Tiempo de decisiones urgentes frente al avance irrefrenable del calentamiento global
Mientras la temperatura en el mundo aumenta cada año, hay planes diversos para encarar el cambio climático. Solo en Europa murieron en 2023 al menos 61.000 personas debido a las olas de calor
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Ola de calor inaudita que mata a 20 millones de personas en la India. Así arranca el escritor norteamericano Kim Stanley Robinson su novela El ministerio del futuro, publicada en 2021. No es que Robinson sea un autor de ciencia ficción particularmente exagerado, más bien al contrario: su obra apenas si extrapola lo que la ciencia ya marca desde hace décadas que sucederá si se sigue usando la atmósfera como basurero de la producción industrial y de los gases de efecto invernadero. Es literatura de anticipación, en el sentido más ominoso posible. Y si la literatura sirve, con perdón de la palabra, para algo, es para hacer reaccionar al mundo del daño de no actuar intensivamente. La de Robinson es una brutalidad con las licencias que la ficción puede tener y que no se le conceden a la ciencia, que debe mostrar cada una de sus evidencias (solo en Europa murieron en 2023 al menos 61.000 personas debido a las olas de calor, según un estudio del Barcelona Institute for Global Health).
Como sea, lo cierto es que ya está entre nosotros. El cambio climático cabalga desenfrenado con su rastro de olas de calor, sequía, inundaciones y otras plagas bíblicas, mosquitos transmisores de enfermedades incluidos. Mientras se busca la manera de que no siga aumentando ese ya casi perdido objetivo de +1,5°C respecto de hace un par de siglos (vía reducción de gases contaminantes), se intenta que ciudades y ruralidad, la humanidad, en definitiva, se adapte a una situación inédita para el planeta y, por ende, para la especie. El 2023 fue el año más caliente jamás registrado y lo habían sido cada uno de los últimos nueve, récord tras récord.
Aunque insuficientes, casi por definición, cada vez son más las acciones que pretenden reducir el daño de la modificación abrupta de los sistemas como consecuencia de esa actividad industrial iniciada hace apenas un par de siglos en Inglaterra. De hecho, la división de la acción contra el cambio climático en dos es, por un lado, la mitigación (dejar de contaminar) y la adaptación, hacer lo necesario sobrevivir en un escenario inédito en la historia de la especie humana en la Tierra. La Argentina, con todas las dificultades del caso, dada la sensación de que aún el cambio climático es un tema de largo plazo, pese a las evidencias (la inundación de Corrientes es apenas la última de una serie infinita), también se suma con prevención.
Si hay algo que tiene el cambio climático es que es ubicuo, afecta y trastorna a todo el planeta. Y si bien afecta más a los países más pobres, no es que los ricos tienen todo asegurado. Ellos también buscan la famosa adaptación. Se han citado mucho las ciudades del norte que están en deltas o a la orilla del mar que deben rearmar costas, pensar planes de contingencia y programas ante las subas del agua con costos de varios miles de millones de dólares (Londres, Boston, Miami, Los Ángeles, por citar algunas).
En ese sentido, Países Bajos demanda atención hacia el peligro de las inundaciones y con una histórica relación con la frágil naturaleza y los terrenos ganados al Mar del Norte desde hace siglos. Es un país rico, pero aun así le dificulta lidiar con el cambio climático, como señaló Ani Dasgupta, presidente del World Resources Institute (WRI), uno de los organismos que más y mejores datos aporta al estudio del cambio climático, durante el seminario on line Historias para observar en 2024.
País rico, pero vulnerable por su condición de ser un delta de varios ríos, en el que políticamente se le complica la llamada “gobernanza del cambio climático”: convencer y diagramar la prioridad de la acción climática. Dasgupta señaló las dificultades políticas de mover las piezas necesarias para la adaptación, en Países Bajos, como en muchos otros, donde temas como la inflación e intereses sectoriales tornan difícil cumplir con los compromisos de cero emisiones. “No todos se benefician igualmente de la acción climática”, dijo en el mismo seminario Stientje van Veldhoven desde aquel país al mostrar las movilizaciones de productores agrarios en las ciudades en tensión contra acciones verdes.
Más allá de las grandes decisiones políticas y las mega obras de infraestructura, hay decisiones casi diarias que se podrían tomar para estar más adaptados al clima cambiante y a las olas de calor como las que sufrió el país semanas atrás. Las más obvias se han mencionado bastante, aunque sin mucho eco político: reducir el cemento de las ciudades, aumentar el verde, pensar diseños amigables, generar alarmas tempranas. Hay otras no tan conocidas, pero ya en acción, aunque en cuentagotas. Por ejemplo, desde la arquitectura llamada bioclimática.
La idea es que la arquitectura use la mínima cantidad de energía posible. “Las adaptaciones al calor se resumen en dos criterios”, dice Carolina Ganem, investigadora del Instituto de Ambiente, Hábitat y Energía (INAHE/Conicet) y profesora titular en la Universidad de Cuyo, “la protección solar, que la radiación no ingrese en forma directa, y la disipación a través de la ventilación”. ¿Cómo? Diseñando “fachadas ventiladas, techos verdes, que de manera pasiva retienen el calor fuera del edificio así no queda atrapado. Es decir, generar un equilibro entre iluminación, el exterior, el entorno y la aislación”, agrega. La fecha de nacimiento de esta manera de pensar hogares y edificios es la misma de las energías renovables: la primera crisis energética mundial en 1973. “La Argentina hizo punta, por ejemplo, a través del desarrollo de prototipos de viviendas solares en Mendoza, en 1980, proyecto financiado por la OEA y proyectado por Enrico Tedeschi”, recuerda Ganem.
En este sentido, es importante que en cada lugar se estudie qué es lo mejor para decidir en función del clima actual y el clima del futuro. “Como en Mendoza tenemos un clima templado frío y árido, la vivienda debe estar orientada al norte. Se debe generar una protección de la radiación solar, persianas de enrollar de madera, tener aislamiento en muros y techos, algo todavía raro, pero fundamental, que es la combinación de ladrillos y aislamiento. Y sumar un techo inclinado para ventilar, con ventanas estratégicamente ubicadas para que también se ilumine”, dice Ganem.
Por supuesto, el concepto evolucionó en los últimos 40 años. “En la actualidad tenemos herramientas más desarrolladas para este tipo de trabajos, como simulaciones, cálculos y previsión de cómo sería el clima actual y futuro. Hacemos estudios mucho más ajustados sobre qué pasará en una vivienda a construir y cómo mejorar su comportamiento”, agrega. Hay incentivos en el mundo para que quienes usen este tipo de estrategias de menor consumo tengan beneficios impositivos; en la Argentina durante 2023 avanzó el Programa Nacional de Etiquetado de Viviendas generado en 2018 para instrumentar un sistema de etiquetado de eficiencia energética de viviendas unificado para todo el territorio nacional (tal como los electrodomésticos), según zona climática. En su Mendoza, Ganem trabaja con la industria del vino que necesita temperaturas precisas: “Los consumos son muy grandes, por lo tanto trabajamos en la reducción del requerimiento energético para asistir luego con paneles solares y así producir energía renovable. Así lo que se use de la red sea lo menos posible, con generación distribuida y menos presión a las centrales térmicas o hidroeléctricas, para edificios de energía cero, con balance neutro entre lo que requieren para operar y lo que producen energéticamente ellos mismos”.
El sector público, por acción u omisión, desde luego es clave a la hora de la adaptación. En ese sentido, el Plan Nacional 2030 habla de “construir capacidades, fortalecer la resiliencia y disminuir la vulnerabilidad frente al cambio climático, en los distintos gobiernos locales y sectores” como parte de la jerga habitual, pero que necesita acciones locales para encarnar esa transformación. “Ante olas de calor tenemos sistemas de alerta temprano y protocolos de emergencia que explican de qué se trata y se hacen recomendaciones para cada día”, cuenta Pilar Bueno, experta en adaptación con experiencia en la negociación internacional climática y subsecretaria de Cambio Climático y Transición Ecológica Justa de Rosario. “En la ola de calor de semanas pasadas, se pudo disuadir a sectores vulnerables, de edad mayor y embarazadas de evitar salir de las casas y no hacer trámites que requieran viajes, además de refugios climáticos y centros de amortiguación del calor que disponen de agua y un lugar fresco”, detalló. A lo que se suman cuestiones de más largo plazo como el monitoreo del mosquito que transmite el virus del dengue, claramente relacionado con el ambiente, así como el histórico riesgo de inundaciones en la ciudad más importante de Santa Fe. “En 2023, con mapas de riesgos basados en el plan nacional de mitigación y adaptación, identificamos trece nuevos riesgos climáticos, varios relacionados con el calor. Este proceso agrega medidas a tomar, como un mapa de riesgos dinámico múltiple, para ser usado por tomadores de decisión privados y organizaciones”.
Lo que se pretende es evitar situaciones como las que vivió recientemente Montevideo por la falta de agua (a la que le sobrevino una irónica inundación). Porque lo que tiene el cambio climático es el factor sorpresa que, si bien por definición es impredecible, tiene un margen de daño que puede estrecharse. Para dejar a autores como Robinson en el anaquel de la literatura fantástica.
Según el Global Center on Adaptation, la ex Holanda ya cuenta con varios éxitos adaptativos: “En lugar de construir diques cada vez más altos, adoptaron una estrategia de Espacio para el río, basada en los principios de seguridad del agua y calidad espacial. La idea es vivir con el agua en lugar de luchar contra ella, dándole más espacio para esparcirse cuando ocurren inundaciones”, dice Stientje van Veldhoven, ex secretaria de Estado de Infraestructuras y Gestión del Agua de los Países Bajos.
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