace”. Más que una anécdota, en el avistaje del cartonero el fenómeno Minujín aparecía esa mañana expuesto en toda su dimensión. La mujer que hoy cumple 80 años es la única entre todos los artistas que cualquier persona podría reconocer en la calle. Una artista que la gente sabe que hace “cosas” y que puede hacerlas con cualquier cosa. La vanguardista popular, del Di Tella a Instagram. De los 60 al siglo XXI, claves de una construcción única. ¿Por qué ella y nadie más?
Pionera
Rafael Squirru la vio venir en el texto de su muestra para galería Lirolay (noviembre de 1962): “La voz del pueblo en el Luna Park para acompañarte en un tango que sea, más que el tango, que sea el que quiere Piazzolla”. Entonces todavía una desconocida que despegaba del informalismo, el crítico la llamó “hembra primordial”. Cifró el futuro en esas obras hechas con cajas y cartones como un signo de su intervención en el latido de la ciudad. Marta y Buenos Aires, un solo corazón. Quinquela Martín (estación Río de Janeiro) y ella (estación Saénz Peña) tienen paradas de subte propias.
Urbana
“A mí me gusta acá”, decía Federico Peralta Ramos. Marta ha pasado temporadas largas en París, Nueva York y Londres, y el tiempo le ha dado una resonancia internacional que le permitiría vivir fuera de la Argentina como otros artistas. Sin embargo ha dicho una y otra que eligió siempre volver, “soy de acá”. Como ningún otro artista resignificó el lenguaje de la calle (“revolcarse”, “menesunda”, “batacazo”) para convertir viejas palabras en nuevas imágenes. Su obra consiguió así establecer un diálogo entre el cambio profundo de los años 60 y las particularidades del sur del mundo. Siendo una criatura de la cultura pop su trama está inscripta en la historia de Buenos Aires. Happening y arrabal.
Mediática
Pero no en el sentido contemporáneo del término. Marta no es de la farándula ni tampoco una influencer sino que se formó como artista arropada por la lectura temprana de Jean Paul Sartre y las teorías de Marshall Mc Luhan. Eso de Understanding Media (Mc Luhan, 1964) parece que lo entendió mejor que nadie. Desde que la llamaron “la chica de los colchones” (Premio Di Tella 64) hasta hoy, siempre tuvo a los medios como uno de sus materiales. La Menesunda, que instaló su nombre para siempre, se terminó con el público adentro y el rumor de sus paredes efímeras rebotando en los diarios y los semanarios que amplificaban el escándalo del nuevo arte.
Tecno
Sin registro, los testimonios de sus happenings en la precaria televisión de los 60 (con un caballo en el estudio de Canal 7 incluído) huelen a espíritu surrealista. “Simultaneidad en Simultaneidad” (1967) asumía ideas de conectividad propias de la futura Internet y el Minuphone (1969) anticipaba las multifunciones del smartphone en una cabina pública. Vio venir en su obra el futuro de la cotidianeidad mediatizada al extremo. Leánla: “Marta Minujín nace el 15 de octubre de 1966, hija de la ambientación y el medio; se extiende a través de las comunicaciones de masas, el punteado de la televisión le sirve de lenguaje (…) Desaparece convertida en medio; está en los télex, en la radio, en la televisión y en toda la nueva tecnología; sus puntos separados de la televisión blanca y negra mueren con la aparición de la televisión en colores” (de un texto suyo para una muestra en Córdoba).
Contemporánea
Su cuenta de Instagram (246 mil seguidores) además de ser obra es una puesta al día de su vibra contemporánea. Entendió la psicodelia como un estilo de vida y desde entonces los tiempos fueron cambiando y adaptándose a ella. No trabajó sobre Internet (“Toda la tecnología disponible para mí ya es vieja”, decía en 2007) hasta que la red alcanzó su velocidad mental. En IG, Marta extiende el magnetismo de su creación usando la red como registro (fotos de archivo, nuevas obras) y una transmisión en continuo de su interminable happening.
Autogenerada
Cuesta reconocerla antes de 1970 despojada de su máscara, tan característica que hasta se disolvió como stencil (Free Marta) a fines de los 90. El personaje que es una de sus obras más significativas (y no el que pone a la obra en un segundo plano como se ha creído) tiene profundas raíces en la autoficción, un rasgo propio del pop argentino (o “pop lunfardo” como lo llamó el francés Pierre Restany) del que también echaron mano Dalila Puzzovio y Charlie Squirru, Edgardo Giménez, Pablo y Delia y Peralta Ramos siguiendo la huella de Alberto Greco. Pero Marta fue la que más lejos y por más tiempo lo sostuvo (hasta hoy mismo). Su autotuneo ha sido implacable contra viento y marea.
Andrógina
La máscara de Marta en los 70 era una forma de pasar inadvertida después de los años pop-hippiedélicos. Un uniforme de trabajo (el overol de la fábrica de ropa de trabajo de su abuelo donde ahora es su taller) en un cuerpo sin curvas, anteojos Ray-Ban que ocultaban la mirada y el pelo teñido de blanco, como si Warhol hubiera sido el quinto beatle. Marta quería pasar por straight después de una temporada de ácido lisérgico y contracultura, pero extremó su rareza al punto de volverse cuadro vivo, máscara. Si quiere pasar desapercibida ahora tiene que despojarse de esos atributos por los que se la reconoce como aquella que es capaz de cualquier cosa. La androginia de su personaje-obra funciona también como una afirmación igualitaria de los sexos en el arte aunque ella nunca se hubiera declarado feminista.
Política
Su obra no puede ser calificada en términos combativos pero, al fin de cuentas, si a través de su construcción logra que cualquiera pueda asomarse al arte su acción resulta desmitificadora. Sus obras en el espacio público como el Obelisco de Pan Dulce (1979) o El Partenón de libros prohibidos (1983) recuperada por Documenta (Kassel) son intervenciones de alto contenido social del mismo modo que su trabajo sobre los mitos (la quema de un Gardel gigante en Medellín, el Big Ben acostado en Manchester). Ojo: el overol, los Ray-Ban, el flequillo albino pueden ser leídos como un signo despolitizado al mismo tiempo que imagen de una artista única en su capacidad de arrastrar piezas sueltas de la memoria popular y (re)presentarlas como arte.
Además...
La artista más popular de la Argentina, Marta Minujín, cumple hoy ocho décadas. Pero el festejo será mañana, cuando se case “con la eternidad” en el hall del Malba a puertas cerradas, diez años después de haber celebrado en ese mismo espacio su boda “con el arte”. Entre los casi doscientos invitados especiales, estarán algunos de los que respondan a la convocatoria que compartirá el museo en sus redes sociales.
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