A clase con barbijo y estrés por las cenizas
En las zonas afectadas los chicos tienen un solo recreo, y están tensos y agresivos; hay deserción de docentes por enfermedades
Todo es tan lastimoso desde que el volcán chileno Puyehue vomitó su enojo en junio último que nadie se asombró al ver llegar a los chicos por las calles de tierra con antiparras, barbijos y los libros polvorientos. Son los alumnos de la escuela N° 341 de Villa La Angostura, una de las localidades más castigadas por la lluvia de cenizas que dejó a la mitad de la Patagonia bajo un polvo inclemente que mata todo a su paso.
Esta imagen se repite en otros lugares del Sur, como en Ingeniero Jacobacci, en Villa Traful, en Puyín Manzano y en San Martín de los Andes, por nombrar sólo algunos ejemplos, y en innumerables pequeños parajes rurales donde viven familias o comunidades muy reducidas.
¿Cuáles son los trastornos que trajo el volcán? Los docentes coinciden en algunos puntos:
- Imposibilidad de lograr alcanzar los 180 días de clases obligatorios.
- Aumento de la agresividad de los chicos y los adolescentes por falta de espacio libre para moverse.
- Estrés, que se refleja en bajas calificaciones y una mayor distracción de los alumnos en clase.
- Forzosos cambios de hábitos.
- Sentimiento de soledad.
En Ingeniero Jacobacci los alumnos han tenido que cambiar de horario: los chicos del turno mañana asisten a la escuela de 7.15 a 10.15 y los del turno "tarde" lo hacen desde 10.15 hasta 13.30. La modificación en los horarios se debe a que el viento en Jacobacci empieza a apretar entre las 11 y las 16, y las cenizas, que allí son una especie de talco que penetra en todos lados , obligan a los habitantes de la estepa patagónica a encerrarse en los hogares a partir del mediodía para, a veces, no salir hasta el día siguiente.
En Villa Traful los chicos estuvieron sin clases durante tres meses antes de la erupción del volcán, por un problema de infraestructura en la única escuela local. Luego, el Puyehue los obligó a encerrarse durante dos semanas por las emanaciones, con los consiguientes problemas inmediatos causados en los alimentos y el agua. Los alumnos, claro, tuvieron que recurrir a los barbijos y las antiparras, y el comité de crisis que se organizó trató de frenar el estrés, con cierto éxito, usando la radio local para entretener jugando y dando precisas indicaciones.
La periodista de la FM Municipalidad encargada de llevarle alivio a la gente, Vilma Espinosa, apunta: "Acá no se veía nada, fue tremendo, especialmente porque ya veníamos sin clases durante tres meses porque la escuela se venía abajo, y luego siguió con las cenizas. Los mayores problemas en esta zona de 400 habitantes es la escasez de alimentos, porque los animales se mueren".
En Villa La Angostura, los chicos comenzaron a inclinarse por juegos más violentos y a pelearse en los recreos. Esto se sumó a la deserción de los maestros, afectados por enfermedades relacionadas con el estrés o el aparato respiratorio.
Exceso de energía
Inés Domínguez, directora suplente de la escuela N° 341, es una de las víctimas del volcán y está realmente preocupada. Dice que no hubo deserción escolar, pero la actitud de los alumnos es otra: están agresivos, inquietos, malhumorados y se hace más difícil el aprendizaje. Hay graves problemas para escuchar y ser escuchado. "No tienen por dónde sacar tanta energía, viven encerrados y tampoco pueden concurrir a las clases de educación física porque el gimnasio tiene fisuras en el techo y se volvió peligroso", dice, por teléfono, esta mujer que hace las veces de mamá, psicóloga, médica y lo que venga ante tanta adversidad.
"Los adultos tienen una situación de estrés permanente -comenta- y faltan mucho por enfermedades relacionadas con el agotamiento, además de las infecciones respiratorias y gastrointestinales. Y cuando les pedimos a los chicos que vengan con barbijo y antiparras se resisten y se está haciendo muy difícil".
Rubén Sandoval, director de la escuela N° 17 de Ingeniero Jacobacci, explica: "Estuvimos sin clase durante junio y julio. En esta zona cayeron partículas muy pequeñas, como talco, que era irrespirable y hacía difícil la visión. Cuando retomamos las clases tuvimos que sellar la escuela, cambiar los horarios de clase y darles un solo recreo de 10 minutos a la mañana, que no es suficiente. Ahí se vio cómo estaban de alterados los chicos".
La escuela tiene más de 400 alumnos y debió suspender las clases cuando el viento superaba los 80 kilómetros por hora, dado que era imposible respirar, caminar, ver bien y, claro, mucho menos aprender. "Entonces les llevábamos cuadernillos -sigue Sandoval- para que trabajaran en su casa. Y cuando volvían a la escuela notábamos que estaban irascibles, muy tensos y hartos de estar adentro."
Y añade: "Nosotros tuvimos que aprender a convivir de nuevo. Y sabemos que va a traer problemas tanto de salud como económicos. Las cosas están carísimas".
¿Algo bueno queda de todo esto? Sí, una enseñanza sociológica: la tragedia del Puyehue equiparó a los habitantes en la solidaridad y en el sufrimiento, y los igualará seguramente en las soluciones.
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