1992: el año en que el Fondo Nacional de las Artes estuvo en peligro de cerrar definitivamente
La ley de reforma del Estado ideada por el ministro Cavallo preveía su eliminación; el secretario de Cultura José María Castiñeira de Dios convenció a Menem de nombrar presidenta de la institución a la empresaria Amalia Lacroze de Fortabat
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En 1992, el Fondo Nacional de las Artes (FNA) corrió el riesgo de ser cerrado en forma definitiva. En esa ocasión, el “salvador” del FNA fue el secretario de Cultura del gobierno de Carlos Menem, el escritor José María Castiñeira de Dios que, anticipándose a la eliminación del organismo prevista en la ley de reforma del Estado ideada por el equipo del ministro de Economía Domingo Cavallo, le sugirió a Menem que la empresaria y mecenas Amalia Lacroze de Fortabat fuera designada presidenta del FNA. El equipo de Cavallo estaba integrado, entre otros, por el economista Adolfo Sturzenegger, padre del asesor presidencial y economista Federico Sturzenegger y a quien se le atribuye la idea de “liquidar” el FNA. La historia tuvo, ese año, un final feliz.
Una vez superada la crisis económica hiperinflacionaria tras la sanción en 1991 de la ley de convertibilidad, Cavallo y su equipo habían incluido al FNA en el listado de organismos a ser elimiados en aras de la reforma del Estado. Castiñeira de Dios, advertido de esta medida, le dijo al presidente Menem que tenía una “candidata ideal” para presidir la institución: Lacroze de Fortabat. En ese entonces, la “dama del cemento” ya había sido designada embajadora itinerante. Lacroze de Fortabat aceptó de inmediato y el acto de asunción se hizo en septiembre de 1992 en el Palacio Pizzurno. Presidió el FNA hasta diciembre de 2003.
“Era una mujer muy poderosa, muy jugada y muy generosa -dice a LA NACION el curador Guillermo Alonso, que ofició de asesor ad honorem del FNA durante la gestión de la empresaria-. Hay que destacar el gran gesto político de Castiñeira de Dios que, en veinticuatro horas, resolvió el problema”. En 2024 el Congreso Nacional tal vez interprete ese papel. Artistas, gestores culturales, intelectuales y diputados creen que el presidente Javier Milei no está bien informado sobre la historia e importancia del FNA.
Durante la presidencia de Lacroze de Fortabat se publicaron más de cien libros, se apoyó a becarios, se financiaron doctorados en el exterior y se impulsaron cientos de iniciativas culturales en todo el país mediante préstamos, subsidios y concursos. “Sin pedirle un peso al Estado”, remarca Alonso. Cuando Amalita dejó la presidencia, el FNA tenía diecisiete millones de dólares invertidos en el sistema financiero. Cavallo quería que los directores cobraran diez mil dólares en concepto de honorarios. “Algo totalmente inviable para el organismo -señala Alonso-. Amalita se opuso y negoció unos viáticos por sumas irrelevantes”.
La empresaria supo rodearse de directores de primer nivel, como los escritores María Angélica Bosco, Ernesto Schoo, Guillermo Whitelow, Héctor Tizón y Eduardo Gudiño Kieffer, los directores teatrales y cinematográficos Oscar Barney Finn y Sergio Renán, el escenógrafo y productor Cecilio Madanes, la artista Josefina Robirosa, el músico Francisco Kröpfl y el abogado Carlos Alberto Paz, entre otros. “Todos trabajaron ad honorem y el FNA fue un faro. No pueden gestionarlo ni dos, ni cuatro, ni seis personas. La estructura debe mantenerse”, sostiene en relación con las modificaciones hechas a la “ley ómnibus” por el Gobierno donde se establece que el presidente y solo cuatro directores elegidos por el Poder Ejecutivo conduzcan la institución creada en 1958.
Hasta hoy, además del presidente hay un equipo de doce directores que abarcan diversas disciplinas, más un representante del Ministerio de Economía (porque el FNA es, desde el origen, el “banco de los artistas”) y otro del área de Cultura. “Desde su creación, el FNA atravesó varias crisis económicas y políticas y esta vez no será la excepción -afirma Alonso-. Debe mantener la autarquía como hasta ahora e impedir la injerencia política”.
Alonso recuerda que en la tercera presidencia de Juan Perón, en 1973, cuando la escritora y mecenas Victoria Ocampo renunció al FNA, también le habían aconsejado al Presidente cerrar el organismo. Prevalecieron, también en ese entonces, los consejos de los defensores del FNA, entre los que se hallaban los jóvenes Castiñeira de Dios y Guido Di Tella, que presidió el organismo durante un breve periodo.