A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
En el Centro Cultural Rojas, se realiza esta tarde un homenaje a la artista, que falleció a los 43 años en 1994; su obra migró del under porteño a colecciones de grandes museos nacionales e internacionales
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El pasado 13 se cumplieron treinta años de la muerte de la artista y docente Liliana Maresca, a los 43 años. Había nacido, igual que otros referentes ineludibles de la cultura argentina como Alejandra Pizarnik, Luis Gusmán y Néstor Perlongher, en Avellaneda, el 8 de mayo de 1951. Hoy, a las 19, en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038), participarán del homenaje “Liliana Maresca 1994-2024. Otras miradas” la artista Magdalena Jitrik, los curadores Adriana Lauría y Javier Villa, y el sociólogo y escritor Juan Laxagueborde, que acaba de publicar el ensayo Liliana Maresca, una época (Mansalva). En diálogo con Daniela Zattara, brindarán testimonios y aproximaciones a su práctica artística, tan original como vigente. La entrada es libre y gratuita.
Maresca estudió en la Escuela Nacional de Cerámica, asistió a talleres en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes y tomó clases con Renato Benedetti, Miguel Ángel Bengochea y Emilio Renart. A principios de 1980 comenzó a participar en la escena cultural del under porteño. Dio clases en la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad de Buenos Aires y de forma particular. Además de esculturas, objetos, pinturas, instalaciones, happenings y fotoperformances, su actividad incluyó la organización de exposiciones y eventos colectivos multidisciplinarios como Lavarte (1985, en un lavadero automático) y La kermesse. El paraíso de las bestias (1986), en que, disfrazada de monja, conversaba con Dios.
En 1985, tejió una enorme bufanda para la ciudad de Buenos Aires y en la exposición colectiva La conquista, de 1991, criticó el colonialismo europeo; para una muestra en la Facultad de Filosofía y Letras, con páginas arrancadas de libros dio forma a una serpiente de papel que se devora a sí misma (y que no sobrevivió, porque la incineró). El cuerpo fue soporte de varios trabajos (se podrían llamar también experiencias) personales y en colaboración. En 1994, a dos días de inaugurar la exposición retrospectiva Frenesí en el Centro Cultural Recoleta, murió en la ciudad de Buenos Aires por complicaciones relacionadas con el VIH. El mito recién comenzaba: en 2008 se hizo la exposición Transmutaciones en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino, en Rosario, y en 2017 el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires le dedicó la muestra Liliana Maresca. El ojo avizor, 1982-1994. Obras suyas integran las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid y la Tate Modern de Londres.
“Fue una artista paradigmática en los desafíos de los años noventa -dice la investigadora y ensayista Andrea Giunta a LA NACION-. Gestora de amistades, de sociedades, de exposiciones, fue autora de una de las obras más radicales que se hayan realizado sobre el sida, el ‘Cristo en transfusión’ [Cristo, 1988], presentado en Mitominas, en el Recoleta, en los años ochenta. Y de las más radicales de la época, con obras conmovedoras sobre el desamparo social durante el menemismo, con su performance entre los escombros en el río de la Plata en los que se acumulaban los restos de demoliciones en la ciudad, y a los que se sumarían los de la AMIA. Maresca trabajó sobre el desecho y la poesía al mismo tiempo, revisó el legado de la conquista de América, hizo retratos, se exhibió desnuda, elaboró sus esculturas desde la alquimia de los materiales. Su obra se ubica entre las más desconcertantes y provocadoras de las décadas de los ochenta y hasta 1994, cuando falleció. Maresca es un enigma perpetuo. Propuso desafíos que han quedado activos y desde los que pueden pensarse muchas de las difíciles paradojas del presente”.
Trabajó en colaboración con amigos, como el fotógrafo Marcos López. “A mediados de 1982, justo después de la guerra de Malvinas, tomé la decisión de dejar mis estudios universitarios de ingeniería para venirme a vivir a Buenos Aires y dedicarme por completo a la fotografía -recuerda López en diálogo con LA NACION-. No conocía a casi nadie en Buenos Aires. Un amigo me dio el contacto de una arquitecta, también de Santa Fe, Patricia Isasa, que le subalquilaba un cuarto a Maresca en su casa de San Telmo. Fui a visitar a Patricia y me presentó a Liliana. Enseguida tuvimos buena onda, y desde ese momento fui un asiduo visitante de la casa, en Estados Unidos al 800, una casa antigua en un segundo piso. Se vivía un clima de comunidad de artistas que visitaban la casa”. León Ferrari, Batato Barea, Martín Kovensky, Alejandro Urdapilleta y Alejandro Kuropatwa fueron algunos de sus amigos y aliados.
López conoció a Elba Bairon, Marcia Schvartz y Roberto Fernández por intermedio de Maresca. “Ahora con los años confirmo la influencia tan importante que tuvo Liliana y su entorno en mi formación artística -dice-. Yo venía de estudiar en colegio de curas, de una familia tradicional de clase media. Luego de conocerla, hicimos varias sesiones de fotos. Ella, desnuda con su obra. Ahora esas fotos están en importantes colecciones de arte como el Museo Reina Sofía y la Tate Gallery. En esos primeros años de democracia se vivía un clima de libertad y desenfreno en la escena artística porteña. Tuvimos una relación de amistad que se sostuvo en el tiempo. En los trabajos fotográficos que hicimos juntos teníamos un modo de trabajo compartido, muy relajado, libre. No usábamos la palabra ‘fotoperfomace’. Se me ocurre que no la conocíamos. Simplemente nos poníamos a hacer fotos. Los dos teníamos muy claro que con la imagen nos interesaba generar un producto artístico”.
En el encuentro de esta tarde, a las 19, Jitrik hablará sobre el rol de la artista en la galería del Rojas (en los años de Jorge Gumier Maier en la coordinación del espacio) y Lauría, sobre “la perspectiva decolonial”, el compromiso político y la significativa presencia corporal en la obra maresquiana. Laxagueborde tenderá un puente entre la época de la artista y la actual, y Villa, curador de la retrospectiva de Maresca en el Moderno años atrás, sobre la idea de comunidad “entre el under y la institucionalidad”. Cita obligada para rendir tributo (y seguir aprendiendo) de una creadora excepcional.
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