“Vivir su vida”. El rey que no quiere reinar y parece comportarse como un adolescente
La gobernabilidad de Marruecos tiembla en manos de Mohamed VI, que, a los 60 años, parece vivir como un adolescente
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En el mundo árabe, Marruecos está considerado como una excepción. Tiene una excelente industria automotriz y sus souks medievales y apacibles riads atraen a decenas de miles de turistas. Sin embargo, el país que parece reunir los encantos de Las Mil y una Noches vive desde hace años en una extraña agitación. La causa es su propio monarca, Mohamed VI, que parece preferir sus largas estadías en el extranjero a su propio reino. Aunque eso no es todo.
Después de haber pasado 200 días fuera de Marruecos, Mohamed VI regresó por fin en marzo a su país con el fin probable de acallar los interrogantes cada vez más insistentes de la prensa extranjera y, sobre todo, marroquí. Desde entonces, el rey está presente en todas partes: preside, inaugura, nombra nuevos funcionarios y jefes militares… Su objetivo: “Restablecer la autoridad del poder monárquico, que pasa menos por el funcionamiento regular de las instituciones que por la presencia física del monarca”, explica el especialista Omar Brousky.
Esa omnipresencia coincide, en verdad, con comentarios cada vez más insistentes de la prensa, según los cuales, gran parte de la corte y los medios de poder marroquíes se hallarían al borde de la crisis de nervios por el comportamiento del monarca de casi 60 años.
Es verdad que, desde 2018, la salud del jefe de Estado es fuente de especulación, dentro y fuera de las fronteras del reino. En febrero pasado, una gripe lo obligó a anular una visita a Senegal. En 2021 tuvo que someterse a una operación de corazón en Rabat, tras una primera intervención en enero de 2018 en París. Después de su regreso al país, Mohamed VI asistió en mayo a la presentación del primer automóvil 100% marroquí. Se lo veía extremadamente delgado, sin que nadie haya podido saber la razón.
Pero, si la forma física del monarca y sus actividades son analizadas con minucia, los comentaristas también se interesan cada vez más en su entorno. Más específicamente en tres hermanos germano-marroquíes precedidos de un aura sulfurosa: Abubakar, Ottman y Omar Azaitar. Los dos primeros, campeones de artes marciales mixtas (MMA). Todos, según algunas fuentes, se habrían prácticamente apoderado del monarca, al punto de aislarlo del resto de la corte.
Hace cinco años, una sorprendente foto circuló por Instagram. Se veía a Mohamed VI sentado en un sillón junto a un hombre musculoso vestido con ropa de entrenamiento. Ambos hombres aparecían estrechamente cerca, sonriendo a la cámara como dos chicos en una colonia de vacaciones. La imagen causó estupor en los 37 millones de marroquíes, acostumbrados a ver a su rey en un trono dorado.
Pronto se supo que el hombre sentado junto al monarca era Abubakar Azaitar, de 32 años, un veterano de las prisiones alemanas y, al mismo tiempo, campeón de MMA. Desde que se mudó a Marruecos en 2018, su desprejuiciado sitio Instagram comenzó a provocar sudores fríos a las conservadoras elites marroquíes. Y no solo por sus autos de precios extravagantes, sino sobre todo por el desparpajo con que se refiere al soberano: “Nuestro querido rey”, escribió junto a una foto donde se los ve juntos. “No puedo agradecerte bastante por todo lo que nos has dado”, agregó.
Según numerosas fuentes, durante los últimos cuatro años, Azaitar y sus dos hermanos han monopolizado a Mohamed VI. Una fuente de palacio asegura que sus consejeros han tratado sin éxito de reducir la influencia del trío. El rey —asegura— parece subyugado por ellos.
Además de sus viajes al exterior, Mohamed VI suele encerrarse con los tres hermanos en una propiedad rural del interior del país. A veces el grupo se escapa a algún país africano. Y cuando se aburren, parten hacia el ruido urbano de París.
Oficialmente calificados como sus “personal trainers”, el rey los ha retribuido con extrema generosidad. Cuando la madre murió, les permitió enterrarla en el jardín de uno de sus palacios en Tánger. Los hermanos compraron numerosas y costosísimas propiedades frente al mar, mostrándolas sin prejuicio en las redes sociales.
“Utilizan aviones militares, tienen carta blanca para moverse en palacio como quieren, pueden ir al garaje real y escoger el auto que se les ocurra”, asegura una fuente allegada a palacio. “¡Es tan, pero tan extraño! Nos hemos convertido en un avión sin piloto”, se lamenta.
El peso del poder
El gobierno parece mirar hacia otro lado. Pero la situación es grave. En teoría, Marruecos es una monarquía constitucional donde el rey es mucho más que una figura simbólica: él es quien tiene la última palabra en todos los temas de importancia. En su ausencia, las instituciones devienen rápidamente impotentes, trabadas por rivalidades políticas.
No obstante, aquellos que lo conocen de toda la vida no se sorprenden. Mohamed es el monarca más discreto de todos los líderes de Oriente Medio. Desde que se convirtió en rey en 1999, nunca dio una conferencia de prensa o una entrevista por televisión. Evita las cumbres internacionales y balbucea cada vez que está obligado a hacer un discurso.
“Su actitud, a juzgar por las remeras y las zapatillas que usa, sugiere un deseo de ser algo diferente del dirigente que es, aun cuando parece disfrutar bastante los privilegios que incluyen su posición”, analiza la psicoanalista Bettina Schueller.
“El poder no le interesa. Todo lo que quiere es vivir su vida”, dice a su vez un cortesano que lo vio nacer.
Muchos especialistas consideran que la monarquía ayudó a Marruecos a evitar las revoluciones populares que agitaron el mundo árabe en 2011. Una mística especial la rodea, reforzada por símbolos y rituales como el bayah anual —o juramento de fidelidad—, cuando el rey sale de su palacio para ser saludado por sus oficiales, vestidos con las tradicionales djellabas blancas con capuchas en punta.
En realidad, la monarquía marroquí no es tan antigua como parece, sino que data de 1957. Históricamente, los miembros de la dinastía alauí de la cual desciende Mohamed VI eran unos sultanes con escasa autoridad. Cuando los franceses colonizaron Marruecos a fines del siglo XIX, centralizaron el Estado y formalizaron sus límites. También aumentaron la autoridad del sultán —que más tarde se convirtió en rey— y transformaron sus diputados, o makhzen, en una democracia moderna.
El rey se encuentra en la cúspide de ese sistema. Después de la Primavera árabe fueron introducidos algunos cambios para dar más poder a los representantes elegidos. Pero el monarca puede seguir dirigiendo como un autócrata si así lo desea. Es el jefe de las fuerzas armadas, la mayor autoridad judicial y puede disolver el parlamento con un simple decreto real.
Hassan II, el padre de Mohamed, ejerció todo ese poder y fue uno de los monarcas más temidos de su época
Hassan II, el padre de Mohamed, ejerció todo ese poder y fue uno de los monarcas más temidos de su época. Una imponente figura que conservó hasta su muerte un harem de 50 concubinas, persiguió y mandó asesinar a sus enemigos o los hizo encerrar y torturar en la temible prisión de Tazmamart durante años, manejando el makhzem a su antojo.
“Quien me desobedece, desobedece a Dios”, declaró en 1994, parafraseando al Profeta.
Mohamed creció a la sombra de ese padre todopoderoso y cruel. Sus clases comenzaban a las 6 de la mañana con una hora de Corán. Después asistía a la escuela, un edificio especialmente construido en el palacio solo para él. Hassan quería que el niño sintiera la presión de la competencia, de modo que agregó a su escuela otros 12 niños escogidos por su inteligencia. Según El rey depredador, biografía escrita por dos periodistas franceses en 2012, una vez llegó a ordenar al maestro que diera 20 latigazos a su hijo porque parecía quedarse atrás en sus resultados. Quienes conocen a Mohamed desde entonces, aseguran que su infancia fue un infierno.
“Jamás salía del palacio, por eso fantaseaba constantemente sobre lo que había afuera”, dice uno de sus amigos de infancia. Aprendió cantidad de idiomas y, apenas obtuvo en Rabat su diploma de derecho, se fue al extranjero.
Oficialmente hacía una pasantía en la Comisión Europea. Pero las noches del Viejo Continente parecen haberlo atraído mucho más. La información transmitida por sus espías de que su hijo frecuentaba todo tipo de locales nocturnos, provocó la ira de Hassan II, que alguna vez fue escuchado calificando a su hijo de “un error de cromosoma”. Para poner fin a la situación, ordenó a Mohamed que siguiera sus estudios de Derecho en Niza, y mandó a su ministro del Interior para vigilarlo.
Con el tiempo, padre e hijo se convirtieron en auténticos extraños. Cuando Hassan murió, Mohamed cumplió con las exigencias del luto. Pero sus amigos aseguran que se había quitado un peso enorme de las espaldas. Durante un tiempo, pareció que su destino era el de convertirse en un monarca enérgico y modernizador. Despidió a la mayoría de los colaboradores de Hassan —comenzando por el ministro del Interior—, instaló una Comisión de Equidad y Reconciliación para ocuparse de los casos de violación de derechos humanos, reformó la moudawana, el código legal islámico, facilitando a las mujeres el divorcio, y construyó una red de autopistas y ferrocarriles en todo el país. Los medios comenzaron a referirse a Mohamed como “el salvador”, que por fin convertiría el reino en un Estado moderno.
Para tranquilidad de todos, también se casó. En 2002 celebró sus bodas con Salma, una ingeniera en computación que trabajaba para la compañía real ONA Group.
“Tenía que darle un heredero al trono y cumplió con su trabajo”, dice un exembajador europeo.
Pero el entusiasmo por el reino le duró apenas un año.
“Mientras más envejece, más actúa como un adolescente”, asegura uno de sus antiguos colaboradores. Desde entonces comenzó a pasar cada vez más tiempo con artistas, actores y raperos. Para sus 38 años organizó una megafiesta para la cual hizo llevar en su jet privado a Rabat a la estrella pop alemana Lou Bega. A las dos de la mañana, el monarca, que entre sus títulos cuenta el de “Comendador de la Fe”, le hizo cantar “Just a Gigolo”.
Y ese fue solo el comienzo. El makhzem y las elites marroquíes comenzaron a horrorizarse cada vez más, sobre todo por sus compañeros provenientes del demi monde, en su mayoría de la comunidad gay. Un agitado periodo que comenzó a cobrarle un alto precio a su salud. Engordó sensiblemente, con frecuencia le faltaba el aliento al mínimo esfuerzo y ocultaba con lentes oscuros un raro bulto en su ojo izquierdo. Fue en ese momento cuando llegaron los Azaitars, provenientes de Frechen, una pequeña ciudad en las afueras de Colonia.
Desde entonces, a la extravagancia y la creciente influencia del trío sobre el soberano, se sumó la distracción de Mohamed. Los funcionarios, que debían hacerse tres tests anticovid antes de encontrarlo, se desesperaban por el número increíble de cancelaciones de último momento: “¡19 veces!”, se lamenta un embajador extranjero que debía presentar sus credenciales. Una vez, visiblemente apurado para volver a irse, acreditó a 36 embajadores en una tarde.
Tanto el makhzen como los miembros de la corte se quejan desde entonces de que Abubakar y sus hermanos actúan como si fueran miembros de la familia real.
“Dan órdenes a todo el mundo. Tratan a los gobernadores como si fueran sus choferes. Y el rey ha dejado en claro ante sus ministros que pueden hablar en su nombre”, dice un empresario cercano a la corte.
Finalmente, los Azaitars terminaron por ocupar el puesto de guardianes del rey. Ahora el trío de Frechen decide quién recibe una audiencia y quién no. “Muchos altos funcionarios han sido despedidos sin miramiento. Incluso se atreven a hacer lo mismo con las propias hermanas y primos del rey”, afirma un miembro de la familia real.
Y mientras aumentan las críticas, Mohamed VI parece aislarse cada vez más, evitando los pocos visitantes que pretenden verlo. Se declaró “demasiado indispuesto” para asistir a los funerales de la reina Isabel II en Londres, a la cumbre de la Liga Árabe en Argelia o a los exitosos partidos de Marruecos durante la Copa del Mundo en Qatar. Cuando el primer ministro de España llegó a Rabat a comienzos de año para tratar de mejorar las relaciones bilaterales, el rey estuvo ausente.
El diario electrónico marroquí Hespress fue el primero en criticar la influencia del trío sobre el soberano. Desde mayo de 2021, el cotidiano denuncia “las calaveradas” de los Azaitar, que gozan de “un consistente capital criminal” en Alemania, alarmándose de sus “despliegues obscenos de signos exteriores de riqueza”, sobre todo apropiándose de símbolos de la dinastía alauí “con vulgares objetivos comerciales y mediáticos”.
“Cuando Marruecos se encuentra al borde de una crisis social, suscitada esencialmente por la carestía de la vida, la inflación y el alza de los precios”, se ofusca el sitio cercano al poder.
Según un estudio del Alto Comisariado para el Plan (HCP), en 2022 Marruecos volvió a caer, en efecto, en el mismo nivel de pobreza y de vulnerabilidad de 2014, a pesar de la resiliencia global de su economía. Y si bien pocos marroquíes se animan a evocar una eventual “abdicación”, muchos han comenzado a referirse a esa eventualidad con eufemismos.
Mohamed VI cumplirá 60 años el 21 de agosto. En las actuales condiciones, la cuestión de su sucesión no está ausente del espíritu de los marroquíes. El príncipe heredero, Moulay Hassan, de apenas 20 años y aún estudiante en la universidad politécnica de Rabat, ha sido preparado desde que nació para subir al trono.
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