¿A dónde van los libros que no venden?: entre la guillotina, el saldo y los regalos
"Recibí un mail de la editorial informándome que tenían 1500 ejemplares en un estado en el que no se podían vender. Me comunicaban que iban a destruirlos y me ofrecían que, si quería algunos, podía retirarlos del depósito. Fue un shock porque creía que el libro se vendía muy bien". La anécdota es de Laura Ramos en referencia a Corazones en llamas, la reedición de su libro en coautoría con Cynthia Lejbowicz, pero evoca una situación por la que atraviesan muchos autores en virtud de un hecho poco difundido y sobre lo que algunos prefieren no hablar: la guillotina como destino final de los libros.
Una práctica común en las grandes editoriales del mundo, y también en nuestro país, la destrucción de libros es impulsada no ya por razones ideológicas como en los regímenes autoritarios, sino por la dinámica del mercado editorial. La necesidad de hacer lugar en los depósitos, propios o alquilados, en los que se almacenan los ejemplares no vendidos y reducir los costos pone en marcha todos los años para esta fecha, en previsión del cierre de los balances, un procedimiento similar en las diferentes empresas.
"Antes de llegar a esa instancia se evalúan donaciones, venta interna en la editorial y venta al autor", cuenta a LA NACION la gerenta de Marketing y Comunicación de Penguin Random House, Valeria Fernández Naya, quien para hablar de la eliminación de libros recurre a un eufemismo. "No se destruyen, se reciclan y se utilizan para otros libros", afirma e insiste en que la destrucción "es el último recurso" y en que en siete años de trabajo supo solo de tres libros que fueron al picadero de papel. Agrega que "es un tema muy delicado porque según cómo se aborde" puede generar conflictos "por lo que representa en la Argentina la destrucción de libros". Tal precaución lleva a la multinacional con la que PRH comparte la representación de la mitad del mercado editorial argentino, el Grupo Planeta, a no atender a la prensa. "No se podrán brindar los datos requeridos ya que es información confidencial de la empresa a nivel global", fue la respuesta de ese grupo editorial a la solicitud de LA NACION. No obstante, se sabe que también Planeta destina a la guillotina buena parte de los ejemplares que tienen al menos dos años de publicación y son devueltos por las librerías por falta de venta o por estar fallados.
La eliminación de libros llegó al país con el crecimiento de la industria y de la mano de los grupos empresariales que hoy tienen una treintena de sellos y que publican un promedio de 40 nuevos títulos cada mes -entre 500 y 700 por año- con tiradas de entre 2000 y 50.000 ejemplares o más. Errores en los cálculos de ventas al decidir la tirada o imponderables del mercado se traducen en cientos de miles, y hasta millones, de ejemplares que se van acumulando en los depósitos.
La falta de información precisa alimenta mitos que no llegan a desmentirse.
"Cuando fui a buscar algunos ejemplares estaba compungido por lo que percibía como un cierto fracaso. Un empleado de la editorial que me ayudó a llevarlos hasta el auto intentó consolarme; me dijo que estaba contactando a otros escritores por lo mismo y que me quedara tranquilo que no serían como los nazis que destruían libros, sino que ellos los reciclaban y con eso hacían maples para huevos...", comenta otro autor que, por la seriedad de su interlocutor, se fue convencido de haber salvado al menos dos centenares de libros de esa suerte.
Fernando Fagnani, editor de Edhasa que, por política editorial, no destruye ni salda libros, llama a "desacralizar la cuestión". Considera que "es importante dejar de ver al que destruye un libro como un delincuente porque eso es un disparate. Publicar 500 novedades en un año es muy meritorio y tener que destruir algunos es un efecto colateral y una práctica legítima. Me parece que hay un purismo con los libros que lo entiendo como lector, pero desde el lado de la editorial es totalmente lógico. Hacer un culto por el libro en sí no tiene mucho sentido".
Como otras editoriales medianas o pequeñas, Edhasa publica un promedio anual de treinta títulos y con tiradas de entre 1500 y 3000 ejemplares. "Son apuestas editoriales diferentes. Los más grandes apuestan por el público y si el lector no está tienen que hacer algo porque no pueden tener en el balance y en los depósitos cientos de miles de ejemplares, que son un costo importante, en honor a nada porque se sabe que la ruleta no vuelve a pasar por ahí", explica Fagnani al referirse a libros que "difícilmente tengan una sobrevida" porque, por ejemplo, tratan temas coyunturales. "Cuando la apuesta es más a la literatura o los ensayos no se acumula tanto stock y los riesgos son menores. Puede pasar que apostás por autores que a lo mejor no venden mucho en el primer libro, sino con el segundo o tercero unos años después", continúa Fagnani, para quien "las gestiones chicas son más intensivas, con pocos libros publicados; aunque esto no quiere decir que salga bien".
María Teresa Carbano, directora de la editorial Imaginador, agrega otro factor. "Hay una flexibilidad que tiene la pequeña que no la tiene la grande. Hasta ahora, no sé qué pasará con los cambios del dólar, muchas editoriales chicas venían imprimiendo bajo demanda tiradas, por ejemplo, de 300 ejemplares. No tendemos a destruir; nos cuesta tomar esa decisión y hacemos una oferta especial, buscamos exportar o saldar". En este contexto, la opción de abaratar los precios y ofrecerlos a los "salderos" o librerías "de viejo" es elegida por algunos sellos y escritores y rechazada por otros que incluyen en los contratos la prohibición de "saldar" los ejemplares no vendidos para no poner en evidencia lo que entienden como un fracaso personal.
"No hay nada vergonzoso en que los ejemplares de una tirada común vayan a una librería de saldos. El comprador de saldos no necesariamente lleva novedades, y viceversa. Son segmentos distintos. Yo me crié leyendo libros de saldos de la calle Corrientes", dice Daniel Guebel, otro de los escritores que "salvó" de la guillotina dos de sus libros, La carne de Evita y Ella. "Con la publicación de nuevos libros la vida útil de un título se agota mas rápido; si se venden poco, no significa que mis libros son peores que otros. Es una cuestión de mercado", dice el escritor y cuenta que se hizo cargo de los ejemplares que le dio la editorial, donó algunos a Filba, que a su vez los dieron a bibliotecas y al resto lo está obsequiando a los clientes de Tanizaki, su restaurante de sushi en Palermo. "Con la cuenta, el mozo les lleva un ejemplar de regalo. Tenemos la idea de hacer lo mismo con libros de otros autores que estén en la misma situación".
Laura Ramos también encontró una forma de regalar los ejemplares de Corazones en llamas, cuya primera edición en los años 80 había vendido 50.000 ejemplares. Los ofreció a través de su muro de Facebook y a las pocas horas tenía más de mil pedidos. Había pensado responder uno a uno, pero fueron tantos que directamente puso la dirección donde debían retirarse, la del periódico Mundo Villa, cuyos directivos habían aceptado su propuesta de distribuirlos gratis en las barriadas donde circula esa publicación. "Se repartieron unos 600 ejemplares. Me quedé con la idea de que la gente interesada en Corazones en llamas no se había enterado de la reedición, porque los mensajes eran de sorpresa en general", admite la escritora. Y suma: "El shock que provoca en un autor el hecho de que se destruyan sus libros es tan poderoso que no se suele quedar con energía para convertir esa tristeza en acción. Es demoledor y vergonzante, pero a mí me dio mucho entusiasmo poder obsequiarlos".
También a las redes sociales recurrió Germán Beder para ofrecer La vez que casi me muero y otros relatos y en una hora y media "volaron" doscientos libros. "Lo hice creyendo que no iba a tener ningún tipo de repercusión. Lo que pasó marca que la gente sigue leyendo, pero que los libros son muy caros y supongo también que, en este escenario del país, lo gratuito llama más la atención. De otra forma es inexplicable tanto interés", bromea Beder, para quien la destrucción "es una situación un poco traumática". Al momento de recibir la comunicación de la editorial se sintió disgustado y dolido. "Después recapacité y valoré que me hayan regalado los libros antes de tirarlos", recuerda.
Donar no siempre es fácil
¿Por qué no los regalan las mismas editoriales? Las donaciones a instituciones no están incluidas como política permanente de los grandes grupos aunque hagan algunas en ocasiones especiales. Planeta, por ejemplo, donó ejemplares para el último Festival BAN y en una acción conjunta con Disney, por los 90 años de Mickey, al Hospital Durand. PRH suele regalar libros al Hospital Garrahan y a la Fundación Leer. "Hay libros que no te queda otra porque no se pueden rescatar, pueden estar deteriorados, rotos, con humedad, amarillos o picados por insectos. Y otros que, por la temática que tratan, tampoco se pueden donar como los de contenido erótico, por ejemplo", dijo Fernández Haya.
Edhasa acostumbra enviar a bibliotecas y cárceles ejemplares con la tapa rota u hoja doblada, e Imaginador, como otros sellos pequeños, dona a la Fundación El Libro y a las cámaras del Libro y de Publicaciones y estas los distribuyen.
¿Y las bibliotecas? "La Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) no acepta donaciones de las editoriales, salvo alguna que otra excepción, porque las bibliotecas son asociaciones civiles independientes que manejan su dinámica bibliográfica como se les da la gana. No podemos aceptar una donación y mandársela a una biblioteca porque esta puede quererla o no y porque tampoco tenemos recursos para enviarlas al interior", dijo a LA NACION Leandro De Sagastizábal, titular de la Conabip. Para evidenciar la diversidad de intereses de las bibliotecas recordó que en la última edición de la Feria del Libro, 1054 bibliotecas populares de todo el país compraron 37.000 títulos distintos. Y agregó: "Por otro lado, no queremos llenar las bibliotecas de los rezagos buenos o malos de gente que decide mudarse y le sobró la mitad de libros, o las editoriales que en vez de destruir lo quieren mandar a la biblioteca; queremos la biblioteca llena de los mejores libros, los nuevos, los que atraen lectores". No obstante, De Sagastizábal aclaró que la destrucción, con la que él personalmente no está de acuerdo "nunca", muchas veces "no tiene que ver con la calidad del material sino con un error en la tirada inicial" o con ciclos económicos complejos, y que las editoriales o los autores se contactan directamente con las bibliotecas.
Donde reciben gustosos algunas donaciones es en la Fundación Leer, a la que llegan pedidos de libros desde escuelas y bibliotecas del interior. "Tenemos una fluida relación con las editoriales porque saben que las donaciones que hacen llegan a destinatarios que los necesitan, pero somos muy cuidadosos del tipo de libros que aceptamos", comparte Patricia Mejalelaty, su presidenta. En cada reunión que ella mantiene con editores repite un mismo pedido: que la posibilidad de donar a instituciones los ejemplares que no logran un canal de venta efectivo sea establecida por una cláusula de los contratos con los autores. "Esto facilitaría las cosas y evitaría que las donaciones sean acciones esporádicas", augura.
Vaivenes y víctimas del mercado editorial
- 40 títulos: Son los que, en promedio, publican por mes los dos grandes grupos editoriales de la Argentina (Penguin Random House y Planeta). Eso totaliza entre 500 y 700 libros por año, con tiradas de entre 2000 y 50.000 ejemplares o más
- 3000 ejemplares: Suele ser la tirada máxima de las editoriales medianas o chicas, que en general no destruyen ni saldan títulos porque apuestan a ciertos autores o a la venta sostenida en el tiempo, eso que se llama long sellers, a diferencia de los best sellers, de venta rápida como una fast food. Lo que no rinde pronto, se destruye o se vende o entrega a los autores, que a su vez lo regalan o lo revenden
- Supervivencia: Germán Beder ofreció en Facebook su libro y en menos de una hora y media se "fueron" más de doscientos ejemplares. Daniel Guebel, dueño del local de sushi Tanizaki, le regala una de sus ficciones a cada comensal.
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