70 años con Fernando Botero
En el mes de su nacimiento, recordamos al escultor colombiano que imprimió en el arte contemporáneo un estilo inigualable
Grandes volúmenes que se erigen imponentes en el espacio urbano. Figuras de proporciones grotescas que contrastan con miradas dulces y contemplativas.
Muchas de las esculturas del artista colombiano Fernando Botero no reposan en la límpida y apacible sala de un museo, sino que se esconden entre el bullicio urbano, soportando las inclemencias climáticas y toda modificación que sobre ellas impriman los transeúntes.
Algunos de esos colosos de bronce han sido emplazados en los Campos Eliseos de París, en el Parque Carlos Thays y frente al Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires.
¿Una cuestión de tamaños?
En una sociedad signada por el mandato de la imagen, en la que se rinde culto a la delgadez, las figuras gordas de Botero despiertan intensos debates.
El escritor Mario Vargas Llosa, por ejemplo, rechaza la idea de que el artista engorde a los seres que retrata con la mera intención de hacerlos "más vistosos" y propone una nueva lectura de las obras.
"La hinchazón que sus pinceles imprimen a la realidad perpetra una operación ontológica: vacían a las personas y los objetos de este mundo de todo contenido sentimental, intelectual y moral. Los reducen a presencias físicas, a formas que remiten sensorialmente a ciertos modelos de la vida real para oponerse a ellos y negarlos," explica Vargas Llosa.
La operación descripta por el escritor peruano puede inducirnos a pensar que muchos publicistas contemporáneos utilizan una práctica semejante cuando exponen cuerpos perfectos despojados de todo contenido sentimental, intelectual y moral. Desde este paralelismo, Botero revitaliza, una vez más, su vigencia.
Las escalas espaciales sobre las que trabaja Botero son atribuidas, por lo general, a fines satíricos o caricaturescos. Sin embargo, el artista no coincide con esta interpretación de sus esculturas y prefiere resaltar que, antes que burlarse de sus personajes, se enamora de ellos.
Botero rompe con el concepto de armonía al que estamos acostumbrados y, desde las amigables y tiernas miradas de sus figuras, nos invita a descubrir una nueva armonía que emerge aún de aquello que muchos calificarían de grotesco y desmesurado.
Sus modelos
A diferencia de sus colegas contemporáneos, que se esfuerzan por poner en primer plano los aspectos más oscuros de la realidad, Fernando Botero utiliza el arte para embellecer la vida y perfeccionar la realidad.
Coherente con esta inclinación, los modelos de Botero durante su formación fueron los pintores italianos del 400. Además, en varias oportunidades manifestó su admiración por Velázquez, Goya e Ingrés.
Aunque es hijo de un viajante de comercio, nacido en el seno de una familia humilde que permanecía alejada de toda disciplina artística, Botero dice que desde sus primeros años de vida supo que iba a ser pintor.
Así, en su estada por el colegio de jesuítas en Colombia se inscribe la anécdota de una expulsión por haber publicado un artículo sobre Picasso, artista acusado por esta institución de deformar la figura humana.
Desde esta experiencia, pasa a ser catalogado de rebelde y años más tarde emigra hacia la Capital colombiana y luego hacia un pueblito del Caribe donde retrata las costumbres indígenas.
A los 19 años desembarca en Barcelona con los bolsillos vacíos y un sueño movilizador: convertirse en el nuevo Picasso. En una de sus incansables caminatas por la ciudad española, Botero descubrió en una librería lo que se convertiría en una de las claves de su éxito: ir contra la tendencia corriente en su generación de artistas.
Con este afán, se dispone a aprender y copiar el arte del Renacimiento, rechazando así las modas reinantes y aparentando ser un conservador.
Comenzó sus estudios de arte en Medellín, luego continuó su formación en la Academia San Fernando de Madrid, el Museo del Prado y en la Universidad de Florencia.
Pese a sus prolongadas estadas en Europa y sus numerosas exposiciones en los grandes centros de arte de Washington, Nueva York, Londres, Munich, Zurich, París y Rotterdam, Botero no da la espalda al espacio latinoamericano en el que nació.
En el ´76 elogió a esta región al calificarla como uno de "los pocos lugares que aún quedan en el mundo que pueden ser convertidos en mitos". Esta concepción explica los numerosos vínculos que los especialistas han tejido entre sus obras y el mundo literario.
Pasión por las corridas de toros
A la pasión por su oficio, la pintura y la escultura, al cual dedica casi la totalidad de los días -aprovechando cada instante luz natural para iluminar sus creaciones- Botero suma un fanatismo exhacerbado por las corridas de toros.
En su infancia soñó con ser torero y para ello pasó dos años entrenándose en la escuela de tauromaquia hasta que descubrió que sus capacidades artísticas eran más notables que sus destrezas físicas.
En algunas ocasiones, se negó a ser fotografiado, argumentando que un pintor no es su propio rostro, sino la imagen que pinta. De hecho, su figura esbelta contrasta notablemente con la de sus personajes y no deja de ser paradójico que la palabra gordo sea la primera que resuene en nuestras mentes al escuchar su nombre.
En Internet
VIDEO
La biografía de Fernando Botero, de la que se exhiben algunos fragmentos en esta nota, fue emitida el viernes 19 de abril por el canal A&E Mundo.