Viaje al interior de las ferias de armas, del exotismo a la banalidad del mal
El fotógrafo ruso Nikita Teryoshin expone el lado B de la guerra y su costado administrativo. “Por momentos, sentís que estás en el set de una mala película hollywoodense”, dice el artista
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“La trastienda de la guerra es lo opuesto al campo de batalla”, destaca a la nacion el fotógrafo ruso Nikita Teryoshin, que conoce íntimamente esos engranajes: lleva años visitando y documentando ferias donde se comercializan toda suerte de armas y productos aledaños, como tanques y aviones de combate. “Aquí los cadáveres son maniquíes o píxeles en simuladores. Las bazucas y ametralladoras se conectan a pantallas donde la acción se desarrolla en entornos artificiales frente a invitados de alto rango, ministros, jefes de estado, generales y comerciantes”, subraya el artista sobre estas exposiciones destinadas a promocionar las últimas –y más mortíferas– novedades de la industria bélica frente a adultos que beben champán, comen canapés y juegan con “chiches” nuevos, como probablemente hicieron de niños con pistolitas de plástico.
El público general no tiene cabida en estas ferias donde enjambres de vendedores intercambian palabras con delegaciones gubernamentales en stands donde se presentan: fusiles automáticos y miras, radares y torpedos, helicópteros, pinturas faciales para camuflarse. También se ofrecen shows temáticos, de gran despliegue: lanzamientos de misiles, detonaciones a distancia, jets que en pleno vuelo forman nada menos que un corazón de humo en el aire. “De estas ferias, se pueden esperar todos los clichés habidos y por haber. Por momentos, sentís que estás en el set de una mala película hollywoodense sobre la industria de las armas”, chancea Teryoshin quien, entre 2016 y 2023, recorrió 15 exposiciones internacionales de defensa y seguridad de distintas partes del mundo: de Perú a India, de Francia a Corea del Sur, de Rusia –donde nació en 1986– a Alemania –donde vive desde los 13 años–. Bielorrusia, Sudáfrica, China, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos, Vietnam, otros de sus destinos.
El resultado de sus exploraciones por esta especie de oscura cofradía lleva por nombre Nothing Personal: The Back Office of War, serie fotográfica que en febrero será publicada en formato libro por GOST Books, editorial británica especializada en artes visuales (ya disponible para preordenar en línea). Además, desde ahora y hasta el 6 de abril, las fotos están montadas en la muestra homónima que exhibe la prestigiosa galería Freelens, en Hamburgo.
Tomadas desde ángulos infrecuentes, de paletas y colores brillantes que contrastan con la siniestra realidad que captura, las ingeniosas composiciones de Nikita ofician de aguda observación sobre cómo opera –en las sombras, fuera del radar de los medios– la próspera industria bélica. Lo cual no quita que haya un tono de tácito humor negro en su mirada al exponer cuán absurda puede ser la antesala del espanto. Entre sus postales, vemos varones trajeados rodeando robotitos a control remoto (para nada inocuos: desprenden granadas aturdidoras), hombres encandilados por espectáculos de helicópteros, promotoras pavoneándose frente a hélices, señores posando como si fueran súper soldados. La utilización del flash, por otra parte, responde a razones: además de ayudarlo a resaltar ciertos elementos de cada toma, recuerda a las típicas fotografías de escenas de crimen.
“Mostrar la banalidad del horror era un aspecto crucial de este trabajo. Porque, para estas personas –varones en su vasta mayoría–, se trata de un negocio tan mundano como vender y comprar aspiradoras. No parecen tener conciencia alguna sobre las consecuencias de sus tratos; están disociados del dolor, la muerte y la desolación que conlleva esa industria. La sangre no los salpica: está demasiado lejos o es una imagen generada por computadora en los simuladores que tanto utilizan”, cuenta desde Berlín el también fotorreportero que trabaja para publicaciones como ZEIT Magazin, The New Yorker, Der Spiegel y VICE, entre otras. Asimismo, ha expuesto sus obras en importantes galerías y ha recibido premios y distinciones como el World Press Photo y el Leica Oskar Barnack, entre otros.
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Dice el filósofo y sociólogo francés Édgar Morin que “la barbarie no es solo un elemento que acompaña a la civilización, sino que es parte integral de ella. La civilización produce barbarie”. Tomemos el caso del inventor estadounidense Richard Gatling que, en el siglo XIX, creó la infame ametralladora, claro precedente para las armas automáticas. Supuestamente porque –gracias a su rapidez de disparo– “reemplazaría la necesidad de grandes ejércitos y, en consecuencia, la exposición de más soldados al campo de batalla”. Si esa efectivamente fue su intención, como él mismo manifestó en sus días, queda claro que a Gatling el tiro le salió por la culata. “Irónicamente su invención llevó a un derramamiento de sangre tantísimo mayor, inimaginable”, nos recuerda un Nikita Teryoshin interiorizado en una materia de larga data –la guerra, después de todo, es tan antigua como la especie humana–, que ha visto stand sobre stand los últimos siete años.
Eso incluye los productos del grupo ruso Kalashnikov, conocido por sus letales fusiles de asalto, que promociona sus diversificados productos bajo el cínico slogan 70 años defendiendo la paz. No menos impúdico que el Diseñando un futuro mejor que se endilga la compañía estadounidense Lockheed Martin, fabricante especializado en armamentos y equipos para la industria militar y aeronáutica. “La mayoría de las consignas publicitarias de estas compañías son en este tono pacifista; difícilmente alguien del propio sector se las crea. Hay raras excepciones, como –por ejemplo– la firma sueca Saab AB, cuyo slogan reza: See First, Kill First (‘Ver primero, matar primero’)”, comparte el autor de Nothing Personal.
Pero esta suerte de honestidad brutal no es ni por asomo lo más aterrador porque, como explica Teryoshin, “el marketing abona a la idea de que son armas para protegerse, para defenderse, lo cual entra en una zona de grises, debatible. El problema es que, para vender sus nuevos productos, las compañías necesitan que los previos se hayan agotado o hayan sido destruidos en acción. Y a la vez, no hay mejor campaña para ellos que tenerlos testeados en la vida real, o sea, en conflictos bélicos, para demostrar cuán bien funcionan”.
–¿Qué tan difícil te resultó conseguir permiso para ingresar y tomar fotos en estas ferias, a las que el público general no tiene acceso?
–A veces tuve suerte; otras, sencillamente evitaron responder mis correos. La prensa que suele cubrir estos eventos se centra en los aspectos técnicos de la oferta bélica, sin hacer crítica de ninguna índole. Pero, por lo que pude notar, a la mayoría de los expositores no les importa a qué medio pertenezcas o qué proyecto estés llevando a cabo. Estamos hablando de empresas tan ricas y poderosas que una serie como Nothing Personal no les mueve la brújula.
–¿Cómo te interesaste por las ferias de armas?
–Venía fotografiando ferias desde hace un buen tiempo, algo más de una década, porque al lado de la universidad de Dortmund donde estudié artes, había un salón de exposiciones enorme donde solían montarse eventos de lo que se te ocurra: agricultura, mascotas, funerales. Hubo una en particular que me llamó la atención, y no solo porque sus stands estuviesen decorados con cabezas disecadas de leones, gorilas, morsas y cocodrilos, que se exhibían como trofeos. Me resultó inquietante la loca fascinación que mostraban niños y adultos por los rifles de caza, algo palpable a medida que recorría los pasillos de Jagd und Hund, como se llama esta feria dedicada a la cacería. De aquella experiencia salió mi serie fotográfica Sons and Guns, que despertó en mí el interés por indagar en esta atracción tan rara y tan extrema que siente alguna gente por las armas. Investigando un poco sobre el tema, me enteré de que en Polonia habría una exposición internacional de seguridad y defensa, como les dicen, en un pueblito llamado Kielce. Ese fue el puntapié, en 2016, de este proyecto.
–Desde entonces has hecho fotos en ferias como Eurosatory (Francia), SITDEF (Perú), IDEX (Emiratos Árabes Unidos), DefExpo (India), entre otras. Si bien hacia el final del libro hay una especie de glosario donde se aclara dónde fue tomada cada imagen y qué tipo de producto aparece en la toma, en el cuerpo del volumen elegís presentar las fotografías juntas y revueltas, sin dar precisiones.
–Más de un amigo que ha visto el libro me ha preguntado: “entonces, ¿fuiste a una sola feria o a varias?” (risas). Hay pistas sutiles que dan la pauta de dónde podrían haber sido tomadas, pero lo cierto es que –independientemente de dónde estén emplazados– estos sitios son muy parecidos, acaso porque los expositores suelen repetirse. Al presentar las fotos de esta manera, lo que yo buscaba era destacar la naturaleza global de esta industria: no está ligada a un país puntual, es un negocio mundial. Por motivos similares, decidí ocultar los rostros de hombres y mujeres en las fotografías: no quería fijar la atención en personas determinadas, señalar y culpar a individuos, sino exponer un sistema y ciertos aspectos de esta subcultura. Además, ese anonimato puede leerse como una metáfora de cómo el sector opera en las sombras...
–¿Qué es lo más insólito que has presenciado en estas exposiciones?
–Ay, ¿por dónde empiezo? (risas) Pongo un ejemplo de la ceremonia de cierre en la expo de Abu Dabi, una de las más grandes del mundo: trajeron un enorme pastel, tipo torta de casamiento, que cortaron en medio de una gran explosión, con aviones de caza volando en derredor. Y en medio de todo este despliegue, veías a hombres grandes comiendo torta con tenedores miniatura. Todo es montaje, puesta en escena y, como te decía al comienzo, parecería el opuesto a la guerra.
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El volumen Nothing Personal: The Back Office of War concluye con un agudo ensayo de la pacifista sueca Linda Åkerström, una de las principales expertas en comercio armamentístico de su país. (Para prueba, el aplaudido libro que ella publicó el año pasado, La exportación de armas suecas, donde analiza detalladamente cómo su nación se ha convertido en uno de las mayoras exportadoras de armas per cápita del mundo.) Nikita Teryoshin no quería acompañar sus fotografías con textos que hablaran sobre arte o sobre innovación: deseaba que una pluma versada aportara datos incontrastables sobre la inquietante industria armamentista.
¿Qué cuenta Åkerström? Anota, por ejemplo, que según la ONG Transparency Internacional, el comercio mundial de armas es uno de los sectores más corruptos del mundo, junto a las industrias de la construcción y del petróleo. Señala que “en el mundo solo hay dos fabricantes de grandes aviones civiles para pasajeros, Boeing y Airbus, mientras que se registran –al menos– nueve productores de grandes jets de combate: Lockheed Martin, Boeing y Northrop Grumman en los Estados Unidos, el europeo Eurofighter, el Rafale francés, Saab en Suecia, MiG y Sukhoi en Rusia y AVIC en China”.
Relata asimismo cómo viene subiendo el gasto militar global, advirtiendo que –entre 2018 y 2022– los estados que más armas importaron fueron India, Arabia Saudita, Qatar, Australia y China. Y cierra diciendo que, a fines de 2014, entró en vigor el Tratado sobre Comercio de Armas, que muchos de los principales exportadores e importadores del globo aún no han ratificado. Pero que, a pesar de esta regulación, “el negocio de las armas en el mundo sigue estando menos regulado que la compra y venta de bananas”.
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