A los 64 años, murió el escritor, editor y académico Luis Chitarroni
El autor era uno de los críticos más lúcidos de su generación y creador del sello La Bestia Equilátera; estaba internado por una septicemia y había sido intervenido ayer
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La cultura argentina perdió hoy a uno de los escritores y críticos más lúcidos de su generación. A los 64 años falleció Luis Chitarroni. Estaba internado en el Sanatorio de La Trinidad desde el lunes a la noche a causa de una infección generalizada. Fue operado ayer a la tarde y luego se lo indujo a un coma. Había nacido el 15 de diciembre de 1958 en la ciudad de Buenos Aires. En 2021, había ingresado a la Academia Argentina de Letras (AAL). Se desempeñó, además, como asesor en el Fondo Nacional de las Artes en el área de literatura.
Con Natalia Meta y Diego D’Onofrio, creó el sello editorial La Bestia Equilátera. Allí se publicó el libro de ensayos Mil tazas de té y Siluetas, la colección de perfiles de escritores poco conocidos en la Argentina (los llamaba “ejercicios narrativos”). “El nombre de la editorial era el nombre de un relato de Diego; el relato cambiaba continuamente pero el título quedaba, entonces nos pareció que el título era más poderoso que cualquier relato. Y es lindo porque suena amenazador y a la vez está determinado por algo geométrico, tiene algo de inexorable”, dijo en diálogo con este diario.
La cultura argentina está de luto.
— Eduardo de la Cruz (@plebeyoardiente) May 17, 2023
Se ha ido uno de los imprescindibles de la cartografía nacional.
Ha muerto Luis Chitarroni
Escritor, crítico, editor, agitador. pic.twitter.com/jaQWoc30r7
Colaboró con LA NACION con columnas sobre Bob Dylan (Chitarroni era un melómano de gustos amplios), José Emilio Burucúa y Roberto Bolaño. En los últimos años, tuvo problemas de salud y también dificultades económicas (no recibió apoyo de ninguna institución pública nacional y en 2022 se postuló para el subsidio del Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, Proescritores, para el que fue votado en forma unánime por el jurado). Al tener que mudarse a una vivienda más pequeña con su familia, debió desprenderse de más de diez mil ejemplares de su babélica biblioteca. Dio clases en la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
Muy joven, por mediación del profesor y crítico Enrique Pezzoni, comenzó a trabajar en la editorial Sudamericana, junto con Gloria Rodrigué. En una visionaria colección de literatura argentina, publicó las primeras narraciones (novelas y libros de cuentos) de Daniel Guebel, Sergio Chejfec, Sergio Bizzio, Charlie Feiling, María Negroni, María Martoccia, Gustavo Ferreyra y muchos otros autores que hoy forman parte del canon literario local. También fue editor de Luis Gusmán, Ricardo Piglia, César Aira y Ana María Shua. Y publicó a poetas como Alejandra Pizarnik, Amelia Biagioni, Alfredo Veiravé, Olga Orozco y Alberto Girri.
“Me da muchísima pena lo sucedido -dice la editora Gloria Rodrigué, actual presidenta de Edhasa, a este diario-. Los años que trabajé con él fueron muy lindos. Era un sabio y como tal muy poco práctico para la vida. Lo pasábamos tan bien trabajando juntos. Era genial con sus ocurrencias y contando los libros. Un lujo tenerlo como asesor en Sudamericana”.
Fue autor de las novelas El Carapálida y Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa, del libro de relatos La noche politeísta (estos dos últimos en Interzona), Mil tazas de té y Siluetas (nacido de sus publicaciones en la revista Babel) y, recientemente, Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges), producto de su curso en el Malba durante 2020. Ese mismo año, la Universidad Diego Portales, de Chile, dio a conocer Pasado mañana. Diagramas, críticas, imposturas.
Sus talleres privados o en instituciones culturales forman parte de la mitología literaria de la ciudad de Buenos Aires. “Chitarroni es un ser de una inteligencia y simpatía extraordinarias, pero está envuelto en el misterio -escribió Hugo Beccacece, ‘alumno’ de Chitarroni en el Malba, en LA NACION-. Muchos sospechamos que vive en mundos paralelos, porque si no, ¿de dónde sacó tiempo para haber leído todo lo que leyó, escuchado todo lo que escuchó (música clásica de todos los siglos, rock, bolero, tango, bailanta, jazz), sin hablar de tiras televisivas que se remontan a Andrea del Boca (niña) y de películas anteriores al cine? En su escritura despliega una excepcional conjunción de saber, maestría en el lenguaje y belleza emocionada”.
Trisitíma despedida al querido Luis Chitarroni.
— Mariana Travacio (@MarianaTravacio) May 17, 2023
Murió hoy, muy joven, generoso como pocos.
Inmenso el vacío que deja. pic.twitter.com/8Toht4x0dK
“Era lo mejor de lo mejor, el nombre mismo de la literatura argentina, pero secreto y sin fronteras -dice el escritor Daniel Guebel, amigo de Chitarroni, a LA NACION-. El escritor que lo sabía todo, que sabía ordenar, leer y perdonar. De Borges tomó la sintaxis y la volvió extravío, exploración, concierto barroco del suburbio de la infancia donde condensó el mundo. Cultivaba, como un elegante inglés que desdeña las superficialidades del vestir, como un deportista del estilo, la modestia que disimulaba su superioridad, y se situaba siempre a la altura del nivel de inteligencia de su interlocutor, pero sin la sorna de su maestro. Fue amigo de muchos, porque todos lo queríamos, y no había manera de no quererlo, y no habrá manera de olvidarlo”.
El escritor Luis Gusmán, que conoció a Chitarroni cuando este tenía dieciocho años, es padrino de Pedro, hijo del escritor fallecido. “Cuando lo conocí le regalé un libro de Nabokov -cuenta Gusmán-, aunque él decía que buscaba uno de Thomas Pynchon. Se me parte el alma. Ayer lo vi en el sanatorio y le dije: ‘Chau, Luis’, no sabía que me estaba despidiendo”.
“Fuimos amigos por más de cuarenta años -dice María Martoccia-. Estuvimos juntos en viajes, nacimientos de hijos, separaciones, publicaciones de libros. Me enseñó a escribir y a leer. Era el mejor maestro del mundo, y el más amable”.
Laura Ramos recordó una vez que, junto con Martoccia, lo convencieron de dictar un curso. “Nos leyó a un Aira y a un Fogwill que jamás habíamos leído y jamás volveremos a leer. Aira o Fowgil nunca fueron tan geniales como en la voz de Luis. Y creo que ésa era su cualidad, una generosidad intelectual a fondo blanco. Se despojaba de la belleza, porque era un dandy extremo, para ofrendarla a su interlocutor. Luis Chitarroni, más ilustrado que todo Oxford y Harvard y el Dr. Johnson (¿y acaso él no era nuestro Dr. Johnson?), hacía sentir a un mendigo que era tan ingenioso, erudito e inteligente como él”.
Durante la pandemia, Chitarroni grabó un video para el ciclo “Diario de la peste”, de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.
Uno de los escritores que bregó por el ingreso de Chitarroni a la AAL fue Jorge Fernández Díaz. “Luis fue mi amigo y mi editor en tiempos de Sudamericana, y también mi compinche en tantas conversaciones y encuentros literarios -dice Fernández Díaz-. Fui uno de los académicos que lo propusieron para integrar la Academia Argentina de Letras, e hice personalmente su elogio, con mucha emoción. Fue votado con entusiasmo por todo el cuerpo, dado que se lo reconocía como un erudito de todas las artes, un escritor originalísimo y un editor fundamental de la Argentina, pero por cuestiones de salud no pudo asistir a muchas sesiones. Fue el heredero de dos legendarios editores: Francisco Porrúa y Enrique Pezzoni, con quien trabajó. Y fue editor de Piglia, Fogwill, Aira, Guebel, Gusmán, Martoccia, Negroni y muchos más. Era, como Borges, un lector total y tenía un humor inesperado. Era, además, un hombre bueno. Siento mucho dolor por su partida”.
¡Vamos a extrañar mucho a Luis Chitarroni!
— Diego Cano (@DC_1867) May 17, 2023
Generoso como el que más, editor de fuste y con un conocimiento de nuestra literatura inmenso.
“Ninguna inteligencia artificial podría leer y escribir como Luis Chitarroni -dice a LA NACION el escritor Daniel Mecca-. Fue para mí un lector que no requiere adjetivos. En nuestros intercambios pasaba de hablar de Homero, Yeats, Elliot, Pound, Wilcock o Girri para luego irse a los Beatles o los Doors. Era una escuela de todas las cosas. Tenía erudición, ironía y picardía, nunca ostentación sobre esas virtudes. Era muy generoso y escucharlo era un hecho universitario y callejero a la vez. Le gustaba cambiarme el nombre: me decía Mr. Mek o MecCartney y así. Jugaba. En una de nuestras últimas charlas me escribió: ‘Cumplimos y significamos. Dignos siempre’. Me gusta recordarlo así. Cumplió y significó”.
Chitarroni amaba la conversación, la “esgrima verbal” (en la que imitaba los tonos y las frases hechas de personajes de la escena literaria) y el humor en todas sus formas. “Me encantan las polémicas: es la forma literaria que más obliga a la elegancia y a la preparación argumentativa”, dijo a este diario, a la manera de otra fina línea de diálogo con la literatura y el mundo.
Sus restos serán despedidos hoy, de 21 a 0, y mañana, de 9 a 12, en la sala Cortázar de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502).
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