Toto Cerúndolo. La fórmula para “llegar” y ser exitoso, según el maestro de tenistas, incluso de sus hijos
“Creo que siempre supe optimizar las virtudes de la gente”, dice el reconocido entrenador, padre de los hermanos sensación del circuito: Francisco (el argentino mejor rankeado del momento) y Juan Manuel
- 15 minutos de lectura'
Hubo un tiempo en que ser tenista profesional en la Argentina tenía la épica del héroe. No estamos hablando del inalcanzable Guillermo Vilas, sino del pelotón de jugadores que, con un ranking más modesto, se embarcaban en giras larguísimas por Europa, de marzo a septiembre. A fines de los 70, se inscribían en los torneos por carta, compraban el Eurail Pass para moverse en tren y dormían en donde les daba el bolsillo. No llevaban más de 1000 dólares encima para toda la aventura; viajaban entre amigos, se encordaban las raquetas ellos mismos y se turnaban para ser el coach del otro. Si ganaban algo, se guardaban la plata en esas riñoneras que van debajo de la ropa.
Alejandro Cerúndolo era uno de ellos. “En esa época Vilas era el rey y, nosotros, los Salieris de Charly”, afirma, evocando la letra de León Gieco. El Toto, como lo apodan, es entrenador desde hace cuatro décadas y padre de los hermanos sensación del circuito: Francisco (el argentino mejor rankeado del momento) y su hermano Juan Manuel. En diálogo con LA NACION, Cerúndolo definió su filosofía personal para la formación de tenistas. Aquí las claves.
Es una mañana fría en el Club Ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Nuñez. En una de las canchas está entrenando Francisco Cerúndolo y nadie se lo quiere perder. Tiene 24 años y figura en el puesto 22° del ranking de la ATP (al cierre de esta edición). Para quien no sabe nada de tenis y lo mira desde atrás del alambrado, este muchacho es una máquina de devolver pelotas: si le tiran fuerte, responde con la misma intensidad, sin fallar, un relojito, un monumento a la constancia. No se esperan grandes artilugios ni proezas de gimnasta ruso y esa calma para jugar es, en sí misma, una virtud enorme para lo que pide el circuito profesional. Ahora mismo está compitiendo en el Masters 1000 de Toronto y acaba de levantar un partidazo contra uno de los créditos locales, el canadiense Alexis Galarneau.
Su hermano Juan Manuel, hoy 107° del ranking, es una versión más física (su papá dijo alguna vez que el tenis es, justamente, “un ajedrez físico”), aunque –lo han dicho los que saben– tiene la precisión y la mente fría de un cirujano de corazón abierto. También es recordado por ganar todas o casi todas las categorías juveniles en las que participó, incluso ganándole a pibes que eran varios años mayores que él. Y por levantar la copa de un ATP con sólo 19 años, en el Córdoba Open de 2021. De hecho, ese torneo marcó historia porque hacía cuatro décadas que dos hermanos argentinos no competían en el cuadro principal de un certamen de ATP (la última vez había sido en 1981, con los hermanos Carlos y Alejandro Gattiker).
Entre la gente que mira el entrenamiento de Francisco llama la atención un hombre de pelo blanco cortado al cepillo, que camina con el torso un poco inclinado hacia adelante, como si quisiera llegar rápido (no se sabe si a un lugar o a un estado de ánimo). Muchas veces va con la raqueta en la mano y una bolsa de pelotas al hombro. Revisa el teléfono, vuelve sobre sus pasos, murmura alguna indicación a su hijo Francisco y se pierde en las canchas más alejadas para pispear a otros jugadores.
Perdido en sus pensamientos, pareciera que planea estrategias invisibles, como si quisiera ordenar las piezas de ese ajedrez de polvo de ladrillo. Quizá piense en calendarios, en qué torneo le toca a cada jugador que entrena –son muchos y de distintas edades–, en los partidos que vienen o los que pasaron, en qué lugar del mundo están sus hijos en ese momento, porque se la pasan viajando de torneo en torneo.
"A mí me quedó la deuda personal de saber que podría haber jugado mucho más"
El polvo de ladrillo es para este hombre una segunda piel (o tal vez la primera). En su anecdotario de devoción por el tenis muchos recuerdan la anécdota del nacimiento de Juan Manuel, un 15 de noviembre de 2001. Ese día, el Toto y su mujer María Luz –embarazada y lista para parir– estaban en el Buenos Aires Lawn Tenis, presenciando un partido entre Martín Vasallo Argüello y un ascendente David Nalbaldian, que ese año se había metido entre los 50 mejores del mundo.
En ese entonces Cerúndolo entrenaba a Vasallo Argüello y el partido era importantísimo para la carrera del jugador. Cuando estaban por empezar el tercer set, la partera llamó a María Luz para pedirle que saliera volando para el sanatorio. “Estate atenta porque lo tenés hoy sí o sí”, le había avisado unas horas antes.
Sin tiempo que perder, se levantaron de las butacas y el Toto le hizo la seña de la panza a Vasallo Argüello para avisarle que se tenían que ir volando (el bolsito ya estaba preparado en el auto). Cerúndolo llegó a La Trinidad en short, remera de tenis y con las zapatillas llenas de polvo de ladrillo. “Estuve en el parto, pero un poco desconcentrado”, rememora. La mala fue que Vasallo Argüello perdió 6-3 en el tercer set. La buena, la mejor del mundo: nació Juan Manuel.
Veintidós años más tarde, el Toto dirige la escuela de tenis de Muni –como le decían antes al club– y se lo puede ver todos los días en el predio desde temprano hasta las seis de la tarde. Al mediodía, almuerza en la confitería de tenis, en donde confluyen socios del club y manadas de pibes y pibas con raqueteros al hombro. El sueño es jugar, algún día, en las grandes ligas.
En su academia entrenan más de 100 alumnos, desde un nene de 4 o 5 años hasta un hombre de 80. Entre todos ellos están los jóvenes que apuestan a convertirse en tenistas profesionales. Algunos, como Francisco, Juan Manuel y Mariano Navone, 177° del mundo, ya lo lograron. Otros también compiten en los llamados Pro Tour (antes TopServ), torneos con puntos para el ranking nacional, el primer paso al profesionalismo que existe en nuestro país. Como dato, en lo que va del año cinco chicos de la academia de Cerúndolo jugaron finales de Pro Tour.
En el primer encuentro con Alejandro en la confitería, tiene un canasto de pelotas justo al lado de la mesa y está terminando de comer junto a su hijo mayor y otros juveniles, que ven en la tele cómo Carlitos Alcaraz desarma al rival de turno. Días atrás, esa misma tevé mostró a Francisco batallando en la segunda ronda de Wimbledon. Es curioso pensar que hoy esté de este lado de la pantalla, terminando de comer y haciendo chistes con sus amigos y compañeros de entrenamiento.
A la charla se une un jugador misionero de 20 años, Ezequiel Monferrer, y muestra en el celular las fotos que su amigo Tobías Sönne –un tenista argentino de 23 años– le manda desde el Congo, en donde está jugando un torneo Future en Brazzaville, la capital.
Lo cierto es que, ya sea en el Congo, en Canadá, en Perú o en Austria, estos jóvenes ya tienen la dinámica de jugar en el exterior y siempre están con la valija y el raquetero listos para tomar un avión.
La confitería de tenis del Muni es un ecosistema raro: por un lado, están los juveniles que se clavan el plato del día después de entrenar. Unen varias mesas para comer en banda, hacen chistes, se chicanean sin maldad y comentan el partido de tenis que pasan en la tele. En otras mesas se juntan amateurs de todas las edades y profesiones (desde un cantante de tango hasta un corredor de bolsa y un psicoanalista), reunidos para el café con leche después de tomar una clase o jugar un dobles. No deja de llamar la atención que este deporte pueda ser el punto de encuentro de perfiles y edades tan disímiles.
En un tercer sector se puede ver a algunos profes del club, lobos solitarios en general, con nombres propios como Gustavo Guerrero, ex 76° del mundo –viajó y entrenó con Vilas, además de jugar la Copa Davis–, el circunspecto Ricardo de Napoli, alias Richard, y el joven Gianluca Schinca (jugador de tenis del Muni y periodista partidario de Vélez).
Postales de una generación
Una semana más tarde de ese almuerzo, Alejandro y su mujer María Luz Rodríguez conversan con LA NACION en un departamento en Las Cañitas. Se nota que es un hogar de deportistas –María Constanza (20), la hija menor, es jugadora de hockey en Belgrano Athletic Club y Las Leonas–, porque hay muchos bolsos con ropa atrás del sillón, ordenados como si el avión partiera mañana y hubiese que salir de apuro. “Hoy nuestra casa es un vestuario las 24 horas”, se excusa Cerúndolo.
El Toto insistió en que María Luz (psicóloga de la UBA y extenista profesional) estuviera presente en la nota. Además de Francisco y Juan Manuel, la familia se completa con Constanza, jugadora de hockey sobre césped, que milita en el Belgrano Athletic, medallista dorada en los Juegos Olímpicos de la Juventud en 2018 con las Leoncitas y ahora integrante de la selección mayor. Y finamente Milos, un labrador negro que merodea la picada y las gaseosas que acaba de traer María Luz.
En 1981, Alejandro llegó a estar en el puesto 309° del ranking mundial, después de su cuarto año de gira, pero no eran tiempos fáciles para el tenis. “A los 21 o 22 años empecé a parar; yo creo que la Guerra de Malvinas fue un antes y un después para muchos tenistas, viajar se hacía más difícil”, comenta.
"Nada es imposible en el tenis, y lo más espectacular es que se ampliaron un montón los límites del deporte, en muchos aspectos"
Cerúndolo formaba parte de una camada de muy buenos jugadores, entre los que destacaban: Eduardo Bengochea (llegó a estar 20° del mundo), Gustavo Guerrero (79°), Alejandro Ganzábal, Gustavo Tiberti, los hermanos Carlos y Alejandro Gattiker, Fernando Dalla Fontana, Gustavo Salut –antiguo compañero de viaje de Cerúndolo– y el rosarino Roberto Argüello.
–¿La explosión de Vilas marcó un antes y un después para tu generación?
–Yo creo que nuestra generación se potenció a partir del 74, cuando Guillermo gana el Máster de Australia; y después en el 77, cuando bate todos los récords. También estaba (José Luis) Clerc, que era otro monstruo. En ese momento estar 200 o 300 del mundo implicaba tener una vida bastante complicada, porque estabas solo muchos meses durante las giras al exterior. Me acuerdo que viajaba con un grabador para escuchar casetes y en el 79 me traje el primer walkman a la Argentina con el casete de The Wall. Hablaba poco con mi familia, con operadora, por cobro revertido. Todo era hecho desde el amor que sentíamos por el tenis. Pero no era fácil.
Después de retirarse, Alejandro se anotó en la facultad y entendió que, además de jugar, también le interesaba enseñar y analizar el tenis. “Toda nuestra generación se retiró muy joven y la mayoría se casó a los 24 o 25 años”, explica. Con 23 años, empezó a trabajar de entrenador, contratado por distintos clubes. Hasta ese momento no estaba muy difundida la figura del coach. En la Argentina se conocían sólo a dos grandes nombres: Tony Pena y Jorge Todero, seguidos por Pancho Mastelli, que entrenó a Luli Mancini, una de las luminarias del tenis argentino de la segunda mitad de los 80 (llegó a merodear el top ten, en octubre de 1989).
–Te retiraste muy joven, a una edad impensada para el tenis de hoy, estando entre los mejores jugadores de la Argentina. ¿Qué te tentaba de ser entrenador?
–A mí me quedó la deuda personal de saber que podría haber jugado mucho más. Realmente, me quedé con las ganas de jugar, pero también entendí que enseñaba bien, o que al menos transmitía bien, que lograba que el otro jugador pudiera desarrollarse de una manera apropiada. No me centraba en un único estilo de jugador y creo que siempre supe optimizar las virtudes de la gente. Y trataba –trato– de ponderar más esas virtudes en vez de estar marcando siempre el error.
–¿En todos estos años quién fue tu mejor alumno?
–Sería injusto nombrar a uno en especial. En realidad el mejor alumno que tuve con ranking, que yo entrené, fue Francisco. Hoy está 22 del mundo, pero Chucho (Acassusso) llegó a estar 20. Yo lo agarré con cero ranking y lo llevé hasta el puesto 70. Entrené a Mercedes Paz, que siempre recuerdo con mucho cariño. Ella estaba en el puesto 120 y la llevé a 26-27 del mundo. También entrené a Federica Haumüller y a Martín Vasallo Argüello, entre muchos otros. Fui capitán de los equipos nacionales de la ex Fed Cup entre 1988 y 1990.
–¿También entrenaste al Peque Schwartman?
–Fue un caso un poco particular porque yo trabajé en Hacoaj casi 30 años y entre los chicos de la escuelita de tenis estaba él. Empezamos con Diego a los 6 años y estuvo hasta los 16.
Sin miedo a “embarrarse”
Cerúndolo tuvo el privilegio de trabajar –ya sea en la etapa de juniors o en su inserción al profesionalismo– con muchos de los tenistas de una nueva “generación dorada”, nacida a principios de este siglo. Por la academia pasaron sus hijos Francisco y Juan Manuel, Tomás Etcheverry (30° del mundo), Sebastián Báez (42°, flamante ganador del ATP de Kitzbühel), Camilo Ugo (171°), Mariano Navone (177°), Francisco Comesaña (170°) y Genaro Olivieri (193°), entre los mejor rankeados. “El tenis fue y es mi vida. Es un deporte que me genera una gran cantidad de preguntas, que cada día intento desarrollar y resolver”, sostiene.
Cuando se le pregunta si existe una receta para la formación de buenos jugadores, el Toto se refiere a un “triángulo deportivo”, que integran los padres, los jugadores y el cuerpo técnico. “Lo ideal es que ese triángulo sea equidistante”, explica. En la disposición de ese triángulo es donde suelen ocurrir las distorsiones: “Si el padre quiere mucho y el chico no tanto, ya no sirve. Si el entrenador tiene muchas ganas y el chico no, o viceversa, tampoco sirve. Es decir que todos los vértices tienen que tirar parejo”, precisa.
“Cuando me preguntan cómo hicimos con nuestros tres hijos, no es que quisimos que fueran ‘exitosos’. Simplemente queríamos que hicieran un deporte y los apoyamos en todo. El hecho de que María fuera exjugadora y psicóloga me ayuda mucho. Lo que no fue negociable para nosotros es que dejaran el colegio”, coinciden. De hecho, Francisco estudió unos meses en una universidad prestigiosa de los Estados Unidos, financiado por una beca de tenista. Actualmente sigue sus estudios en la Universidad de Palermo (está en cuarto año de la carrera de Economía).
El entrenador quiere dejar en claro que una de las claves del proceso de formación de jugadores es que “no hay que tener miedo a embarrarse”. ¿Qué quiere decir esto? Cerúndolo responde: “No tener miedo a recorrer el camino con tu hijo, a meterte en un túnel y convivir con la incertidumbre, a sostener la actividad en el tiempo con amor y pasión”.
El Toto entiende que hoy día son muchos los padres que, cuando mandan a entrenar a sus hijos, imaginan un “producto terminado” y a duras penas logran ganarle a su propia ansiedad. Es decir que no están del todo dispuestos a atravesar el proceso si no vislumbran resultados en un horizonte cercano. “Para un papá tener un hijo deportista es complejo porque piensa: ‘y si no le va bien, ¿qué va a hacer de su vida?’”, analiza.
–¿Qué sería “llegar” hoy para un chico o una chica que quiere ser tenista?
–Siempre digo que nada es imposible en el tenis y que lo más espectacular es que se ampliaron un montón los límites del deporte, en muchos aspectos. Entonces “llegar” ya es muy relativo. Tenés a un tipo de 43 años, como Rohan Bopanna, que sigue siendo uno de los mejores doblistas del mundo; a Djokovic, ahora número dos del ranking con 36 años; a un jugador como Schwartman, del que muchos decían que, por su estatura, no iba a encajar en la alta competencia; a Francisco, al que se le dieron grandes resultados con 23 o 24 años….
–¿Lo que se corrió entonces fue el límite de edad para ser tenista?
–Para que entiendas, los chicos y chicas que veías el otro día en la confitería son todos jóvenes que están intentado lograrlo... En mi época quizás hubiese sido más difícil para ellos; pensá que nosotros parábamos de viajar a los 22 o 23 años. No sólo se corrió la edad para jugar profesionalmente, sino que también hay más posibilidades laborales para los jóvenes, como jugar Futures en todo el mundo, interclubes en Europa, Challengers, becas de estudio… Ya no es una urgencia retirarse a los 20. En el medio podés ir estudiando, encontrando formas de financiar tu carrera y hacer tu vida.
–¿Hay un estereotipo de campeón joven?
–Es que una cosa es ser el crack que encaja con el modelo que quieren los medios de comunicación, como Alcaraz (reciente ganador de Wimbledon y número uno del mundo con 20 años), que es un fuera de serie. Por otro lado tenés a un excelente jugador como Pedro Cachin (48 del mundo, con 28 años), que tiene un muy buen ranking. Pero capaz que en nuestra época un tenista como Cachin abandonaba a los 23, porque pensaba que ya no iba a llegar.
–¿Entonces llegar ya no es ganar?
–Con María tenemos una especie de metáfora que es la de las figuritas del álbum. Francisco y Juan Manuel jugaron todo, desde interclubes hasta Pro Tour, Futures, Challengers, ATP250, ATP500, Masters 1000, Grand Slam, Copa Davis, Juegos Panamericanos, Odesur, Juegos Olímpicos... Si ya jugaste todo eso y pudiste acompañar a los chicos y chicas en el proceso, con amor y pasión por lo que hacés, creo que ya llegaste.
Otras noticias de Conversaciones
Más leídas
Mensaje a Occidente. Putin hace temblar a Europa con un misil y evoca una guerra mundial: ¿qué busca?
Tensión libertaria. Villarruel le respondió a Lilia Lemoine luego de que la apodara “Bichacruel”
Últimos registros. ¿A cuánto cotizan el dólar oficial y el blue este sábado 23 de noviembre?
"De igual a igual". Los chicos insaciables apremiaron al campeón: La Natividad sobrevivió a la amenaza del aluvión Chapaleufú