A los 69 años, murió el escritor Rodolfo Fogwill
Narrador excepcional y amante de la música, ejercía la provocación como una forma de pensar
La muerte de Rodolfo Enrique Fogwill, o Fogwill a secas, como él se llamaba a sí mismo, no deja solamente un desamparo literario y afectivo. Más allá del cuerpo está lo ya escrito, esa extensa obra radioactiva en todos los géneros, que seguirá discutiéndose de acá a muchos años; acaso nada le habría gustado más que eso. Pero con él desaparece también una verdadera fuerza de la cultura argentina que se manifestaba, al margen de los libros, en artículos, conferencias, entrevistas. La provocación era para él una variedad del pensamiento, una esgrima intelectual que forzaba la inteligencia a superarse, a pensar en ocasiones lo que no podía ni debía ser pensado.
Hace poco más de un mes había cumplido 69 años. Murió ayer, de una afección pulmonar que padecía desde hacía tiempo y por la que había estado en terapia intensiva la última semana.
Se dedicó inicialmente a la sociología y habría que decir que de algún modo la influencia de esos estudios nunca se extinguió e influyó luego en sus libros de ficción, moldeados por una idiosincrásica forma del realismo. En los libros de Fogwill, lo real no está en las alusiones a la economía, al consumo, a la guerra al sexo, o a la irreverencia sin atenuantes en cada uno de esos campos. A Fogwill se lo reconoce sobre todo en una estrategia narrativa, en una sintaxis.
"Escribir me parece más fácil que evitar la sensación de sinsentido de no hacerlo", anotó en un texto recogido en Los libros de la guerra (2008), volumen de artículos periodísticos. La chica de tul de la mesa de enfrente , Muchacha Punk , Los pasajeros del tren de la noche , Help a él y Cantos de marineros en las pampas están entre los mejores cuentos de la literatura argentina y son el ejemplo definitivo de un narrador excepcional, en el sentido más literal de esta palabra.
De sus libros de poemas y de sus novelas, él mismo se ocupó de decidir: Partes del todo (1991) y Lo Dado (2001), para los primeros, y Los pichiciegos (1983), Vivir afuera (1998) y En otro orden de cosas (1998), para las segundas.
Había trabajado en marketing y en publicidad, y se jactaba de administrar exitosamente su nombre como una marca. Pero esa figura pública que aparecía en las revistas y en los suplementos culturales disimulaba otra dimensión, oculta a veces por las diatribas, habitualmente certeras, y los desplantes políticos. Nada parecía irritarlo tanto como el populismo, la estupidez y la prosa mal escrita. El temor que podían tenerle algunos de sus enemigos intelectuales era simétrico a la generosidad que él mostraba hacia sus amigos y los artistas (no solamente escritores) que respetaba y admiraba.
Entender la vida
Tenía la nostalgia de los barcos y del mar (había navegado mucho y se quejaba de que el sol de cubierta le había arruinado la piel). Solía hablar mucho de sus hijos de casi todas las edades. Sus conocimientos eran variadísimos, desde los autos hasta la filosofía, pero todos esos conocimientos -que combinaba hábilmente en las ficciones, en la conversación y en sus frecuentes charlas en foros públicos- fueron adquiridos con un único fin desmedido que nunca ocultó: entender el mundo y entender la vida.
Se desprendía inmediatamente de los libros que leía; los regalaba. Tenía una memoria prodigiosa para recordar versos y un oído infalible para la métrica. Más que nada, le gustaba la música: las canciones alemanas de Robert Schumann, Franz Schubert y Hugo Wolf; los cuartetos de cuerdas y las misas, pero también el chamamé. Llevaba siempre un iPod con esa música cargada. "Todos mis textos fueron escritos bajo el influjo de algunas músicas o de algunos textos que, solamente cantados, revelan el sentido que la lengua tuvo previsto en su articulación", contó en una entrevista. Era además amigo de varios compositores argentinos y de algunos músicos de rock, un género que no toleraba. Le gustaba mucho cantar.
"La literatura no cuenta historias sino maneras de contar historias", dijo una vez. Esa manera de contar es inseparable de una voz. Y quizá nada le importaba más a Fogwill que la voz. La dificultad de escribir sobre él residió siempre en que es muy improbable que aquello que se escriba le haga justicia a esa voz; una voz que, desde ahora, se articulará solamente en sus libros, huella permanente de un pensamiento y de una música.
Sus restos serán velados hoy, en la sala Augusto Raúl Cortázar de la Biblioteca Nacional, a partir de las 15.
PERFIL
Origen : nació en Quilmes, el 15 de julio de 1941.
Galardones : en 2003 ganó la beca Guggenheim y, al año siguiente, el Premio Nacional de Literatura por su libro Vivir afuera.
Obras : Partes del todo (1991) y Lo Dado (2001) recopilan sus poemas. Los pichiciegos (1983), Vivir afuera (1983) y En otro orden de cosas (1998) son algunas de sus novelas.
En otras lenguas : su literatura fue traducida al alemán, hebreo, francés, inglés y portugués.
Maestro : fue docente y profesor titular de la Universidad de Buenos Aires. Ensayista y columnista especializado en temas de comunicación, literatura y política cultural.