Una segunda oportunidad: cuando la vida se pone bruscamente entre paréntesis
“Cuesta abajo” es la crónica de una temporada forzosa en el limbo de la angustia y, también, un viaje, la parábola de una transformación
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Juana Libedinsky, chispeante columnista de este suplemento y querida compañera de ruta en el oficio por tantos años, acaba de publicar un libro único. Se podría decir que todos los libros lo son, claro, pero cuando refieren experiencias personales, íntimas o traumáticas, se vuelven únicos de un modo especial, y cada uno a su manera, como las familias desdichadas de Tolstoi (la desgracia, en su repertorio de calamidades, suele ser mucho más creativa que la buena fortuna y su panoplia de efímeras alegrías).
Cuesta abajo -el libro de Juana- es la crónica de una temporada forzosa en el limbo de la angustia, el no lugar de la vida puesta bruscamente entre paréntesis. Es, también, un viaje, la parábola de una transformación.
Los hechos son terriblemente simples: Conrado (abogado reconocido, padre amoroso) sufre un accidente de esquí que lo hunde en un coma profundo, durante unas vacaciones familiares en Bariloche; lejos de la cotidianidad de su vida en Nueva York, lejos de Buenos Aires donde su esposa, Juana, levantará su frágil fortaleza, el centro de operaciones desde el que dará batalla; porque a la enfermedad aplica la metáfora bélica, contra la adversidad, contra los infortunios, contra las malas jugadas del destino, se pelea. Con armas que pueden ser dignas o épicas, o bizarras y propias de una comedia negra británica (aquí conviene no abundar para no malograr la trama urdida por la autora, que, aun en medio de la reconstrucción del desastre, nunca pierde de vista que está escribiendo un libro, un noble libro que, como todos, reclama para sí su punto de sorpresa, de suspenso, de mínima vanidad literaria). Todo lo cuenta Juana con estilo llano, con admirable naturalidad. Aferrada a una vitalidad práctica y luminosa.
Novelas, relatos y ensayos son una presencia permanente a lo largo de la historia. Lo que otros han vivido, imaginado y escrito se vuelve, en la desolación de Juana, refugio, vacilante lazarillo para seguir avanzando a tientas en busca de la salida y no dejarse paralizar por la oscuridad. Entre otros títulos y en especial, Mother Ship, de Francesca Segal; pero también The Tennis Partner, de Abraham Verghese o Double Fault, de Lionel Shriver. La literatura y el tenis: una pasión para tratar de explicarse a uno mismo, otra para restaurar el orden ilusorio marcándole la cancha al caos, dándole reglas de juego claras y precisas.
Pero hay otra presencia también constante en Cuesta abajo; aparece y reaparece con el correr de las páginas y la evolución de la historia (que es, felizmente, la del propio Conrado): la voz de Joan Didion. Particularmente en su libro El año del pensamiento mágico. El año es el de la muerte abrupta de su esposo y la enfermedad de su hija (un declive que tendrá desenlace fatal poco tiempo después). El pensamiento mágico es lo que se cifra en esos objetos cotidianos, transmutados de pronto en amuletos o fetiches, o en los rituales pueriles a los que se confiere poderes sobrenaturales, como si pudieran imantar la buena suerte, el favor de los dioses, el milagro, en definitiva que salve al ser amado.
El actor Griffin Dunne, inolvidable protagonista del After Hours, de Scorsese, sobrino de Didion, dirigió un documental sobre la vida de la escritora. Es una larga conversación, matizada con entrevistas a su afectos cercanos, incluidos los que cultivó en su intensa vida laboral y artística. Aquel año fatídico y las agonías posteriores están allí, en la evocación simple y descarnada de Didion. El documental (se puede ver en Netflix) se titula en castellano El centro cede, pero su nombre original es mejor (tenía que serlo, inspirado como está en una línea de Yeats): The Center Will Not Hold, algo así como “el centro no resistirá”. Y no resiste. Cuando todo se desmorona alrededor, el centro también cede. Didion se siente, se sabe parada sobre ese suelo que se abre irremediablemente bajo sus pies y la precipita al dolor, a la pérdida completa. Sólo quedan briznas de sentido en la escritura, en el intento por comprender. Así lo cuenta en su libro, así lo revive en la intimidad del documental.
En el relato de su propia experiencia, Juana vuelve de manera recurrente a Didion; se mira en ese espejo y reconoce rasgos comunes, y zonas donde las líneas de la desventura divergen. El centro cede, sí, pero en el caso de Juana –bendición de la providencia- por debajo de ese centro que se desfonda, imposible de ver en la caída pero tensa en el momento justo, hay red. O lo que es lo mismo, un final feliz. O mejor aún, la luz de una segunda oportunidad.
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