Jean-Paul Sartre, cuarenta años después: compromiso, filosofía y olvido
Cuarenta años atrás, el 15 de abril en París, moría uno de los protagonistas ineludibles del pensamiento y la cultura en Occidente durante el siglo XX: el filósofo, escritor y activista político Jean-Paul Sartre (1905-1980). Su labor, tan fecunda como polémica, dejó huellas profundas en la cultura universal y fue muy influyente en la Argentina. "Fue nuestro compatriota y nuestro paradigma y nuestro compañero de ruta", escribió Abelardo Castillo.
"Fue un gran escritor –sintetiza el filósofo Tomás Abraham–. Su obra Las palabras es exquisita. Fue un polemista fuera de serie. Sus artículos de crítica literaria durante la Ocupación alemana tienen un poder incisivo incomparable. Los personajes de sus primeras novelas fueron la matriz para otros de la literatura universal, además de la Argentina. Oliveira de Cortázar, Martín de Sábato, el Rienzi de Piglia, y los de Castillo, son personajes sartreanos. En nuestro país ensayistas como Oscar Masotta, Carlos Correas y Juan José Sebreli se educaron con sus obras". Para el autor de El deseo de revolución, Sartre también fue un "ideólogo mediocre que creyó en la gran grieta de la Guerra Fría".
El compromiso y la obsolescencia
Encarnó como pocos el rol del intelectual comprometido con su época, en la denuncia de guerras, invasiones y formas modernas del colonialismo. No obstante, a veces sus posiciones políticas, cercanas a las del Partido Comunista Francés, lo llevaron a sostener afirmaciones descabelladas (como que en la Unión Soviética había libertad de expresión). Eso no impidió que, en sus últimos años de vida, ciego y sin escribir, llevara a cabo una revisión inconclusa de sus tesis sobre historia y política.
"La filosofía francesa del siglo XX se puede dividir en dos cabezas pensantes: Sartre en la primera mitad y Michel Foucault en la segunda –sostiene el filósofo Luis Diego Fernández–. Su lugar es incuestionable, aunque personalmente me encuentro en las antípodas del modelo de intelectual comprometido sartreano y de sus postulados existencialistas, humanistas y marxistas. En la actualidad, su aporte filosófico se ha visto relativizado y debilitado tanto en la academia como fuera de ella. El tiempo colocó a Sartre como una figura demasiado hija de su tiempo, por tanto, su obsolescencia se hizo evidente".
Excepto la poesía, que solo le interesaba como lector y fuente de amistad, no hubo género literario que Sartre haya dejado sin cultivar. Novela, autobiografía, crítica literaria, ensayo psicológico, tratado filosófico, sátira, carta, manifiesto, obra teatral aparecen en el corpus de la bibliografía sartreana, que en la Argentina se publicó de forma exhaustiva, en especial en la editorial Losada. En 1964, rechazó el Premio Nobel de Literatura, alegando que si lo aceptaba perdería su condición de filósofo. Con Simone de Beauvoir, formó una de las parejas legendarias de las letras, y con ella y el filósofo Maurice Merleau-Ponty (al que lo unía su amor por el maestro Edmund Husserl), creó la revista Les Temps Modernes, altavoz literario, político e ideológico en el que colaboraron Raymond Aron, Michel Leiris, Samuel Beckett y Jean Baudrillard, entre muchos otros.
El último de los modernos
"La obra de Sartre, que conoció una fama insólita para la producción filosófica entre las décadas de 1930 y 1960, fue quedando casi completamente relegada de los estudios académicos en filosofía y le agarró algo de tufo a viejo en el imaginario cultural –dice la doctora en Filosofía Danila Suárez Tomé–. Alguna vez considerado el último de los modernos, Sartre era ya demasiado cartesiano para la corriente posestructuralista que daría muerte al sujeto racional. Sin embargo, hoy en día su recuperación traería algo de aire fresco para pensar las formas de la libertad, la responsabilidad y el compromiso, y también para recuperar la reflexión sobre los afectos, los temples anímicos y las emociones que tanto le interesaban".
El existencialismo, corriente filosófica a la que el autor de El ser y la nada dio gran impulso, sostiene que el mundo no tiene más sentido que el que las personas le otorgan. Prueba de ellos son los héroes sartreanos de su trilogía Los caminos de la libertad y de sus angustiosas obras teatrales. "Los tópicos que representó en forma literaria son puertas abiertas a una serie de reflexiones filosófico-existenciales que nos pueden ayudar a encontrarnos en espacios que nos unan como seres humanos", agrega Suárez Tomé.
La náusea en tiempo presente
Dos filósofos argentinos eligen la primera novela de Sartre, protagonizada por Antoine Roquentin, como obra de referencia del pensador francés. "También en la calle hay una cantidad de ruidos turbios que se arrastran. Se ha producido un cambio durante estas últimas semanas. ¿Pero dónde? ¿Soy yo quien ha cambiado? Si no soy yo, es este cuarto, esta ciudad, esta naturaleza", reflexiona Roquentin, suerte de álter ego del joven Sartre. "La náusea (1938) es la novela emblemática del existencialismo -afirma la filósofa Esther Díaz-. Esa que adelantaba, desde la literatura, los conceptos seminales de la filosofía que Sartre plasmaría en El ser y la nada". Díaz leyó esa novela a los veintiséis años. "La misma edad que tenía Sartre cuando la publicó -agrega la autora de Ideas robadas-. Y, como su torturado protagonista, me preguntaba por el sentido de la vida. No es baladí acercarse a ese libro cuando se necesita entender lo que nos pasa. La literatura filosófica suele ser salvadora en momentos de crisis como los pandémicos. Una línea de fuga de esa bestia inmóvil que gravita en nuestro corazón".
La náusea es también el primer libro de Sartre que leyó el filósofo Emmanuel Taub. "Me conmocionó desde la primera lectura -remarca-. Novela filosófica que anticipa su pensamiento existencialista: el dolor de ser en el mundo. 'Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento -es atroz- si existo es porque me horroriza existir'". Según el autor de Mesianismo y redención, la náusea es "el instante en el que nos volvemos presentes y entendemos el dolor de la existencia, producto de hundirnos en lo más profundo de la vida, mientras la humanidad, en continua crisis y derrota, es la historia de la destrucción de sí misma". Lo único que nos acerca a una idea de verdad es la finitud. "Sartre desarrolla con una narrativa que te sumerge entre sus páginas lo efímero de la materialidad de ser humano y, con ello, que la existencia es olvido, por eso lo único que nos queda es la tarea de recordar para luchar contra la historia. El tiempo es olvido. Hoy más que nunca, sus palabras nos interpelan para reflexionar qué queremos recordar de un mundo que se cae a pedazos y, más aún, qué mundo queremos reconstruir". El título original del debut novelesco de Sartre era "Melancolía".
Para seguir leyendo
Un tratado filosófico: El ser y la nada (1943)
En su primera gran obra filosófica, Sartre discute el nihilismo de la obra del pensador alemán Martin Heidegger y postula una reivindicación del ego. "Me conmovió mucho el apartado de El ser y la nada, titulado 'La mirada', que está al final de una sección en la que Sartre se ocupa de la existencia del prójimo -revela el filósofo Diego Singer-. Lo que afirma allí es que la mirada del prójimo me juzga, me cosifica y pone en peligro mi libertad. Y ante esa degradación de lo que somos, podemos responder de tres modos distintos: con temor, vergüenza u orgullo. Lo fascinante es que Sartre indica que la vergüenza es el afecto más auténtico que podemos tener en ese caso, ya que si no nos sentimos avergonzados de ser un objeto para otro realmente tenemos pocas posibilidades de recuperar nuestra libertad. En qué sentido la vergüenza puede ser un indicador de nuestra libertad es algo que nunca me había cuestionado antes de leer a Sartre".
Una obra teatral: Las manos sucias (1948)
"Es una de sus piezas literarias que mejor refleja la concepción filosófica del joven Sartre -dice la escritora Josefina Delgado-. Las contradicciones que entrañan aquellas decisiones que permiten el acceso al poder, la dificultad de sostener una política de alianzas, y cómo finalmente el héroe es aquel que no deja de ser él mismo, a pesar de no solo haber arriesgado su vida cometiendo un crimen por encargo, sino que, no estando orgulloso de esa muerte, sin embargo se rescata al comprender que lo han traicionado en nombre de la necesidad. ¿Ensuciarse las manos? Sí, pero sin retroceder. Leer a Sartre, penetrar en su existencialismo sin claudicaciones: lo propongo como una necesidad de estos tiempos, en los que la humanidad se pregunta si vale la pena elegir la vida". Estaba previsto que una versión de esta obra teatral se estrenara en el Teatro San Martín en septiembre.
Un ensayo literario-filosófico: Saint Genet, comediante y mártir (1952)
Sartre escribió sobre tres grandes nombres de la literatura francesa: Charles Baudelaire, Gustave Flaubert y Jean Genet. Cada uno de los tres, además, abjuró de la moral de su época. En esta obra, que se asemeja a una biografía en clave filosófica, Sartre desarrolla en paralelo al análisis de las obras del autor de Diario del ladrón y Santa María de las Flores una teoría sobre el mal y otra sobre la estética. Como por milagro, dado que la influencia de la religión no está ausente en este torrentoso ensayo, ambas confluyen. "El crimen es un modo de obligar al mundo a soñar la nada", es una de las tesis sartreanas. "Más adelante nos enteramos de que esta tentativa disparatada de reemplazar al mundo entero con una apariencia de mundo se llama estética y que el esteta es un malvado". En un comienzo, este ensayo de setecientas páginas iba a ser un prólogo para las obras reunidas de Genet.
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