“Yo puedo”. El modelo educativo que cultiva el cambio positivo, y que llegó a la Argentina
El programa hoy involucra a más de dos millones de niños en el mundo: los ayuda a afrontar los retos y propone experiencias de aprendizaje transformadoras
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Albert Einstein nunca se graduó en la escuela secundaria. Mark Twain la dejó apenas egresado de la primaria, en tanto Jack London fue expulsado por pelear con sus compañeros. Charles Dickens tuvo poca educación formal, ni siquiera llegó al nivel medio. Ray Bradbury sufrió las malas calificaciones. Las historias de aquellos que fueron expulsados del sistema educativo no se cierra en nombres célebres. Más allá de la genialidad, la escuela, en un tiempo donde la inclusión flamea en el mástil del patio, se ha convertido en un espacio homogeneizador a sottovoce.
El sociólogo Émile Durkheim dice que “la sociedad sólo puede sobrevivir si existe entre sus miembros un grado suficiente de homogeneidad: la educación perpetúa y refuerza esta homogeneidad que exige la vida colectiva”, parece una contrariedad frente al tipo de aguas ricas y diversas que se proclaman hoy.
“Pero eso no es lo que pasa”, sentencia Kiran Bir Sethi (1966). Nacida en la India, se formó en comunicación visual y fue por una década una exitosa emprendedora con su estudio de diseño. Hasta que, como mamá de Raag y Jazz, se enfrentó a escuelas que intentaban presionar a sus hijos para que cupieran como una masa de muffins en un molde de silicona, “un poco más rígido que un contenedor tan flexible”, corrige la metáfora con humor.
Por un tiempo acompañó a sus pequeños para que pudieran insertarse. “Creí que les faltaba apoyo en casa, o que aún eran más inmaduros que el resto de los compañeros –sigue–, también se me cruzó la idea de que los estábamos estimulando demasiado. Fue un sacrificio familiar que cobró precios en salud, tiempo y, sobre todo, en sus propias capacidades para desarrollarse. Hasta que un interruptor me cambió la mirada. No identifico cuál fue, pero sí cuándo sucedió. Fue de un día para el otro, como una epifanía”.
Kiran conoció a otras mamás cuyos hijos con otra vida cotidiana: tenían amigos, practicaban deportes, eran invitados y recibían amigos en casa, aprendían otras disciplinas extracurriculares, eran lo suficientemente obedientes y rebeldes como para cuadrar en un rango habitual. Entonces, ¿qué pasaba en la escuela?
“Mi mayor alerta –explica– estaba del lado del derrumbe del ‘yo puedo’ con el que nacen todos los chicos. Son como superhéroes capaces de hacer cualquier cosa y, aunque no existen los superpoderes, sí contamos con la capacidad de afrontar cualquier reto. La escuela adormecía o destruía esa idea. La imposibilidad de insertarse de un niño es la confirmación de un ´yo no puedo´que impone la escuela y que, como ente organizador del saber y acompañante de la formación académica, tiene un peso lo suficientemente válido como para que el niño entienda que esa voz es una verdad, y que aquello que le decían en casa sobre su valor para intentarlo está vinculado con el afecto”.
En el modelo la carga horaria crece con la edad, se desalienta el apoyo con clases particulares y promueven la presencia de los padres como voluntarios para toda la comunidad educativa
La diseñadora abandonó la geometría de las formas y se abocó a lo que hoy considera su “verdadera vocación”: la educación. Creó The Riverside School en Ahmedabad, un proyecto de escuelas centrado en el individuo y la calidad del aprendizaje, hoy modelo ya disperso por el mundo, incluso con una sede local. Design for Change (DFC) llegó a la Argentina en 2022 y ya ha comenzado con las pruebas piloto. Este año capacitará a docentes y directivos de todo el país.
“La mentalidad del yo puede dotar a los alumnos de herramientas para ser conscientes del mundo que los rodea, y les provee habilidades para tomar acción sobre su futuro. Nunca nos planteamos ser la mejor escuela del mundo, sino la opción ideal para cada chico que nos incluye en su vida”. La propuesta está concebida como un laboratorio para crear prototipos de procesos de diseño que permiten experiencias de aprendizaje transformadoras. En este tiempo se convirtió en un movimiento global. Basa su trabajo en crear habilidades del siglo XXI, desarrolla competencias sociales y emocionales, y promueve las habilidades de empleabilidad. Su plan es de código abierto, accesible, adaptable y replicable.
Plantea una escuela para el futuro que defina nuevos parámetros académicos y dé a los chicos nuevas habilidades. Entre sus variables diferenciales cuenta con un maestro por cada 12 estudiantes, el personal y los chicos comparten los mismos transportes y espacios, la carga horaria va creciendo con la edad, desalientan el apoyo con clases particulares y promueven la presencia de los padres como voluntarios para toda la comunidad educativa. Pero, sobre todo, creen en la individualidad.
Crecemos a través del conflicto
La frase pertenece a Bruce Lee. Manu Ginóbili sostiene que no conoce a un deportista “que haya ganado más veces de las que perdió”. La frustración es un eje que preocupa a los padres que ven a sus hijos abandonar casi sin intentarlo. “Es un efecto generacional. Se habituaron a que los éxitos llegan rápido en las plataformas y en el mundo veloz. No fueron educados en la paciencia y la construcción. Si pudiéramos recuperar esa fe con la que creen que pueden volar como Superman o saltar como la Mujer Maravilla, podrían ver que pueden apretujar todos los contenidos de historia que deseen, y dominar las matemáticas”
"Gran parte de la motivación de los niños surge cuando ven a los adultos estimulados. La comprensión e incorporación de la pasión provienen de la inspiración de un modelo a seguir "
–El mundo ha cambiado, más aún por la pandemia. ¿Cuáles son los retos de la educación hoy?
–Uno de los mayores desafíos es el cambio de actitud entre los padres, estudiantes y maestros hacia la educación. Hay datos que sugieren que hay una gran caída en el número de personas que quieren enfocarse en la educación y la pandemia les dio la oportunidad de ver qué se podía hacer desde casa. Esto significó que muchos maestros que se sentían con menos compromisos de tiempo y sin estrés, podían asumir una carga más liviana.
–Y del lado de los chicos, ¿qué observa?
–Hubo un gran desafío para volver y estar motivados en persona, lo que tomó un poco de tiempo y ha significado que gran parte del enfoque no esté sólo en la pérdida de aprendizaje, sino también en el bienestar mental de los que regresan después de experimentar el duelo, la ansiedad y la pérdida. Ese seguirá siendo el enfoque en el futuro cercano. Y que los padres crean que la educación sigue siendo un camino importante para los niños, que es riguroso, constante y alegre, es clave para que puedan transmitirle ese entusiasmo.
–La tecnología permite conectarnos más, pero los niños están cada vez más aislados. ¿Qué pueden hacer los padres y la escuela?
–Es imperativo, especialmente en los primeros años, tener momentos y experiencias en persona, cara a cara, porque los niños obtienen las señales sociales para comprender cómo funciona el mundo de los rostros, de los ojos y de las palabras. Animo a las escuelas y a los padres que sigan teniendo tiempo y atención para socializar en lugar de dar clases en línea o creer que será una opción.
–¿Promueve que ese lapso de contacto físico se extienda?
–Sí, hasta que lleguen a la adolescencia temprana lo ideal es que tengan tantas experiencias en persona como sea posible. Incluso reducir el uso de pantallas en clase, especialmente para niños pequeños, para que puedan hablar entre sí y no a través de un dispositivo. Los padres también, en tiempos de pandemia, mantuvieron a sus hijos unidos a un dispositivo, y ahora decirles que las pantallas no deberían importar, podría ser un desafío, pero sería imperativo que los padres encuentren formas para jugar en casa, en lugar de proporcionar un dispositivo como una manera de mantener a los niños ocupados.
–¿Cómo generarles pasión?
–Gran parte de la motivación surge cuando ven a los adultos estimulados. La comprensión e incorporación de la pasión provienen de la inspiración de un modelo a seguir. Si nosotros, como adultos, no modelamos cómo se ven la pasión, la energía, el entusiasmo y la alegría, es menos probable que los niños puedan entender de qué se trata ser de ese modo. Ser apasionado es una idea que requiere trabajo duro, constancia, atención e interés. A menudo, no ven eso porque se mueven de un tema a otro rápidamente.
"El liderazgo es activo, empático y dibuja un modelo a seguir"
–Entre otros valores trabaja la inteligencia social. ¿Qué significa ese concepto para usted?
–Una de las ideas clave es la empatía y uno de los principios y valores rectores en Riverside es comenzar con el corazón. Entonces, la empatía se convierte en el primer paso para involucrarse en cualquier momento de aprendizaje: cómo entiendo a las personas, cómo me entiendo a mí mismo y genero autoconciencia. Solo entonces se puede tener inteligencia social para comprender cómo trabajar con y para las personas. Uno de los marcos de sentir, imaginar, hacer, compartir que usamos contiene en el primer paso la empatía y la conciencia. Luego, el segundo propone trabajar entre sí, en colaboración, para intercambiar ideas. Entonces, en ambos pasos está la idea de la inteligencia social. Una vez eso se incorpora como parte de la forma en que los niños entienden la pedagogía, es más probable que sean parte del sistema.
–En su planteo educativo hay mucho de liderazgo positivo frente a los niños, ¿cómo definiría a un guía?
–Una de las mejores definiciones que he aprendido es de Mahatma Gandhi. Para él un líder reúne autoridad moral. No es una posición que alguien tiene, no es el tamaño del escritorio, no es la tarjeta personal o el puesto jerárquico que se tiene en una escuela. Eso determina un liderazgo posicional vacuo. Lo que identifican los niños es cómo alguien actúa. Convierte en líder lo que hace, no lo que se dice. Creo que el liderazgo es activo, empático y dibuja un modelo a seguir.
–Luego de todo su proceso de cambio profesional y del largo camino educativo recorrido, ¿qué piensa ahora de los niños que no encajan en ninguna escuela?
–En primer término, no creo que la escuela sea el mejor lugar donde los niños aprenden. Podría ser cualquier sitio. Si bien las escuelas son excelentes espacios para que los chicos se familiaricen con cuestiones como la equidad, la justicia, la alegría y la pasión, esto puede ocurrir en cualquier lugar. Entonces, lo que los niños deben tener derecho a aprender, no tiene que ser relegado sólo a una escuela, pero si están rodeados de adultos que creen en estos principios de alegría, equidad, amor y agencia, entonces puede suceder en cualquier lugar y todo niño tiene derecho a ese aprendizaje. Se ha creado una idea de que las escuelas valiosas son las que hacen las cosas difíciles. Pensamos que si hacemos algo complicado somos más inteligentes, pero estoy en desacuerdo con esa idea. Creo que la simplicidad permite a los niños creer en que pueden hacerlo, los anima a ir por ello. Algo sencillo se vuelve fácil de replicar y facilita nuestro concepto de siente, imagina, haz y comparte
–¿Qué le preocupa de la educación hoy?
–Realmente nada. Soy más optimista que hace algunos años atrás respecto de dónde estamos hoy, en relación a hace cinco años. Creo que muchos de los mitos que probablemente albergamos antes del Covid han sido desafiados y descartados: que los niños pueden aprender en cualquier lugar y en todas partes, o que un solo maestro no es la única persona que necesita enseñar a los niños. Muchas de las oportunidades que surgieron significaron que hay más formas para que los chicos puedan tener acceso a un aprendizaje de alta calidad. Ha sido una gran oportunidad, y si podemos tomar lo mejor de lo que hemos aprendido y ponerlo en nuestras propias pedagogías sobre tiempos, espacios y competencias desafiantes, entonces probablemente deberíamos preocuparnos menos y ser más felices.
El corazón siempre abierto para poder callar y escuchar
Kiran también es la fundadora de aProCh, una iniciativa para que las ciudades sean más amigables para los niños, por lo que recibió el Ashoka Fellow en 2008 y, en 2009, el premio Llamado a la conciencia, del King Center, en Stanford. En 2009 lanzó Design for Change, que utiliza un marco de diseño simple de cuatro pasos: FIDS (Sentir, Imaginar, Hacer, Compartir) para cultivar la mentalidad del “yo puedo” en los niños. Hoy es el movimiento de cambio más grande del mundo y se encuentra en más de 60 países, impactando a más de 2,2 millones de niños y 65.000 maestros. “Quisiera que, compartan nuestra tarea o no, los docentes entrenen la capacidad de llegar al aula con el corazón abierto. Algo sencillo que pueden hacer es callar y escuchar. Ese es el comienzo de un proceso para que los niños se sientan escuchados. Todo comienza por esos sencillos actos. Para que los ojos de sorpresa revelen que dentro de las pequeñas cabezas cada uno piense “el profesor me está escuchando, ¡soy alguien!”.
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