A cincuenta años de la muerte de Pablo Neruda, el legado patrimonial del gran poeta chileno
Hoy se cumplen cinco décadas del fallecimiento del premio Nobel y habrá un homenaje en la Casa Museo de Isla Negra, una de las tres propiedades de Chile del autor de “Confieso que he vivido”
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Podría decirse que además de poeta, premio Nobel, diplomático y político, Pablo Neruda fue un gran escenógrafo. Las tres casas que dejó como legado parecen puestas en escena listas para una obra, o bien poemas en un espacio donde las cosas, quietas, dan pistas de distintas facetas de este personaje nacido en Parral, el 12 de julio de 1904 y fallecido un 23 de septiembre, hace cincuenta años. Hoy, a las 12, tendrá lugar una ceremonia en su homenaje en la Casa Museo de Isla Negra. Asistirán autoridades de gobierno y el directorio de la Fundación Pablo Neruda, según informó Fernando Sáez García, director ejecutivo de la fundación.
El espacio, como dimensión que informa el poema, aparece con fuerza en la lírica nerudiana como él mismo afirma en sus memorias, Confieso que he vivido: “Se comenzó por infinitas playas o montes enmarañados una comunicación entre mi alma, es decir, entre mi poesía y la tierra más solitaria del mundo. De esto hace muchos años, pero esa comunicación, esa revelación, ese pacto con el espacio, han continuado existiendo en mi vida”, dice el escritor. “La naturaleza allí me daba una especie de embriaguez”, recuerda en otro extracto aludiendo a su vínculo con la naturaleza originado durante su infancia en la ciudad de Temuco, en la región de la Araucanía, donde creció.
Esa naturaleza se hizo luego presente en sus poesías, pero también en sus casas. El imaginario nerudiano traspasó su verso y se trasladó a estas escenografías que quedaron congeladas como testigos de la historia de un ícono de la literatura universal. La Fundación Pablo Neruda custodia hoy estas casas museos que invitan al público a conocer algunos de los recovecos del hábitat del Nobel, mostrando varios Nerudas detrás de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes, como se llamaba en verdad Pablo Neruda, quien inventó este seudónimo para ocultar las poesías de su padre, cuando aquél no estaba de acuerdo con que su hijo fuera poeta.
Isla Negra: el coleccionista, el niño
La casa de Isla Negra está ubicada al sur de la comuna de El Quisco, en la región de Valparaíso, a menos de dos horas de Santiago, rumbo al Oeste. Se eleva como una construcción alargada, encastrada entre las rocas justo frente al océano Pacífico. Neruda la adquirió en 1939 a un marino español cuando buscaba un espacio para escribir su Canto General. Al principio, la edificación era pequeña; pero con el tiempo fue creciendo y ampliándose de forma horizontal, emulando, dicen, la geografía de Chile. Aquí, la teatralidad embebe el lugar.
La sala de estar parece una escena de un espectáculo en pausa con mascarones de proa de barcos antiguos y ángeles que cuelgan desde el techo como si fueran los personajes del espectáculo conversando frente al mar, sobre el hogar. En el comedor, también se respira un aire teatral entre otros mascarones que se miran en silencio en torno a la mesa.
Con más de 3500 objetos, el recorrido puede ser interminable. “Esta casa está llena de las cosas que a él más le llenaban la vida”, comenta a LA NACIÓN Carolina Rivas, directora de esta casa museo. Colmada de objetos de colección, la vivienda es una huella del Neruda coleccionista profesional. Hay flotas de veleros embotellados dentro de botellas de vidrio; insectos, como mariposas o escarabajos. Hay instrumentos; artículos náuticos y cartográficos; brújulas y réplicas de barcos.
Una sala entera dedicada a los caracoles lo delatan como el Neruda Malacólogo. “Cuando ya pasaron más de quince mil, empezaron a ocupar todas las estanterías y a caerse de las mesas y sillas. Los libros de caracología o malacología, como se les llame, llenaron mi biblioteca”, dice en unas líneas de sus memorias sobre estas piezas, describiéndolas como su tesoro marino.
El Neruda niño de la Araucanía revive también en este espacio, con referencias a una infancia que relucen encapsuladas en objetos. “En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta. He edificado mi casa también como un juguete y juego en ella de la mañana a la noche”, cuenta el poeta en el libro mencionado. Hay, por ejemplo, una sala dedicada exclusivamente a un caballo gigante, hecho de cartón y papel maché, oriundo de su ciudad natal, al que solía mirar por la vitrina cuando pasaba caminando. En algún momento de su vida Neruda gestionó la compra de este caballo y se lo llevó a Isla Negra.
Hay otro espacio para recordar especialmente su Sur natal: se llama “La Covacha”; es de paredes de madera y tonos beiges y café. Allí se recluía a escribir, según explica la audioguía. Le puso un techo de zinc, para que la lluvia sonara fuerte como la de su tierra austral. “Si bien esto está al final del recorrido, es como llegar al comienzo de su vida”, explica Rivas a LA NACIÓN. “Mi vida es una larga peregrinación que siempre da vueltas, que siempre retorna al bosque austral, a la selva perdida”, confesó el poeta en su libro.
La Chascona: el enmascarado
La vida de Neruda tuvo algunos misterios y secretos. Además de haber ocultado la autoría de sus textos a su padre con un seudónimo, recurrió al anonimato en varias ediciones del libro Los versos del Capitán, publicado en 1952 y dedicado a Matilde Urrutia (su tercera y última esposa), mientras aún estaba casado con Delia del Carril, una artista argentina veinte años mayor que él. Matilde y Neruda vivieron una relación secreta durante seis años, antes de que en 1955 Neruda se separara de Delia. Pero desde 1953, Matilde ya vivía en la casa que Neruda había comprado a los pies del cerro San Cristóbal, en el barrio Bellavista de Santiago, “La Chascona”, palabra quechua que significa despeinada, en honor a ella.
Esta casa da varios signos del Neruda enmascarado. En la sala de estar, por ejemplo, hay un retrato enigmático que Diego Rivera pintó de Matilde Urrutia. Un doble rostro de frente y de perfil, oculta a la derecha el perfil de Neruda entre el pelo de Matilde. Los frascos de sal y pimienta tienen etiquetas que dicen “Morfina” y “Marihuana”, como un chiste para sus invitados. Además, en el comedor hay una pequeña puerta junto al armario por donde solía aparecer el poeta de sorpresa mientras sus invitados lo esperaban. Esa puerta lleva a un pasillo secreto que conduce a una escalera de caracol que termina en un dormitorio donde el escritor dormía la siesta.
Esta faceta del Neruda se traslada a otros aspectos de la vida del escritor. Por ejemplo, en tiempos de la presidencia de Gabriel González Videla, Neruda, luego de haber sido desaforado como senador, debió escapar del país atravesando la cordillera de los Andes desde Temuco hasta San Martín de los Andes y luego a Buenos Aires, rumbo a París con el pasaporte de su amigo y novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Allí permaneció clandestino por un tiempo. No obstante, durante el Congreso Mundial de Partidarios de la Paz recitó unos versos y la noticia llegó a Chile. Al enterarse de esto —según relata él mismo en su libro— el gobierno de su país desmintió públicamente la noticia y aseguró que el poeta estaba en Chile, y que el de Francia era solo un doble. Un periodista en París le pidió aclarar la situación, a lo que el escritor dijo: “Responda que yo no soy Pablo Neruda sino otro chileno que escribe poesía, lucha por la libertad, y se llama también Pablo Neruda”.
Es interesante remarcar que el poeta omitió en su libro Confieso que he vivido, toda referencia a su hija discapacitada Malva Marina. Hay que tener en cuenta, eso sí, que este no es un libro autobiográfico, sino unas memorias sobre su vida.
La historia de Neruda después de Neruda también quedó suspendida en el misterio. Desde 2011 hay una causa judicial abierta que investiga cómo murió el poeta aquel 23 de septiembre de 1973 en la clínica Santa María de Santiago: si fue por un cáncer prostático como lo indica la historia, o si lo envenenaron. Han habido tres paneles de expertos para investigar este asunto, y luego del último, en febrero de este año, no se han dado más noticias al respecto.
La Sebastiana: el capitán de tierra firme
Hacia 1959 Neruda compró una tercera casa, de cuatro pisos y muchas escaleras, esta vez, en uno de los cerros de la ciudad de Valparaíso. La llamó “La Sebastiana” en honor a su constructor, el español Sebastián Collado y la inauguró en las fiestas patrias de 1961, con una fiesta junto con amigos.
“Valparaíso fue en la vida de Neruda, la ciudad de la imaginación, y la inspiración. Una ciudad especial, rara. Sintió una atracción por el puerto desde muy joven. Y esa relación tuvo una continuidad en los años”, comenta en conversación con LA NACIÓN Jaime Pinos, director de esta casa museo.
Si bien las tres casas de Neruda tienen relación visual con una embarcación, la de Valparaíso, al ofrecer una vista panorámica completa de la ciudad portuaria, del mar y del horizonte, permite imaginar al poeta como el timonel de un barco: “En algún momento se definió como marinero en tierra. Alguien que no navegaba solo en el agua, sino que establecía estos lugares marítimos en tierra”, comenta Pinos. “Yo soy un amateur del mar. Desde hace años colecciono conocimientos que no me sirven de mucho porque navego sobre la tierra”, reafirma el Nobel en sus memorias.
Los mapamundis aquí presentes dan sensación de viaje, evocan al Neruda de mundo, a sus distancias recorridas. En el living llama la atención el caballito de madera de carrusel que trajo de Francia.
“Yo construí la casa./ La hice primero de aire./ Luego subí en el aire la bandera/ y la dejé colgada/ del firmamento, de la estrella,/ de la claridad y de la oscuridad”, dice en la poesía para La Sebastiana, donde solía disfrutar de los fuegos artificiales sobre el mar a fin de año.
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Las tres casas de Neruda tienen un correlato arquitectónico lúdico porque invitan al juego, a la sorpresa, a la curiosidad y a la imaginación.
En ninguna falta el espacio para el bar: “Era sagrado, solo él se instalaba (...) Se vestía con chaqueta de barman y bigotes pintados con corcho quemado”, cuenta la audioguia de una de las casas museos.
En las tres hay recovecos, escaleras y pasillos secretos.
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