A los 63 años, falleció la escritora rosarina Julia Grink
La psicoanalista Olga Pilnik, que había adoptado un seudónimo para escribir ficciones, murió en la ciudad de Buenos Aires el domingo; dejó obra inédita
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Este domingo, a los 63 años, falleció en la ciudad de Buenos Aires la psicoanalista Olga Pilnik que había adoptado el seudónimo de Julia Grink para firmar sus libros de cuentos. Había nacido en Rosario el 5 de junio de 1960. Tenía cáncer. Pilnik se había mudado a Buenos Aires después del golpe de Estado de 1976, una vez iniciada la represión en su ciudad natal, con allanamientos y detenciones ilegales a compañeros de estudios. Vivía en el barrio de Almagro.
Comenzó a escribir ficción en la madurez y publicó dos libros de cuentos en los que se puede reconstruir un hilo narrativo mayor, una atmósfera de tensión sociopolítica y un itinerario por varias zonas del país, en distintas temporalidades. Los días de noche (2019) salió en el sello Qeja, de la escritora y editora Leticia Martin, y El vestido de arpillera (2021), que escribió durante la pandemia, en La Docta Ignorancia. También escribió reseñas de cine.
“El seudónimo de Julia Grink fue una gran liberación, un personaje que me alivió -contó en diálogo con el psicoanalista y escritor Nicolás Cerruti en el canal de YouTube Me la pasaría leyendo-. Olga Pilnik está llena de demandas, de cosas para hacer, de trámites. No me puedo escabullir. Julia hace lo que quiere. Ese es mi segundo nombre, solo me inventé el apellido. Julia Grink es un espacio de libertad que me surgió después de un sueño con un cuento de Julio Cortázar, ‘Carta a una señorita en París’”. (En uno de los relatos de Los días de noche aparece un misterioso conejo.) “La escritura produjo una apertura en la escucha que yo no tenía”, señaló.
“Dificíl despedir a Olga Pilnik, que eligió la significativa fecha del 24 de marzo para dejar este mundo que soñó mejor y por el que luchó con incansable fuerza -dice Leticia Martin a LA NACION-. Como psicoanalista, participó activamente de la transmisión del psicoanálisis. Ha sido un lujo para mí conversar sobre cuentos, editarla como Julia Grink, escucharla y contarle mis ideas. Hace apenas unos meses, tomamos café en el Bar Río de Almagro. Fue un sábado en el que tomé conciencia de que su enfermedad había avanzado mucho y le llevé de regalo la última novela de Qeja. Recuerdo que me dijo que estaba trabajando en un nuevo libro para darnos. Su confianza en nuestra editorial se fue tornando amor con el paso de los años. Era fácil encontrarse con ella cualquier día, incluso sin haberlo pactado. Siento una pena enorme por su partida. Al Parque Centenario y al cine les va a faltar su mirada siempre inteligente y asociativa. Su paso por este mundo lo cambió en sus detalles más sutiles. Julia fue guía y una voz que elegí escuchar. Me llenó de confianza y fe muchas veces, sobre todo cuando perdía la capacidad de resistir. Recordaré siempre nuestro viaje a El Bolsón junto a Elizabeth Barral, las tardes de cine independiente en los clubes de Palermo y su entereza para vivir la enfermedad y afrontar el final. Fue un tremendo honor escucharla, leerla y tenerla cerca”.
“Un día Julia me acercó sus cuentos para que los trabajáramos -dice a LA NACION el escritor y librero Hernán Lucas-. Desde ese momento nos reunimos todos los jueves, durante años, para escribir y también para analizar cuentos y textos críticos. Era fanática de Ricardo Piglia y Juan José Saer. Curiosa, entusiasta. Julia profesaba un amor tan puro por la literatura que me acompañará siempre”. En uno de sus cuentos, la narradora se refiere a un “momento Saer” del día.
“Es difícil escribir desde el cuerpo actual -había dicho la autora al psicoanalista Matías Tavil en junio de 2023, en referencia al cáncer-. El arte permite ir más allá de los límites del yo”. En esa charla que también se puede ver en YouTube, anunció que trabajaba en un libro de cuentos con el título provisorio de “La mujer Wim Wenders”, con una protagonista que recorre calles y bares de Rosario y Buenos Aires.
“Recuerdo el día que nos conocimos -dice la licenciada en Artes Victoria Viola-. Había sol tibio y nos fuimos a ese bar que tanto le agradaba. Conversamos como si la vida nos hubiese ofrendado una misma raíz, una manera de preguntar, de aproximarnos a lo deseado. Sentía pasión por el lenguaje y comprendía la intimidad de ese cuerpo que es la extensa literatura nacional. Escucharla fue un gran placer y un aprendizaje. Su voz cálida y pausada seguirá en sus dos hermosos libros publicados. Allí encontraremos a Julia, siempre. La imagino en su querido Parque Centenario, caminando suave entre un aire verde”.
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