Un retrato de los 90 que volvió: sobre el estreno de “Caballos salvajes” en Netflix
“Era una época de individualismo feroz”, dice el director de la película de 1995
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Incluso el mar conjuraba en su favor: una familia de ballenas acudió a ver qué ocurría en la orilla. Durante todo el día, Marcelo Piñeyro ensayó con sus actores en esa locación próxima a Puerto Madryn. Disponía de una hora antes del atardecer para realizar esas tomas. Héctor Alterio, Leonardo Sbaraglia y Cecilia Dopazo repetían la escena una y otra vez, pero el director sentía que algo faltaba, un condimento que sellara la euforia de los personajes. “Héctor, decí algo”, le pidió Piñeyro al artista. Desde las entrañas, obedeció: “¡La puta que vale la pena estar vivo!”. Ya en la mesa de edición, el director encontró en esa frase el leit motiv y el final de la película. Así nacía un clásico de la cultura popular que regresa esta semana para una audiencia mundial.
El ingreso de Caballos salvajes (1995) a Netflix se explica con una sola palabra: romance. Piñeyro trabajaba en El Reino, la serie que creó con Claudia Piñeiro, cuando tuvo finalmente en sus manos, tras años de labor artesanal, la copia remasterizada. Organizó una pequeña proyección e invitó a los responsables de la plataforma, quienes de inmediato quisieron incluir en su catálogo esta historia quijotesca entre un hidalgo idealista y un escudero yuppie. “Espero encontrar un nuevo público, que no la ha visto o que la vio en la TV con mala calidad”.
Piñeyro necesitaba un poco de oxígeno de aquella vorágine llamada Tango feroz (1993), tomó su auto con rumbo al sur y en esa aventura nació la idea de un jubilado estafado por un banco que secuestra por error a un financista. Luego, junto con Aída Bortnik, en pocos meses escribieron el guion.
Del estreno de aquella segunda película del joven director que aún disfrutaba las mieles de su opera prima, hay 28 años de distancia. Piñeyro recuerda con nostalgia esa era en la que los cines tenían capacidad para 1500 personas: “La apuesta consistía en que la película gustara y que el público la recomendara. Hoy los blockbusters se estrenan con una gran campaña mundial para convocar en la primera semana. Si la película es buena o mala, no importa a nadie. Importa que se vendan millones de entradas lo antes posible”.
Una de las obsesiones de Piñeyro es retratar a las víctimas del sistema (“que no son necesariamente los más vulnerables”) y convertirlas en héroes: “En Caballos salvajes, en una época de individualismo feroz, del 1 a 1, la década menemista, cuando ya te dabas cuenta de que estaban tambaleando estructuras importantes del país, intentábamos decir que la solidaridad es la base que conforma la sociedad y que sigue estando ahí por más que se la intente sepultar”.
Durante varios años el negativo original de Tango feroz estuvo perdido. En una sobremesa entre amigos, y amigos de los amigos, el director lamentó el hecho: “¿Preguntaste en la Filmoteca Española?”, le sugirieron. Dos días después esta misma persona lo llamó para decirle que allí se encontraba la copia. Un laboratorio madrileño había conservado el negativo hasta su cierre. Fue entonces cuando decidieron donar todo su material a la institución que atesoró el celuloide. Este hecho alertó a Piñeyro y comenzó también a gestionar la recuperación del negativo de Caballos salvajes, en Londres, donde se había realizado la venta internacional y donde se había posproducido, en Twickenham Studios, de la mano de un mixer que trabajó con Stanley Kubrick y Steven Spielberg. La película que ya está en Netflix es igual a la versión que se estrenó en los cines, pero con mejor calidad.
“Incluso cuando me piratean las películas en las redes, no me parece mal. Lo que me importa es que se vean. Por suerte no he hecho quebrar a productores. Escucho a colegas que se enojan porque suben sus películas en YouTube. Yo lo celebro. Lo que me da bronca de las copias piratas es que sean malas”, dice Piñeyro, en sintonía con los ideales del personaje de Alterio.
Ese niño de La Plata que iba tres veces por semana a ver películas de cowboys o de guerra, y que se enamoró con El Gatopardo, quiso rendirle un homenaje a aquel cine. “Caballos salvajes es mi celebración personal del cine que me enseñó a mirar, a pensar”, dice con un entusiasmo donde se advierte la esencia de esas criaturas que escapan por la Patagonia. “El gran encanto de Caballos salvajes donde todo tenía mucho esfuerzo casi amateur es que hay algo que quedó impreso en el celuloide: las ganas de pasarla bomba”.ß
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