A los 75 años, murió la escritora santafesina Estela Figueroa
Fue autora de una obra admirada y a la vez secreta que comenzó a lograr reconocimiento público luego de la edición de su poesía reunida, en 2016
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A los 75 años, un día antes de cumplir los 76, falleció ayer en la ciudad de Santa Fe la escritora Estela Figueroa (1946), autora de una obra poética tan admirada como -lamentablemente- poco conocida fuera del ámbito de la poesía. Vivía en el barrio Centenario de su ciudad natal. Su muerte fue anunciada en Facebook por una amiga de la poeta, Silvana Montemurri, y la publicación fue compartida por Virginia Russo, una de las hijas de la escritora. Los editores del sello Bajo la Luna, que publicaron El hada que no invitaron. Obra poética reunida 1985-2016, escribieron en esa red social: “Con una tristeza enorme, despedimos a la querida poeta Estela Figueroa. Abrazo fuerte a sus hijas”. Varios escritores y lectores compartieron poemas y recuerdos de Figueroa en redes, a modo de homenaje.
Figueroa era madre de dos hijas, Coco y Virginia Russo, y había sido pareja del escritor y editor santafesino Edgardo Russo. En años recientes, las nuevas generaciones de poetas rescataron su poesía y la difundieron con entusiasmo. Aunque era reacia a las entrevistas, mantuvo una larga conversación con los escritores Natalia Leiderman y Patricio Foglia para la revista digital Malón Malón. “Desconfío de la gente que escribe muchos poemas -les dijo-. Que te dicen: Ay, ahora estoy escribiendo tanto… No sé, porque realmente es una conexión. […] La poesía no es exhibición, yo creo que es algo que se puede compartir como yo estoy ahora compartiendo con ustedes pero no subir como una reina, bendecida por los ángeles y leer y que me aplaudan. El curro de los festivales en una época tuvo sentido, pero ahora hay festivales por todos lados, y gente siempre dispuesta a ir”. En la obra de Figueroa se conjugan la cotidianidad y el fulgor de la trascendencia.
Hasta siempre, Estela. pic.twitter.com/iWB8jn3HVS
— Julieta Ortega 🏹 (@ortegajuli) August 12, 2022
Publicó los poemarios A capela, Máscaras sueltas, Un libro sobre Bioy Casares, El libro rojo de Tito, La forastera, y también textos para cine y teatro. Consideraba a Roberto Arlt uno de los mejores escritores argentinos, no así a su comprovinciano Juan José Saer. Coordinó los talleres literarios en el Pabellón de Menores de la cárcel de Las Flores, donde editó la revista Sin Alas, y daba talleres particulares de escritura. Dirigió la revista La Ventana, publicada por la Dirección de Cultura de la Universidad Nacional del Litoral. Colaboró en el diario El Litoral. El escritor Sandro Barrella señaló que el punto de apertura y observación de la escritura de Figueroa, a la que llamó “una estoica del litoral”, era el patio de su casa. El lanzamiento de la obra reunida marcó un antes y un después en la difusión de su obra. En 2021, junto con Osvaldo Bossi y Graciela Cros fue jurado de la primera edición del Premio Storni de Poesía.
“Hice taller de escritura y lectura con ella -cuenta la escritora y editora Alejandra Bosch a LA NACION-. Yo empezaba a estudiar Letras en ese año, y Eduardo Paradot, un amigo en común, me lo recomendó. Más allá de que se escribía mucho en su taller y que luego hacía hermosas publicaciones de los escritos de los alumnos en su revista, ella no corregía prácticamente nada. Se leía mucho en voz alta, traía textos maravillosos. Mantenía largas conversaciones telefónicas. Le gustaba leer poemas nuevos por teléfono a sus amigos y alumnos. Su casa era un lugar de plantas, perros y libros. En aquellos años ella ya era solitaria. Tejía al crochet, regalaba tejidos y bufandas a las amigas. Es verdad que no le gustaban las entrevistas; sentía que después no respetaban lo que ella había dicho. Pero la conocí como una poeta genial que conversaba de cine, de libros, de las personalidades santafesinas. Me emociona leerla”.
El escritor y traductor Jorge Fondebrider se refirió también a Figueroa. “Durante años, sus poemas fueron algo así como un secreto -remarca-. De tanto en tanto publicaba una plaqueta; a veces, alguno de esos textos iba a dar a una revista. Todavía recuerdo los sobres que me mandaba cuando publicaba algo nuevo. También, las llamadas al teléfono fijo, las largas conversaciones en las que, agotados los datos más inmediatos y las referencias a los amigos y amigas en común, y Juana Bignozzi era una mención recurrente, Estela amagaba decir algo más que nunca terminaba de expresar. Un día de 2016, la editorial Bajo la Luna publicó El hada que no invitaron, la suma de los poemas, fundamentalmente inéditos, que Estela había escrito entre 1985 y 2016. En ellos hablaba una y otra vez de la soledad, de la casa que se vaciaba, de cómo iban raleando los amigos. Leyéndola, creí entender las razones de sus inesperados silencios y también la manera en que había logrado transformar la pena y la tristeza en gran arte. No fui el único, ya que ese libro le confirió una muy merecida proyección nacional y la instaló junto a otras grandes poetas de su generación, como Mirta Rosenberg, Irene Gruss, Tamara Kamenszain o la recientemente fallecida Susana Cabuchi”. Fondebrider destaca que ese libro, ya con varias ediciones, sigue encontrando lectores en el presente y seguramente también los va a tener en el futuro. “Trae la noticia de una gran poesía escrita con casi nada por una gran poeta, que hizo un culto de la discreción y que transformó el dolor en pura belleza”, concluye.
“Me gustaría morir siendo muy vieja, llegar a sentir como un cansancio de estar vivo -les dijo la escritora a Leiderman y Foglia-. Llegar a desear la muerte, y que no sea una invasora”. La muerte de Figueroa se produjo días después del fallecimiento del escritor, artista y editor rosarino Hugo Diz, a los ochenta años, que participó varios años en la organización del prestigioso Festival Internacional de Poesía de Rosario.
Dos poemas de Estela Figueroa
Tracé un paréntesis en mi vida
En ese paréntesis puse mis emociones.
Como un chico que en una tarde de domingo
pasea con un globo
yo paseo con mi paréntesis
Si el hilo es fuerte
lo conservaré
Si es débil
no claro que no
Mis emociones
me inundarán
como un río.
A Manuel Inchauspe, en el hospicio
Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.
De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.
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