2024, año Kafka: el mundo celebra el legado imborrable del autor de “La metamorfosis”
Museos, teatros, institutos culturales y universidades se preparan para conmemorar cien años sin un autor clave; su presencia, no obstante, es omnipresente en la cultura occidental así como su influencia en la obra de escritores y pensadores contemporáneos
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Franz Kafka encontró en su paseo diario por el parque Steglitz de Berlín a una niña ahogada en llanto. La pequeña había perdido su muñeca. Kafka reaccionó de modo diferente a los adultos que la consolaban: “Tu muñeca se ha ido de viaje. Lo sé porque me ha enviado una carta donde así lo indica. Mañana te traeré la carta”. Quien recordaba esta anécdota es su pareja Dora Diament en el libro Cuando Kafka vino hacia mí. Durante varios días Kafka escribió cartas desde la perspectiva de la muñeca, narradora de unas aventuras en busca de su felicidad. Las leía en voz alta en el parque ante la carita desolada. Ese juego se repitió hasta que la nena comenzó a aceptar la independencia de la muñeca. “Franz había resuelto el pequeño conflicto de la niña a través del arte, gracias al medio más efectivo del que él personalmente disponía para ordenar el mundo”, escribió Diament. Esta empatía, esta posibilidad de brindar consuelo a los frágiles, de colaborar con la maduración de las ideas y del esfuerzo por explicar el absurdo, es apenas un ejemplo del legado de Kafka.
Los museos, teatros, institutos culturales y las universidades se preparan para conmemorar en 2024 el Año Kafka. En este caso no se trata de rescatar o de poner en valor la obra de un autor inmenso que ha sido olvidado o cuya sombra comenzó a erosionarse. Kafka ha dejado un legado y una presencia imborrables en la cultura occidental. En Praga, donde nació en 1883 y pasó la mayor parte de su vida, el Goethe- Institut anunció una copiosa programación para conmemorar el centenario de su muerte a través de conferencias, proyecciones de películas inspiradas en la obra del autor y hasta el lanzamiento de un videojuego inspirado en la narrativa y en la estética kafkiana. En la República Checa la prestigiosa cineasta Agnieszka Holland dirige Franz, un biopic que se estrenará en los cines europeos a mediados de año. En Berlín, donde vivió Kafka durante una temporada, en Austria y en Zurich también habrá eventos conmemorativos para repensar sus creaciones. En Oxford, más precisamente en la Bodleian Library que pertenece a la célebre universidad, se inaugurará en mayo la exhibición Kafka: Making of an Icon. En esta biblioteca se custodia la mayor colección de manuscritos, diarios, y fotos, dibujos y cartas del autor. Además, Nórdica publicará una nueva edición de Un artista del hambre y El proceso.
Kafka, su estilo, su mirada, su voz y sus personajes han impregnado la cultura occidental de manera atroz. Ricardo Piglia, consagrado a pensar en su obra literaria y académica de qué modo se lee un texto y cuáles son las propiedades de un buen y un mal lector, imaginó un encuentro entre un joven Adolf Hitler y Kafka en Respiración artificial. Para el argentino, el escritor checo advirtió el clima que se avecinaba en Europa: “Kafka hace en su ficción, antes que Hitler, lo que Hitler le dijo que iba a hacer. Sus textos son la anticipación de lo que veía como posible en las palabras perversas de ese Adolf payaso, profeta que anunciaba, en una especie de sopor letárgico, un futuro de una maldad geométrica. Un futuro que el mismo Hitler veía como imposible, sueño gótico donde llegaba a transformarse, él, un artista piojoso y fracasado, en el Führer”, escribe Piglia en la novela. Cabe destacar que a Hitler y a Kafka lo unía su pasión por la pintura, pero mientras que Hitler fue rechazado en su acceso a la Academia de Viena y abandonó sus aspiraciones creativas, el otro caso fue diferente. El escritor comenzó la carrera de Derecho presionado por sus padres, aunque el arte había sido siempre su gran interés y por eso se suscribió a la revista Der Kunstwart. Kafka nunca dejó de dibujar y según Judith Butler, una de las grandes estudiosas de la obra del checo, sus escritos son inseparables de los dibujos: en ambos mundos los personajes tienen dificultad para tocar el suelo. Así lo señala la teórica literaria, precursora de los estudios queer, en Franz Kafka. Los dibujos (Galaxia Gutenberg).
Hanna Arendt, en el ensayo “Kafka, el hombre de buena voluntad” (contenido en La tradición oculta), analiza los “absolutos nadies” que aparecen en la obra del autor, personajes abstractos, personas sin atributos ni pasado que se dedican a la tarea de reflexionar. Arendt, judía como Kafka, cree entender el padecimiento de los parias en la sociedad con un paralelo que equipara con los judíos en la Europa del siglo XX. Para la autora, que acuñó el concepto de “banalidad del mal”, Kafka pudo escribir sobre un sistema que aunque se declarase impulsor de la modernidad y del progreso era incapaz de resolver tensiones y padecimientos de una gran masa de individuos que rechaza, al mismo tiempo que considera homogénea en su brutal desconocimiento: “En este conflicto que se extiende a lo largo de más de un siglo, Kafka es el primero que, ya al comienzo de su producción, da un giro al asunto y hace constar que la sociedad se compone de «absolutos nadies» […] en frac”. Kafka se sentía un paria y a menudo se refería a los “fallos técnicos” (expresión recogida por Diamant en Mi vida con Franz Kafka) que la sociedad había cometido con él.
El pensador francés Georges Bataille estudió hondamente las motivaciones que impulsan la violencia y exploró las situaciones límite de nuestra naturaleza: “Que en la narrativa de Kafka se expresa la crítica más acabada del mundo contemporáneo, que sus burócratas resultan increíbles por demasiado reales, sus torturadores demasiado apegados a los verdugos de Auschwitz, tan domésticos y diligentes, tan perfectamente «buena gente», que sus seres umbrátiles y sosegados son figuras de la industria cultural, está bastante claro”. Musa inspiradora, la obra de Kafka, fue y es un catalizador de teorías e interpretaciones, aunque también el universo kafkiano puede ser sometido a lecturas sesgadas, como es el caso de Bataille, quien, en La literatura y el mal (Nortesur), defendió que la crítica al capitalismo de Kafka era un modo de defender el comunismo.
Kafka dispara contra la burocracia y con el modo en el que este sistema esclaviza al trabajador dentro de un engranaje de autoridades (y autoritarismos) y procesos mecánicos o absurdos que se reiteran hasta el infinito. El cuento “Ante la ley”, contenido en la novela El proceso, un relato que le narran a Josef K. en la cárcel, inspiró a teóricos como Jacques Derrida (en su ensayo también llamado “Ante la ley”) y Giorgio Agamben (en Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida). Ambos analizaron la mecánica del poder, el abuso autoritario y la ineficacia o la inaccesibilidad de la ley. De modo más reciente, se puede destacar a otros autores y estudios, como El Derecho en la obra de Kafka, de Lorenzo Silva. El proceso ha sido objeto de innumerables estudios y ha sido trasladado a diferentes escenarios, como ocurre, por ejemplo, en Con permiso de Kafka: el proceso independentista en Cataluña (Península), de Jordi Canal i Morell.
Jorge Luis Borges tradujo el cuento “Ante la ley” al castellano en una versión que fue publicada por la revista Sur. Kafka fue un ávido lector y Borges indagó en las influencias que penetraron por los poros de los textos del autor checo. En el ensayo “Kafka y sus precursores”, el escritor argentino concluye que gracias a Kafka y la reelaboración que realiza en sus cuentos y novelas logró realizar una desinteresada operación: “En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría”. Es decir, el universo kafkiano no se circunscribe solo a su escritura, sino también a las lecturas que realizó y a los autores que rescató del olvido, como Léon Bloy.
Kafka inspiró a críticos, autores y tramas de ficción. Theodor Adorno es autor del ensayo titulado “Apuntes sobre Kafka” (Notas sobre la literatura). Ian McEwan disparó contra el Brexit invocando a La metamorfosis a través de La cucaracha. Haruki Murakami escribió Kafka en la orilla, una novela sobre un joven que abandona su casa, expulsado por el mal vínculo que tiene con su padre. Albert Camus estuvo influenciado por aquel en El mito de Sísifo. Gabriel García Márquez contaba en su autobiografía Vivir para contarla que un amigo le recomendó la lectura de La metamorfosis, un libro que lo perturbó para siempre en sus sueños.
La animalización de los humanos (La metamorfosis) y la humanización de los animales (“La obra”, por ejemplo), son temas recurrentes en la obra del checo, quien sentía un enorme respeto por el mundo animal y se convirtió en una rara avis de su tiempo, más aún en su familia, dado que su abuelo había cosechado una pequeña fortuna con una carnicería kosher. Por su parte, él era vegetariano o lo fue durante un tiempo prolongado de su vida.
Franz Kafka murió inmerso en una cura de silencio el 3 de junio de 1924. Víctima de una tuberculosis laríngea, abandonó Alemania, donde residía con Dora Diament, y fue internado en un sanatorio en Viena durante tres semanas. En aquel lapso, por recomendación médica, Kafka no emitió sonidos vocales, pero no dejó de escribir ni de señalar el horror a su alrededor: moría en aquel sanatorio un paciente por día y el escritor indicaba la cama de la reciente víctima a sus visitas. Hablar a pesar del silencio, hablar y señalar en el umbral de la muerte, en lo absurdo y la fragilidad de la existencia humana, ese fue, hasta el final, su legado, que, como los resortes y tramas de su obra, no tiene fin. Su eco continúa y lejos de extinguirse, se enciende y alza la voz un siglo después, en un Occidente otra vez signado por líderes mesiánicos y burócratas tan parecidos a sus personajes. Un Occidente nuevamente infectado de intolerancia.
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